Sebastián miró a la chica que aún sollozaba suavemente en sus brazos y suspiró.
La sensación protectora que tenía en su corazón por ella era irreal y sin filtros.
Por primera vez en su vida, después de que su madre fue asesinada frente a él y casi había destruido todo a su paso, quería destruir el reino humano por completo una vez más, incluso cuando sabía que su abuelo lo encerraría en las mazmorras para siempre y nunca lo dejaría salir, la misma prisión que fue construida para él con la ayuda de 37 brujas para contener su bestia.
Quería decirle que dejara de llorar porque sus sollozos estaban perforando su corazón, y cuanto más la escuchaba, más deseaba tener un baño de sangre.
Honestamente, una parte de él sabía que ya habría salido a vengar sus lágrimas, si no fuera por su fuerte agarre en su camisa, y su cabeza en su pecho.