—¿Dónde está? ¿Llamaste al doctor o no? —Sebastián no esperó la respuesta de la Señorita Zoya mientras se apresuraba a su habitación.
Abrió la puerta de un tirón.
Vacía. No había nadie.
Se volvió hacia la Señorita Zoya con sus ojos tornándose escarlata.
—¡¿Dónde está ella?! —rugió, y la Señorita Zoya tembló en su lugar.
—Señor, señorita, ella... la princesa quería una habitación diferente porque no quería que la gente se sintiera incómoda por el aroma de su sangre —la Señorita Zoya apenas pudo decir, y Sebastián se detuvo.
—¿En qué estabas pensando cuando permitiste que eso sucediera? ¿Dónde diablos está ella? ¿Cómo puede pensar que su sangre alguna vez me hará sentir incómodo? —Sebastián rugió, el palacio entero resonando con sus palabras, y los guardias apretaron sus manos alrededor de sus armas, sintiéndose un poco asustados ahora.
—En el quinto piso, señor. Ella está... —él no la dejó completar las palabras.