Nadie se movió. Tampoco ayudaron al Príncipe Marcus a levantarse. Lo dejaron tendido en el barro con cortes por todo su cuerpo porque su shock era aún mayor.
Elliana cerró los ojos. Se dio cuenta de su error. Con un suspiro, miró al Señor Marino, lista para confesar cuando lo sintió. La presencia de su salvador.
Su semblante serio se transformó de inmediato en uno inocente, mientras parpadeaba a Sebastián.
—¿Estás bien, Señor Marino? —preguntó con las cejas arqueadas, y Sebastián se sentó derecho. Cerró los ojos, concentrando sus poderes de vampiro en su cuerpo, y de esa manera, en un segundo todas sus heridas se curaron, sorprendiendo a Elliana.
¿Era realmente una trampa? Sebastián abrió los ojos y miró directamente a los ojos sorprendidos de Elliana con una sonrisa burlona en su rostro.
—Te atrapé, princesa —susurró, y estaba a punto de agarrarle el cuello y pegarla a la pared. Porque ella no era solo una buena luchadora, sino algo que él no había considerado.