—Señor Marino, esto está mal —dijo Elliana, y Sebastián sonrió bajo su máscara.
—¿Y lo que tú estás haciendo está bien? ¿Permitiendo que otros chicos te toquen? ¿Has olvidado mi advertencia? Perteneces al diablo, princesa. Y este diablo es muy posesivo con sus pertenencias. Además, no creo haber permitido que nadie me diga qué puedo hacer o no —Sebastián la miró brevemente, caminando adelante.
Él habría tomado el ascensor para ir a la planta baja donde estaba la cafetería. Sin embargo, solo para fastidiarla más tiempo, eligió ir por las escaleras.
—Bueno, tu posesión es una estudiante normal aquí —siseó para recordárselo, y él sonrió bajo su máscara.
—Lo sé, y por eso apenas me estoy controlando, Princesa. Deberías estar feliz de que no te haya cargado sobre mi hombro, o incluso mejor, besarte frente a todos para reclamar lo mío. Esposa o no esposa, nadie se habría atrevido a tocar a la mujer reclamada por el diablo —Sebastián la miró, y ella suspiró.