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—¿Princesa? —Elliana escuchó de repente la voz de Sebastián y se detuvo en su camino.
—¿De dónde viene, señor Marino? —preguntó Elliana sin pensar antes de darse cuenta de su error.
—Perdona mi descortesía, señor Marino —ensanchó sus ojos y apartó la mirada, y Sebastián no pudo evitar sonreírle desde debajo de su máscara.
¿No estaba siendo adorable ahora?
Preguntarle a dónde había ido era de mala educación, ¿pero pedirle que se quitara la ropa no lo era? Observó a Elliana atentamente, y era obvio que ella no recordaba nada de lo que había hecho cuando estaba ebria.
—¿Qué haces aquí? —preguntó él, y Elliana levantó la vista.
—No es nada. Solo sentí que había alguien aquí —Elliana le sonrió suavemente.