—Abran los ojos, todos. Tenemos una reunión programada, supongo —dijo Elliana sin quitarse la bufanda ni las gafas y caminó hacia el interior de la habitación.
Los cinco chicos, que yacían allí con los ojos cerrados, gemían de dolor. Habían estado hambrientos durante dos días y solo se les ofrecía agua de vez en cuando. Sus cuerpos dolían por las cadenas con las que estaban atados.
Elliana miró a los chicos, cuyos rostros estaban pálidos y cuyos ojos reflejaban miedo pero resistencia.
Los chicos miraron a la misteriosa chica frente a ellos y tragaron saliva. La forma en que caminaba con confianza les indicaba que probablemente era la líder de este grupo y la que había conseguido que estas mujeres los trajeran aquí a esta sala.