Apheitos entró en la casa con la luz proporcionada por la brillante luna del inframundo que entraba a través de la puerta detrás de él. Llevaba los brazos cruzados detrás de él cuando se acercó a Escarlata y a los niños, atenuando su aura y haciéndose lo menos amenazador posible.
Se detuvo primero junto a los bebés que estaban durmiendo y los miró. Luego, de uno en uno, tocó sus frentes y susurró algo. Finalmente llegó a los dos que estaban amamantando e hizo lo mismo.
Cuando terminó, se sentó en la silla frente a la de ella y acercó las cápsulas de vida hacia él para poder continuar contemplando a los bebés.
Con la mayoría de las otras deidades, ella se habría sentido incómoda, pero con Apheitos, se sentía completamente segura. Por eso no se sobresaltó de ninguna manera cuando él pellizcó las mejillas de su hija mayor.
—Ella será una gran artesana, esta, una mujer que hará historia—. Por supuesto que lo sería, él la había bendecido.