Los demás miraban a Apo como presa mientras daba los primeros pasos hacia abajo, dirigiéndose hacia los bebés y Escarlata. Sus miradas ardientes le quemaban la espalda mientras anticipaban la interacción entre Escarlata, Apheitos y esas extrañas llamas.
Era como si todos compartieran este presentimiento de que en el momento en que los tocara, algo sucedería.
De repente, Apo se detuvo. No era un tonto que correría ciegamente hacia un fuego. Había hecho algunas observaciones mientras bajaba. Primero, las deidades del inframundo estaban demasiado emocionadas por su viaje para ver a los bebés.
Dos, el destino había estado clamando por reclamar a uno de los niños y sin embargo, ahora estaba anormalmente silenciosa. Y la última era Escarlata y su esposo. Estaban confiados, demasiado confiados y eso le molestaba.