Mucho más tarde, como Escarlata había adivinado, Justin vino en busca de ella porque tenía hambre. Ella le dio comida y los envió a él y a Esong a tener una cita de padre e hijo. Esong necesitaba explicarle a su hijo en persona que no lo vería durante unos meses.
Al verlos a la hora de dormir, dos horas después, los ojos de Justin estaban rojos y Esong tenía una mirada solemne en su rostro.
—Mamá, esta noche voy a dormir en tu cama —le dijo él.
—Por supuesto cariño. No solo esta noche, sino cada noche hasta que decidas que no quieres —le dijo ella.
A donde quiera que fuera, lo llevaría consigo. No podía dejarlo atrás porque las deidades no eran de fiar y podrían usarlo de alguna manera para obligarla a regresar de donde quiera que estuviera.
Especialmente la deidad de la vida que nunca la había contactado pero envió incluso más de sus ángeles de la vida a la Estrella Azul. Había veintitrés de ellos ahora, moviéndose entre los humanos y viviendo con ellos.