Las mejillas del Ministro Campbell se contrajeron. Un mandato del emperador era un mandato, sin importar lo ilógico que fuera. No había necesidad de sonreír en este momento tenso, pero de todos modos tenía que hacerlo.
Una sonrisa antinatural se formó en sus labios mientras se elevaban con fuerza.
El emperador frunció el ceño. Por alguna razón, se llenaba de más ira cuando el ministro obedecía su orden.
—No sonrías —ordenó.
Los labios de Ministro Campbell se estiraron de inmediato y miró hacia el suelo.
—Alza la cabeza —ordenó el emperador.
Sin otra opción, levantó la barbilla y enfrentó al hombre más poderoso del imperio.
—Te doy una hora Campbell, una hora. Si me fallas entonces espero ver tu anuncio de renuncia que será seguido por una auditoría de tu riqueza que podría resultar en que seas trasladado a la Estrella Roja —el emperador agitó su mano indicándole que saliera del palacio.