Severo estaba en el inframundo, haciendo algo que raramente hacía. Algo que haría que su madre se horrorizara si lo viera con sus propios ojos.
Estaba teniendo una conversación con el padre al que tanto odiaba o decía odiar. En palabras de Severo a su madre Rubí, los sabuesos machos y las deidades no eran diferentes en cuanto a la paternidad. No lo merecían y eran pésimos en ello y su padre Argos era un bastardo frío y cruel.
Pero, los tiempos habían cambiado y había mucho en juego, así que mordió su orgullo, bajó la cola y consultó con el sabueso más poderoso que conocía.
Tardó un tiempo para que su padre aceptara reunirse con él, lo cual no sorprendió a Severo. Después de todo, era el sabueso más ocupado en el inframundo, el Señor de los sabuesos que una vez custodió las puertas del infierno él mismo. Estaba entrenando a otros sabuesos.
Aquellos que estaban desesperados por su aprobación, en opinión de Severo.