Al día siguiente, en la aldea del río solitario, hubo una visitante rara que no había pisado ese lugar en unos cuantos millones de años. La visitante caminaba entre las sombras, su presencia apenas perceptible por los pocos ocupantes que vivían alejados unos de otros.
Entre las sombras, una figura cruzó el río y frente a una gran casa que estaba sola, se detuvo. Las túnicas oscuras que llevaba se movían al viento, acariciadas por el sonido de una flauta triste.
Lythia, la visitante rara chasqueó los dedos y tarareó una melodía lenta, mientras las sombras exploraban la casa en busca de una entrada.
Una de las sombras se volvió y negó con la cabeza.
Lythia echó la cabeza hacia atrás y se rió. Como era de esperar de Nyx, su casa estaba protegida contra entradas no deseadas. Las deidades podían entrar en su aldea pero no podían invadir su casa.
—Qué astuto eres —susurró ella.
