Ella caminó hacia la plataforma elevada y esta la bajó al escenario de combate. Antes de que aterrizara, saltó por su propia cuenta, un movimiento que era simple pero elegante y de alguna manera cautivó al hambriento público.
Los dos presentadores masculinos, vestidos en armaduras exageradas de plata, rojo y negro sonrieron astutamente cuando la vieron. Como una manada de hienas, mostraban sus dientes desvelando la codicia que tenían y cuánto deseaban hundir sus afilados dientes amarillos y venenosos en ella.
—El sabueso tiene agallas —dijo uno de ellos.
—No quinientos sino doscientos —dijo el otro.
Parecían y hablaban como gemelos, como si tuvieran una sola mente y uno naturalmente continuara donde el otro lo dejaba.
—Ese es mi estilo, ¿no lo sabían? No me gusta perder el tiempo —dijo ella.
—Esto no es división uno niña, te aconsejo que comiences desde abajo —dijo uno de ellos.