Las manos de Escarlata se movieron hacia su estómago mientras sus instintos protectores se activaban. Sus ojos recorrían la habitación en busca de una energía extranjera.
Examinó cada partícula de polvo y cada ráfaga de viento. Si era una de las deidades del inframundo, lo sabría.
Ellos no hacían las cosas de este modo y siempre se anunciaban de alguna manera para hacerle saber de su presencia. No era uno de ellos, podía decirlo.
Oyó un crujido y luego las tuberías en la casa de la viuda muerta estallaron.
—Muéstrate —dijo con cautela.
No se hizo ningún sonido, excepto por el agua que había explotado prácticamente.
No podía saber si se había asustado a sí misma o si una deidad estaba aquí para jugar con su mente.
Tal vez era el dios del engaño, aquí para intentar engañarla una vez más por alguna razón. O tal vez era el dios de la vida. Pero si fuera él, el dios de la muerte ya habría aparecido disparando con todo para defenderla.