Cuando Escarlata abrió los ojos a la mañana siguiente, notó que las deidades la miraban de manera extraña. Obviamente, tenían algo que decir por la forma en que meditaban en silencio.
Su primer pensamiento fue que quizás no estaban contentos con la forma en que manejó las cosas en el mundo pequeño. Su decisión de nadar hacia aquel castillo en ruinas había sido espontánea y peligrosa.
Pensó en su perla y en sus sabuesos y sacó todas estas cosas de su calabaza del alma primero.
Litia agitó su mano y ambos sabuesos desaparecieron.
Escarlata no podía saber si esto se había hecho por privacidad o porque los sabuesos necesitaban tratamiento. Decidió romper el hielo y hablar primero si nadie más iba a hacerlo.
—Entonces, he vuelto.
—¿Has estado viendo otros dioses a nuestras espaldas? —dijo Carnelia de golpe.
—¡Eh! —La cara de Escarlata se torció en confusión. ¿Por qué sonaba como si la diosa del fuego la estuviera confrontando como una amante que tenía una aventura secreta?