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Habían pasado alrededor de treinta minutos desde que el capitán Atlas salió del castillo y se dirigió a un bar para ahogar su ira mientras vigilaba a las mujeres disponibles, buscando la presa más fácil en la que pudiera descargar su enojo.
Estaba ensimismado mientras miraba alrededor de la habitación, planeando todas las formas en las que se vengaría. Primero trataría con la perra que le impidió entrar al castillo y luego se ocuparía de Escarlata.
Cuanto más difícil era de conseguir, más determinado estaba a tenerla. Además, no lo haría un secreto cuando acabara de usarla, la humillaría públicamente y la arrastraría hacia abajo desde ese pedestal en el que la habían puesto.
Aunque él desconocía, pensándose a sí mismo el depredador ápice de la habitación, que estaba siendo observado por un equipo de otros que lo consideraban a él la presa, tal como él pensaba de las mujeres.