Maddox miró de arriba abajo a Escarlata. Sus extraños ojos azul-verdosos la juzgaban.
—De verdad estás en serio, vaya que sí —exclamó—. Pero no sé, vivir aquí es muy caro y pareces pobre.
Escarlata parpadeó y miró fijamente a Maddox.
—Oye —gritó, molesta—. ¿Qué parte de ella parecía pobre?
Maddox arrugó la nariz y suspiró —Eres de esas personas a las que no les gusta escuchar la verdad.
—¿Te mataría si te callas? —Escarlata empujó la cabeza de Maddox y luego hizo pucheros—. ¿Cuánto costaba vivir aquí de todos modos? Podría simplemente pedirle un préstamo a Litia en la moneda que se usara aquí y podría pagarla lentamente.
Era una lástima que ya hubiera gastado muchos cristales en la otra casa.
—¿Dónde estás? —escuchó preguntar a Severo en su mente.
—La aldea del río solitario —respondió.
—¡El lugar elegante! —exclamó Severo—. ¿Cómo llegaste allí?
—¿Recuerdas a Maddox? —preguntó.