La cena, pensó Escarlata, no hemos cenado, gritaba su mente. Pero cuando se trataba su relación física con él, su mente no solía estar a cargo.
Otras partes de su cuerpo solían tomar el control, y por lo general, ella les dejaba.
Él acariciaba su cuello con la nariz, lo lamía y mordía lentamente, provocando un pequeño y lastimero gemido de ella.
—Todo el día he estado pensando en saborearte —susurró él.
Sus manos se movían hacia arriba, lentamente, y ella inhaló un respiro. Él iba hacia sus pechos y se dirigiría inmediatamente a sus pezones. Era algo que a él le encantaba hacer, pellizcarlos, chuparlos, morderlos. Lo hacía a menudo, incluso cuando no estaban a punto de hacer el amor.
Ella realmente se lo había puesto fácil, porque ya estaba desnuda y él no tuvo que quitarle la ropa.