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—Es grosera, Emory —dijo la emperatriz, fríamente pero con suavidad.
Dejó a todos perplejos, y todos sus ojos y atención se movieron hacia ella. Pero sus miradas aún iban y venían, entre la emperatriz y Emory. Era obvio que Emory no se atrevería a responderle a la emperatriz. Entonces, ¿qué haría?
—Su alteza —Emory dijo, pareciendo increíblemente consternada.
La emperatriz dio un golpecito en la mesa con el anillo afilado de acero cuya punta podría abrir la garganta de cualquiera que se acercara demasiado y fuera considerado una amenaza.
—Estás dentro de la casa de otra persona, pero no muestras ningún respeto. Y eliges comportarte de esta manera conmigo en la mesa. ¿Ya no tienes ningún respeto por mí, Emory? —La emperatriz continuó lentamente, preguntando a Emory enérgicamente.
—Ja-ja —Emory se rió nerviosamente—, su alteza...