—Aburrido —la deidad de las mentiras soltó una carcajada.
En la pared, Escarlata seguía fuerte y superó el último punto de cruce, sin siquiera darse cuenta.
De repente, se encontró en el suelo, exactamente donde había desaparecido. El primer pensamiento en su mente fue que había fallado y de alguna manera había sido eliminada, pero no podía entender cómo había sucedido. ¿Dónde exactamente había fallado?
—Severo —llamó.
—Aquí abajo —respondió el sabueso.
Él la observaba, buscando una bandera blanca en sus manos o alguna señal de lesión. No era raro bajar de la pared con rasguños, lágrimas y sangrando de un lugar u otro. Casi todos los segadores sangraban o dejaban caer una gota de sangre en esa pared.
—¿Qué pasó? —preguntó ella.
—Debería preguntarte eso —él respondió—. Has estado en la pared durante un día entero y medio.