Esperaba una sonrisa encantadora o un juguetón no, no un pellizco punzante y un giro de su abdomen.
—Ah... ah... ay —jadeó—. ¿Eso por qué fue?
—Por llamarme rara —dijo ella—. Retráctate.
—Raro no siempre es malo —respondió él.
Los dedos afilados de ella volvieron así que él puso rápidamente el coche en modo autónomo y agarró sus manos.
Ella lo miró con desafío en sus ojos e intentó retirar sus manos.
—No, no recuperas estas peligrosas armas de destrucción masiva. Me pertenecen y reclamo su propiedad ya que las estás usando mal. Tsk, tsk, ¿quién es el malo ahora? —le preguntó.
—Tú —ella hizo un mohín brevemente y respondió.
Él besó sus dedos lentamente, uno por uno mientras la miraba a los ojos. Cuando besó el último dedo meñique, los soltó.
No era erótico pero era reconfortante, y ella se derritió y olvidó todo sobre pellizcarlo.
—Tch, eres todo un casanova —murmuró ella y giró su cabeza para mirar fuera de la ventana.