Después de tener una larga conversación con Severo y averiguar lo que necesitaba hacer a continuación, formularon un plan, uno que pondría su nombre en el tablero de clasificación después de su primera pelea. Ella era la única otra segadora con un sabueso infernal como mascota del alma, tenía mucho que demostrar.
—Elige tus armas, cada segador tiene armas con las que se sienten más cómodos.
—Un látigo —dijo. En el mundo de los zombis tenía estos látigos afilados que tenían picos que podían arrancar la cabeza de un zombi de un solo golpe fuerte. Ella había entrenado con esos látigos, aprendiendo a equilibrarlos, sangrando hasta que sus dedos tenían heridas y callos, pero nunca se detuvo hasta que se convirtieron en parte de ella. Por eso fue tan sencillo para ella manejar la cuerda de unión del alma.
Ella y Severo estaban de compras por materiales de entrenamiento en el foro del inframundo.
—¿Puedes usar dos látigos? —le preguntó él.
—Perfectamente —respondió ella.