```
Al llegar a su habitación, Anastasia cerró la puerta y se apoyó de espaldas en la superficie de madera. No había dejado de jadear buscando aire, ya que aún podía sentir las manos del Príncipe Dante en su cintura, en su cuello, su agarre en su muñeca, y su aliento rozando su piel.
Sus mejillas ardían vivamente, y lo que el primer príncipe hizo inundó su mente con el doble de intensidad, como una tempestuosa tormenta marina amenazando con engullir un barco de vela, listo para hundirlo profundamente bajo la superficie del agua donde ninguna luz podía alcanzar.