La reverberación del trueno persistía en tándem con el incesante golpeteo de las piedras de granizo, adormeciendo y sumergiendo todos los sonidos distantes en una cacofonía ininterrumpida de ruido blanco. Los relámpagos destellaban sin piedad a través de la ventana, haciendo que Emily contemplara inquieta aquel espectáculo tumultuoso.
—¿Es siempre así aquí? —preguntó Emily, con los ojos aún fijos en la vista fuera de la ventana.
Raylen sacó el botiquín de primeros auxilios de uno de los armarios de la habitación y lo colocó sobre una pequeña mesa situada frente al sofá, donde las velas ardían con brillo. El entorno brillaba cálidamente por la luz que emanaba de los candelabros dispersos por la sala. Tomó asiento en un extremo del sofá, mientras que Emily se acomodó en el otro.