Aunque Raylen le había asegurado a Emily que las nubes se calmarían, solo pasó una hora antes de que la lluvia liberara su furia contenida, esta vez con aún mayor intensidad que antes. No obstante, la princesa, exhausta por su fiebre y su conversación con el archidemonio, se sumió en un profundo sueño del cual no despertó.
A las cuatro de la mañana, la lluvia finalmente cesó, dando paso al silencio y a un fresco y nuevo día. Las velas se habían derretido completamente, y Raylen salió silenciosamente de la habitación. Se dirigió a la cocina, donde Lauren y Westley estaban sorbiendo sangre de sus tazas desgastadas.
Al ver a Raylen, los dos sirvientes se levantaron de sus asientos y le hicieron una reverencia, diciendo —Buenos días, Maestro —al saludarlo.
—Mm, buenos días —murmuró Raylen, las venas debajo de sus ojos haciéndose más pronunciadas a medida que emergían a la superficie de su piel debido a su sed.