—¡Ataque de los piratas! Se ha avistado un barco pirata; ¡se dirigen al pueblo! —bramó uno de los vigías en lo alto de la torre, su voz elevándose por encima del resonante repique de la campana.
—¡Corran!
Anastasia observaba cómo los aldeanos se apresuraban a huir, dirigiéndose directamente a sus casas en busca de refugio. El sonido de puertas y ventanas cerrándose de golpe y con fuerza resonaba en el aire.
—¡Malditos piratas, otra vez! —la voz del anciano del pueblo estaba teñida de ira mientras los maldecía, exclamando:
— Siempre vienen aquí a robar nuestras posesiones y a destrozar nuestras familias. Intentamos oponernos, pero fue inútil y resultó en la pérdida de muchas vidas. Deberían buscar refugio, ambos.
—¡Jacinthia! —el angustiado grito de una mujer perforaba el aire mientras sus ojos se movían de izquierda a derecha, buscando a su joven hija—. ¡Carlos, Jacinthia no está aquí!