En medio del alegre canto de los pájaros fuera de la ventana, una joven mujer estaba sentada en su escritorio, escribiendo una carta.
—¿Catalina, dónde estás? —llamó una voz desde fuera de la casa.
—¡Aquí estoy! —respondió la mujer, y la puerta de su habitación se abrió de golpe.
—¿Escribiendo cartas otra vez? —preguntó Isabella, acercándose a su lado—. Te dije que era peligroso pasar mensajes así. No sabes si es un anciano o alguien que te engaña.
Catalina ofreció una sonrisa en respuesta al comentario de su hermana menor y dijo:
—No creo que él caiga en ninguna de esas categorías, y he tenido cuidado de no compartir mi nombre real, sino usar un alias en su lugar, por si acaba siendo una locura. Pero estoy pensando en darle mi verdadero nombre cuando nos encontremos.
—Y ni siquiera sabes cómo luce este hombre Dante —señaló Isabella antes de coger la carta para leerla—. Dice que sabe cultivar la tierra y perseguir ovejas. ¿Te has enamorado de un pastor o un granjero?