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Anastasia parpadeó ante las palabras que Dante pronunció, sin entender qué quería decir con sentarse en su regazo. Aunque la llamó conejo, ¿no se daba cuenta de que ella no era uno y que no se parecía en nada a un pequeño animal en ningún aspecto? Ella respondió,
—No sé a qué te refieres...
¿Sentarse en su regazo de frente a él? ¿Dándole la espalda?
Vió a Dante mirándola pacientemente; después de todo, tenían todo el tiempo del mundo, y no había nadie que los cuestionara o molestara.
Para Dante, Anastasia no se parecía a nada menos que la pequeña e inocente criatura con sus grandes ojos mirándolo a él. Sus manos, sostenidas en un agarre suelto, se movieron para asentarse frente a su pecho. Él cambió su postura, ajustando su posición al abrir ligeramente las piernas para hacer un poco más de espacio, y afirmó,
—Te diré cómo —dijo, levantando la mano hacia ella, sus ojos rojos penetrando en los de ella.