An Yi no era un santo ni una persona de buen corazón.
Si alguien quería dañar a la persona que amaba, ciertamente respondería con fiereza. Se aseguraría de que esa persona pagara el precio por tocar a alguien a quien nunca deberían haber tocado en toda su vida.
Mientras salía, An Yi vio a Shangguan Xiao caminar con un rollo de bambú en su mano. La expresión calmada y despreocupada en el rostro de Shangguan Xiao hizo que An Yi se sintiera cauteloso.
—¿Has terminado con todo? —preguntó Shangguan Xiao al ver caminar a An Yi.
—He obtenido el permiso y me iré hoy.
—¿Hoy? —Shangguan Xiao reveló una expresión pensativa y asintió—. Ya que esa es tu decisión, no te detendré. De todos modos, estoy aquí para decirte a ti y a toda tu familia que mi hermano y yo vamos a dejar la Ciudad Capital.
—¿Van a irse?