Los Alteranos y los refugiados móviles se tomaron un momento para recoger los cuerpos y darles una sepultura apropiada. Como siempre, quemaron sus cuerpos hasta que se convirtieron en cenizas, dedicando momentos de silencio en oración por sus almas.
Observaron solemnemente cómo los cuerpos poco a poco regresaban a la tierra, con el corazón pesado.
Altea agarró la mano de su esposo, apoyando su cabeza sobre su hombro. Él sostenía la suya, frotándola reconfortantemente.
El calor de su esposo nunca dejaba de calmarla, de hacerle sentir que las cosas mejorarían pronto, que estos problemas eran temporales.
Después de un tiempo, Altea sintió que tiraban de su camisa. Miró hacia abajo y vio a una niña de aspecto lamentable levantando la mirada hacia ella, con los ojos bordeados de lágrimas. Se mordía los labios y parecía un poco intimidada, como luchando consigo misma sobre si molestarla o no en ese momento.
Era Lily.
—¿Lily? —parpadeó—. ¿Qué sucede?