Cooke Ferrell miró a la hermosa mujer embarazada. Era un ermitaño en la cocina y, a pesar de su edad, realmente no sabía cómo lidiar con mujeres hermosas.
Su medio hermano se encargaba de todos los aspectos de negocios de su restaurante en aquel entonces, por lo que nunca se vio forzado a mucha interacción social. Podía concentrarse únicamente en su oficio.
Sacudió la cabeza y se calmó—¿Un trato? —preguntó—. ¿Qué tipo de trato?
Altea observó su reacción con una sonrisa incómoda, un poco sorprendida de tener que explicarlo todo a un hombre mayor.—Como sabes, soy la dueña de este lugar. Ya sabes... ¿este lugar con todos los ingredientes?
—Quizás, si me permites probar una comida que hayas cocinado, podría darte mejores precios.
—Yo… ¡Claro que puedo!
—Eso es estupendo —ella sonrió y él no pudo evitar quedarse boquiabierto. Altea continuó con su oferta: