Antes de que el grupo pueda dar un solo paso hacia el codiciado medallón, el suelo debajo de ellos vibra con una energía ominosa. Desde las sombras en el perímetro de la cámara, emergen cuatro figuras espectrales, cada una empuñando una espada etérea en sus manos. Estos guardianes, manifestaciones de la voluntad del templo, asumen posiciones defensivas alrededor del pedestal, sus ojos vacíos brillando con una luz azulada. Sin pronunciar una palabra, desafían a los intrusos a demostrar su valía.
La batalla que sigue es intensa y táctica. Cada guardián posee habilidades únicas, obligando al grupo a dividir su atención y luchar en múltiples frentes. Niamh, con su agilidad y conocimiento del terreno, se enfrenta al guardián que manipula las sombras, danzando a través de la oscuridad que teje. Alex, empuñando su espada de vientos, combate al que controla los elementos, sus golpes atravesando ráfagas de viento y fuego. Lyria, con su dominio de la magia, iguala su ingenio con el guardián de las ilusiones, desentrañando los espejismos para encontrar al enemigo oculto. Y Elren, con su valentía inquebrantable, se enfrenta al más fuerte en combate cuerpo a cuerpo, su fuerza de voluntad chocando contra el inmenso poder físico del oponente.
Después de una lucha agotadora, el grupo prevalece, pero su victoria viene con un giro inesperado. Al caer el último guardián, una luz cegadora envuelve a los héroes, y en un instante, se encuentran dispersos en diferentes secciones de un vasto laberinto. Este nuevo desafío se extiende ante ellos, un laberinto de corredores y cámaras que prueba no solo su fuerza física y mental, sino también su voluntad de reunirse.
Alex se encuentra en un pasillo lleno de espejos que distorsionan la realidad, obligándolo a confiar en su intuición más que en su vista. Lyria aparece en una sección donde las leyes de la física parecen alteradas, cada paso hacia adelante llevándola en direcciones inesperadas. Elren está rodeado por la oscuridad total, teniendo que avanzar guiado por el sonido y el tacto. Y Niamh enfrenta un laberinto en constante cambio, sus corredores reorganizándose en un intento de confundirla.
A medida que cada uno avanza a través de sus desafíos respectivos, se dan cuenta de que el laberinto busca no solo desorientarlos, sino también enseñarles. Cada obstáculo, cada acertijo, refleja los miedos y dudas que llevan dentro, obligándolos a enfrentarlos para avanzar.
La reunión se convierte en su objetivo común, impulsándolos a superar las pruebas del laberinto no solo por la promesa del medallón, sino por la unidad de su camaradería. La verdadera prueba del templo no radica en la capacidad de derrotar a los guardianes o navegar el laberinto, sino en la capacidad de superar sus limitaciones internas y fortalecer los lazos que los unen.