Chereads / Seducción (More explicit version) / Chapter 22 - Epílogo: Ataúd del Edén

Chapter 22 - Epílogo: Ataúd del Edén

Sujeté la mano de Joe, estrechándola con fuerza. Él se encontraba tendido sobre su cama tras recobrar la consciencia, mientras yo ocupaba una silla a su lado. La sonrisa que dibujó aceleró mis pulsaciones.

—¿Te sientes mejor? —lo interrogué.

—Sí, aunque este maldito dolor es una perra —dijo al tiempo que jugueteaba con mis dedos—. Gracias por cuidarme, nena.

Suspiré luego de depositar un beso en sus nudillos con nuestras manos unidas. Su torso estaba envuelto en vendajes ligeramente manchados de sangre. Las laceraciones comenzaban a cicatrizar, dejando algunas marcas rosadas en su frente, muñecas, brazos, una mejilla, y cruzando su pecho y abdomen.

Lo observé con curiosidad: sus labios exquisitos, su rostro maltrecho pero hermoso, su cabello crecido que caía desenfadadamente sobre su frente y rozaba la parte de atrás de su cuello.

Luego de contemplarlo durante algunos pacíficos minutos, descansé mi mejilla en su abdomen desnudo con suma precaución para no hacerle daño.

—¿Qué haremos con nosotros? —cuestioné.

Él vaciló. Se tomó unos segundos para acariciar mi cabello con su mano libre antes de exhalar lentamente.

—No estoy seguro. La idea de verte con alguien más me mata, me destruye, pero dudo que seguir juntos sea la mejor opción…

—Joe.

—¿Qué? —preguntó con naturalidad, atrapando mi mirada.

—Estoy preparada.

—¿Estás preparada? —Frunció el ceño.

—Sí.

—¿Preparada para qué?

—Estoy preparada para recibir el anillo.

La sonrisa en sus labios se amplió. Me enderecé en la silla mientras él se estiraba con un gemido para alcanzar el cajón de su mesa de noche. Rebuscó dentro de manera impaciente.

Con aire glorioso, cogió algo brillante.

Oro blanco y diamantes.

Aquel hermoso anillo.

—Ven aquí —señaló su pecho con palmadas—. Quiero elegir las palabras correctas esta vez.

En ese instante fui consciente de que mi boca formaba una sonrisa rebosante de alegría. De manera coqueta y cuidadosa, me subí a horcajadas sobre sus caderas y descansé mis manos en sus pectorales antes de morder mis labios. Él me estudiaba con la mirada minuciosamente desde el colchón.

—Eres la mujer más sensual, sexy y hermosa que jamás he visto en mi vida —declaró, situando sus manos en mi estrecha cintura—. ¿Te casarías conmigo, Angelique Eve Moore?

Una de sus manos ascendió hasta mi hombro, se deslizó a lo largo de mi brazo y se detuvo para sostener mi mano dentro de la suya.

—Sí, Joseph Blade, quiero casarme contigo.

Sujetó mi mano con la delicadeza de un caballero y deslizó el aro resplandeciente a través de mi dedo anular.

—Ahora bésame, mujer.

—¿Estás seguro? Estás herido —lo molesté.

—¡Uh! —se quejó de dolor—. ¡Qué mal que estoy! Si me dieras un beso, quizás…

Después de que una risa inevitable se escapara de mi boca, me incliné para silenciarlo con un beso. Cuando nuestros labios se encontraron, emitió un gemido grave desde su garganta. Y tan pronto como empecé a mordisquearlo, sus dedos respondieron con caricias. Mi cuerpo entero vibraba con un ardor abrumador. Busqué el cálido interior de su boca con mi lengua y…

—¡Ugh! ¡Qué asco! —se escuchó el sonido de disgusto de Jerry y la puerta abriéndose—. No se preocupen, volveré más tarde…

Me separé de Joe en un instante, saltando fuera de la cama con nerviosismo y con el rostro encendido en un carmesí vibrante.

La vergüenza fue pronto sustituída por la inmensa alegría de ver al humano bajo el umbral sosteniendo un ramo de flores amarillas. Corrí para darle un abrazo.

—¡Jerry! —chillé—. No, ¡no te vayas! ¡Finalmente despertaste!

Me devolvió el abrazo con una sonrisa. El aroma de las flores impregnó la habitación.

—Sí, y me alegra no haber llegado dos minutos más tarde.

—A mí también —bromeé antes de soltar su cuello—. ¿Me trajiste flores?

—De hecho, son para él.

Se aproximó a la cama y le tendió el ramo a Joe.

Con el ceño fruncido, Joe recibió las flores.

—¿Para qué me traes flores? No soy tu maldita novia. Ni novio —refunfuñó.

No pude evitar soltar una risita disimulada, a pesar de que quería reírme a carcajadas.

—Es lo menos que puedo hacer después de todo lo que te hice —discutió Jerry, sin dejar de sonreír—. Seré sincero, realmente te ves mal, hombre. No recuerdo nada de lo sucedido, pero tus amigos me dijeron que te di puñaladas hasta cansarme.

Joe puso las flores sobre la mesa de luz.

—Bueno, gracias, supongo —dijo, ligeramente avergonzado—. Quería decirte que... Ya sabes, me comporté como un idiota contigo. No me importa si eres homosexual, bisexual, metrosexual, una versión menos pretenciosa de Johnny Bravo, o lo que sea que eres. Sólo no vuelvas a besar a mi novia, ¿vale?

—Estoy de acuerdo. Acepto tus disculpas, si es que eso fue una. Y, para que lo sepas, no soy gay.

***

Una vez que todos nos recuperamos por completo de aquella fatídica noche, los chicos celebraron junto a nosotros nuestra despedida de solteros de una forma particular: billar, póker, cócteles en la piscina, bailes sensuales y risas.

Para ese punto, todos estaban bastante pasados de tragos. Joe rodeó con su brazo los hombros de Adolph. Ambos reían como dos maníacos mientras se abrazaban.

—Escucha, pequeña —Adolph llamó mi atención—. Después de tu boda, seré el siguiente en casarme con este vampiro —señaló con su vaso a Joe, quien seguía colgado de sus hombros, totalmente ebrio.

Me reí con una carcajada.

¡Par de locos!

En el estéreo sonaba "I Gotta Feeling" de Black Eyed Peas. Recorrí la sala con la mirada. Al otro lado de la piscina, Nina y Jerry disfrutaban de un partido de ajedrez.

¡Quién lo diría!

Alan, en cambio, estaba solo en un sillón, los pies descansando sobre la mesa mientras sostenía una botella de cerveza. Algo llamativo captó mi atención: aún llevaba ese peculiar colgante de oro alrededor del cuello.

Era mi momento de entrar a escena.

¡¿Qué será lo que le sucede a este chico enamoradizo?! Me pregunté.

—¿Y bien? ¿Vas a responder a lo que estoy pensando o esperarás a que lo pregunte en voz alta? —comenté al tiempo que tomaba asiento en el apoyabrazos de su sillón.

Fue entonces cuando notó mi presencia. Y alzó la cabeza para mirarme a los ojos.

—¿Eh? —dijo confuso. Luego comprendió—. ¡Ah, claro! De hecho, no estoy leyendo tu mente ahora.

—¿No?

—No. Simplemente estoy sentado, observándote —respondió. Solté una risita antes de rodar los ojos—. ¿Y bien? ¿Vas a preguntarme o esperarás a que lea tu mente?

—Bueno, era menos incómodo si no tenía que preguntarlo, pero aquí voy —tomé una extensa bocanada de aire antes de continuar—. ¿Qué hay entre tú y Julieanne?

Su boca se abrió con sorpresa.

—Eres una pequeña… —no completó la frase—. Sabías que estaba pensando en ella, ¿no? ¿Cómo lo haces?

Sonreí.

—Hmm… ¿Crees que eres el único que lee mentes? —bromeé antes de darle un ligero golpecito en el brazo—. No intentes cambiar el tema, niño. Respóndeme.

Esbozó una sonrisa nerviosa, con los ojos entrecerrados.

—De acuerdo, me gusta. Mucho, diría yo —confesó en voz baja.

Lancé un pequeño grito de emoción y lo besé en la mejilla. Él se reía.

—¿La has visto desde aquel desafortunado día? —curioseé.

—La he visitado, sí. Me ha estado enseñando a utilizar mis poderes, aunque su madre no aprueba que nos veamos. Ella es una Ravenwood, yo soy un Black —suspiró—. ¿Te mencioné alguna vez que nuestras familias tienen… diferencias? Además, Julieanne ha estado bastante deprimida por la muerte de su padre.

—Bueno, bueno… ¿Qué tenemos aquí? ¿Romeo y Julieta versión vampiro? —Ambos nos reímos de esa idea—. Aunque, por otra parte, Jonathan murió de manera atroz. No merecía ese final. Es una pena, sólo intentaba ayudarnos. Pero aquí es donde entras tú para consolar a la bella damisela, ¿no es así?

Él continuó riendo con timidez.

—Eres una chica cruel.

—Eso me dicen. Por cierto, lamento haber llamado zorra a tu novia —luego de una pausa, agregué—: ¿Se han acostado?

Me miró de forma suspicaz.

—Sobre eso… —vaciló—. Ella guarda castidad. ¡Hasta el matrimonio!

—¿Qué? —exclamé, sorprendida—. ¡De lo que se pierde! Pero tú harás que rompa su celibato, ¿verdad? No podrá resistirse ante una bomba sexy como tú. —Mis ojos se abrieron ampliamente al contemplar la segunda posibilidad—. ¡¿O planeas casarte con ella?!

—¡Uh! No, no, eso no… Aún.

***

Un rato después, me dirigí hacia la cocina en busca de una cerveza para Alan, con la esperanza de avivar aún más la conversación. Al posar mi mano en la puerta del refrigerador, una sensación gélida cosquilleó en mi hombro. Después de girarme bruscamente, me congelé.

El cuerpo traslúcido de Darius estaba frente a mí.

—¿Bu? —dijo, imitando a un fantasma. Grité—. Hey, hey. Shhh.

Cuando cubrió sus oídos, dejé de gritar.

—¡¿Dónde estuviste, Casper?!

Rió con una carcajada bulliciosa y burlona.

—¡Oh, Angelique! Te eché de menos.

—Yo estoy molesta, y mucho. ¿Por qué demonios no apareciste cuando te necesitaba?

Su rostro adoptó una expresión seria.

—No me lo permitían. No me dejan intervenir en el mundo de los humanos —se excusó—. En realidad, vine a despedirme, Angie. Es momento de que me marche para siempre, ahora que sé que estás a salvo.

—¿Qué?

—Sí, chiquilla. Debes comprender que estoy muerto, y debo partir definitivamente hacia el otro lado. Lo entiendes, ¿verdad? Si no me voy ahora, nunca podré encontrar la paz eterna. Estarás bien, te lo prometo. Ahora es cuando tu destino te brinda recompensas. Serás inmensamente feliz. ¿Me dejarás ir?

Tragué saliva.

—¿Acaso puedo impedírtelo?

—No realmente, pero si no me das tu aprobación, eso pesará en mi conciencia por el resto de mis vidas. Me han concedido regresar una vez más, esta única vez, sólo para despedirme de ti —expresó—. No quiero que estés enojada conmigo. Te extrañaré mucho. Siempre estaré presente en tu pensamiento, aconsejándote. Y en tu corazón, si me lo permites

De pronto, quería llorar.

—¡Maldición! —exclamé con la voz quebrada y el ceño fruncido—. Si tan solo tuvieras un jodido cuerpo tangible, de carne y hueso, podría abrazarte. ¡Odio las despedidas!

El cuerpo de Darius adquirió súbitamente más color, tornándose menos etéreo.

—Vine preparado para ello —comentó, esbozando una sonrisa, antes de dejar de ser transparente.

Finalmente pude admirar su piel pálida como la nieve, sus ropas anticuadas, sus ojos azules justo frente a mí…

Abrió sus brazos.

—No quería llegar siendo corpóreo, por si te enojabas y lanzabas algo contra mi cabeza.

—¡Imbécil! —le dije, mientras soltaba algunas lágrimas.

Tan pronto como me arrojé en sus brazos gélidos, me rodeó con fuerza. Al abrazarlo, algo resultaba extraño; no había latidos, ni aliento, sólo piel fría rozando la mía.

—Te extrañaré más de lo que crees —le aseguré, aún envolviendo su torso—. ¿Quién estará allí para darme un buen susto cuando lo necesite? ¿Quién vendrá a cerrar mi boca con sermones? ¡Cielos! No quisiera que tuvieras que irte.

Sentí cómo acariciaba mi cabellera.

—No me olvides —me dedicó una sonrisa—. Siempre recuerda al chico fantasma que estaba ligeramente enamorado de ti.

—No lo haré, no voy a olvidarte —me apreté contra su pecho—. Espero que tampoco me olvides.

Se rió estruendosamente.

—Aunque quisiera, no podría. ¿Quién podría olvidar a una busca problemas como tú?

—No seas tonto —gimoteé.

—Cuidaré de ti, de tu familia y amigos tanto como pueda, lo juro. —Levantó su mano derecha en señal de juramento—. Tú, tu futuro esposo, tus padres, tu hermanita, los chicos, todos van a estar bien. Y, por cierto, ¡felicidades!

Me alejé un poco para mirar su expresión.

—Bueno… ¿Adiós?

—Sí, hasta siempre, Angelique —susurró. Pero luego me di cuenta de que no había susurrado, su voz se disipaba al igual que su cuerpo—. Y recuerda, nunca vence el bien o el mal, siempre es el amor quien triunfa.

Quise tomar su mano con fuerza, pero ésta se desvaneció.

Suspiré audiblemente.

Bueno. Adolph tenía razón: "El amor es sumamente complicado. Sin embargo, es la fuerza más poderosa del universo".

****

—Estoy tan orgullosa de ti —me decía Nina mientras rociaba una nube de fijador en mi peinado.

Me aplicó meticulosamente máscara de pestañas, retocó mi labial y subió el cierre de mi ajustado vestido rojo, que se extendía hasta mis pies, con un pronunciado escote en la espalda y una abertura sensual en una de mis piernas. Por otro lado, ella llevaba un largo vestido de color azul oscuro, y su labial replicaba el mismo tono.

—Chicas, el novio está listo —Adolph irrumpió en la habitación, se paró bajo el umbral y mantuvo la puerta abierta para nosotras.

El hombre lucía magníficamente en su esmoquin blanco y negro de estilo antiguo. Traía zapatos de cuero pulido, pañuelo y flor en el bolsillo. Su cabello rizado estaba peinado impecablemente. Cada detalle de su apariencia estaba perfectamente cuidado.

Nina tenía mucha suerte de tener a un hombre tan estupendo a su lado. Ella pareció no notar su presencia, mientras que él permaneció embelesado, admirándola con fascinación.

—Dame dos minutos —murmuró Nina antes de correr apresuradamente hacia el espejo—. ¿Qué tono de cabello combina mejor con mi vestido? Teniendo en cuenta que la noche es púrpura y mi vestido azul… ¿Qué opinan si lo llevo negro?

Ella, inquieta y nerviosa, brincaba como un saltamontes de un lado a otro, probándose pelucas.

Adolph soltó el pomo de la puerta para entrar.

—Están hermosas, ambas.

Cuando se acercó prudentemente a su esposa, ella finalmente lo miró. Sus ojos lo desnudaron, devorándolo de pies a cabeza.

—Estás… increíble —balbuceó.

Con una grácil sonrisa, Adolph le sujetó el rostro entre sus manos.

—También tú —le dijo—. Pero sabes que para mí eres más hermosa con tu cabello natural, Nina. Ya no eres la chica del cabaret, no tienes que usar esto —el vampiro le removió la maraña de cabello negro falso, revelando su precioso cabello dorado que caía hasta su cuello. Levantó su barbilla con un dedo y la besó dulcemente en la boca, mientras ella lo envolvía con sus brazos.

¡Qué ternura!

—Vamos, princesas —Adolph ofreció un brazo a Nina y otro a mí.

Dado que Adolph era el mayor y se había convertido casi en un hermano o padre para mí, habíamos acordado que me acompañaría al altar.

Al salir de la recámara, nos dirigimos al jardín trasero del hotel, donde se desplegaban luces coloridas y un largo pasillo iluminado por los faros en el césped. Las exóticas flores de tonalidades vibrantes adornaban el encantador lugar, la luna violeta de Somersault derramaba su luz y las estrellas enormes se superponían en el cielo.

Todo estaba abarrotado de flores, colores y ornatos, igual que un bosque de un cuento de hadas. Una marquesina con un dosel blanco cubría la zona, con sillas elegantemente dispuestas hacia el estrado. Había más personas de las que imaginé que asistirían.

Alan, tan apuesto como Adolph, me observaba desde la distancia mientras murmuraba al oído de Julieanne. Las demás hermanas Ravenwood también estaban presentes, al igual que su madre, ahora viuda.

Entrecerré los ojos intentando distinguir a la multitud de vampiros que esperaban ansiosos por la ceremonia.

Distinguí una silueta con cabello verdoso como el pasto. Ése era… ¡Oh! Por supuesto, el chico vampiro de la banda de Jerry. También reconocí a Erick, el amable hombre que nos proporcionó nuestra opulenta mansión en Manhattan. Una mujer con un velo transparente se acercó a Alan, su madre.

Un hombre de tez morena compartía risueño con una dama madura. ¿Quiénes eran? Hice un esfuerzo por recordar. El caballero era Jacob, el dueño del bar donde vi a Bartholomeo por primera vez, y la dama, la camarera de la taberna de Somersault, donde Joe había apaleado al ilusionista.

¿Y aquel niño rubio...? ¿Era acaso Edmond? ¡Dios! Sí, era él, vestido elegantemente y sonriente. Si estaba tramando arruinar mi boda, me encargaría de enseñarle una lección a ese mocoso.

La alfombra blanca se extendía por el césped como un sendero aguardando mi paso. Adolph dejó a Nina en manos de Jerry. Una risa casi se escapa de mi boca al ver al rubio mortal, que por primera vez llevaba mucho fijador en el cabello. Tenía sus anteojos puestos, un traje gris y unos Converse.

Tragué saliva al darme cuenta que mis piernas estaban temblando. Si continuaba dando pasos, me desmayaría.

¡No ahora! Me recriminé. Angelique, no ahora.

Avancé hacia el impoluto pasillo, sintiendo un nudo en la garganta al distinguir a Joe bajo los reflectores, ataviado con un traje blanco impecable y esplendoroso. Nunca había visto a Joseph completamente de blanco, y ahora que lo veía, era como cumplir una erótica fantasía que no sabía que tenía.

El traje ceñía su cuerpo, delineando su figura masculina esculpida por músculos. Su rostro estaba radiante, con labios de un rosa natural, ojos iridiscentes de plata y una sonrisa perfecta con colmillos. Su cabello, que había vuelto a ser corto, lucía elegantemente peinado. Y su barbilla estaba pulcramente afeitada. Era una vista espléndida.

¡Lo amaba con locura!

Antes de que pudiera darme cuenta, caminaba en dirección al altar.

—Te ves muy hermosa, Angelique. Estoy muy feliz por los dos —me susurró Adolph durante el trayecto para intentar tranquilizarme—. Me siento muy orgulloso, como si fueras de mi propia familia.

Una vez que estuve cerca de Joe, mi respiración se detuvo.

—Te quiero, pequeña —me dijo Adolph antes de besarme en la frente y dejarme justo delante de mi prometido.

El aroma húmedo de la noche se mezclaba con la exquisita fragancia de Joe, que comenzaba a marearme. Mis rodillas flaqueaban, a punto de ceder.

Lo miré a través de mis pestañas húmedas.

¡No llores! Me dije a mí misma. ¡No eres una niña, no llores!

Aquel hermoso vampiro estaba tan cerca que apenas podía ser consciente de algo más que su presencia.

Él pronunció sus votos con seguridad, incluso soltó algún chiste que hizo reír a toda la audiencia. A diferencia de mí, que balbuceé las palabras con la voz entrecortada. Mis dedos se encontraban fríos y temblorosos cuando tomó mi mano para colocar el anillo. No obstante, ponerle su anillo fue lo más gratificante. Experimenté un deleite inmenso en ese momento.

Con el maquillaje corrido por toda su cara, Nina sollozaba descontroladamente sobre el pecho de Adolph, quien le daba tiernos besos en el cabello mientras trataba de secar su cara con un pañuelo.

Todo se hizo como es debido, siguiendo las arcaicas tradiciones de los Zephyrs.

El Zephyr detrás del podio nos tendió una daga y una copa. Joe presionó la hoja afilada sobre mi muñeca hasta que una línea granate apareció. Dejé que la sangre gotease en el interior del cáliz vacío y luego repetí el proceso en la muñeca de Joe para que su sangre se mezclara con la mía dentro de la copa.

Bastaron un par de segundos para que las fisuras en nuestra piel se sellaran.

Joe me ofreció su mano para guiarme hacia el ataúd donde debíamos permanecer encerrados mientras preparaban un néctar con nuestra sangre. Subí encima de él, acomodándome en el interior de ese diminuto espacio con mi espalda contra su pecho. Cuando se cerró la puerta del féretro, todo se volvió negro.

—Lo que faltaba, quieres aprovecharte de mí —murmuró Joseph en mi oído al sentir que apoyaba mi mano en su muslo accidentalmente. Era su intento por hacer que me relaje—. Que sea tu esposo no significa…

Al oír mi risita en la oscuridad, se calló, satisfecho.

—¿Qué es eso que siento?

—Perdón, no puedo evitarlo.

Le di una palmada en la pierna.

—¡Eso no! —protesté, ruborizándome—. Tu prendedor se está clavando en mi espalda.

—¡Ah, eso otro!

Tan pronto como la puerta del ataúd se abrió, nos incorporamos lentamente. Alrededor, habían puesto flores blancas, negras y rojas, como indicaba el ritual.

Según la costumbre, los novios debían levantarse de un sarcófago como símbolo de que, al contrario de los humanos, ni siquiera la muerte podría separarnos.

Tétrico, pero excitante.

El brebaje preparado era un vino exótico con ese toque selecto de nuestras sangres combinadas. Debíamos beberlo como muestra de nuestra unión a través de la sangre. Se creía que aquello nos purificaría, fusionando nuestras almas en una sola.

Los rituales continuaron. En cada boda de esta índole, los vampiros de mayor linaje debían legarnos dones, habilidades o poderes como obsequio matrimonial.

Julieanne nos entregó como ofrenda colgantes de oro, similares a los que Alan llevaba. Nos explicó que simbolizaban que habíamos sido bendecidos bajo el don de su protección. La madre de Alan se acercó para otorgarnos virtudes de Zephyr. Nos tomó de las manos, rezó en voz baja un cántico extraño, y al finalizar, se retiró con una sonrisa mientras expresaba sus buenos deseos.

Para la siguiente ceremonia, Joe debía arrodillarse ante mí y rendirle culto al dios de la luna mediante oraciones. Nuestro deber era agradecerle por hacernos dueños de la noche y brindarnos la inmortalidad junto con... Lilith.

Por obvias razones, decidimos omitir la parte de Lilith.

El oficiante le entregó a Joe un listón de seda roja. Como se me indicó, me quité las zapatillas para que mi esposo atara la cinta alrededor de mi tobillo izquierdo al tiempo que recitaba las palabras que había memorizado, las cuales expresaban gratitud en un extravagante lenguaje vampírico a cada dios por concederle una mujer.

Por último, pusimos nuestras firmas en el Gran Libro Inmortal.

—Por decreto oficial, Angelique Eve Moore queda consagrada a Joseph Adam Blade —declaró el maestro de ceremonias—. Cuerpo y alma de esta mujer se entregan a este caballero, quien la ha marcado con su sangre, ofrendas, votos y sacrificios. Cada vampiro u hombre cerca de la doncella tendrá conciencia de que tiene un propietario. Al igual que cada mujer sabrá que Joseph comparte su alma con esta bella dama —el hombre robusto tomó aliento—. Los declaro, marido y mujer. Puede morder a la novia —Joe y yo alzamos una ceja con astucia—. Es broma, no deben hacer eso en público. ¡Pueden besarse, carajo!

Quizás, en una iglesia, habríamos sido más discretos al besarnos, pero no estábamos en tal lugar. Los dos ansiábamos impacientes ese maravilloso momento. Sujeté la cara de Joe entre mis manos y me entregué a un beso profundo, poderoso e intenso. La emoción me consumía al tiempo que los aplausos de nuestros invitados resonaban en mis oídos. Todos esos rituales me habían dejado agotada y hambrienta de Joe. Él me rodeó la cintura con un brazo mientras devoraba mis labios con ferocidad. Comenzábamos a jadear cuando fuimos interrumpidos.

—¡Hey! ¡Busquen una habitación! —vociferó Jerry.

Me aparté de los labios de mi esposo y tomé una servilleta para limpiar el labial que había manchado su barbilla y mejillas.

—¡Ya tenemos una habitación! —contestó Joe al tiempo que le frotaba el trozo de papel por el mentón.

—Sí, bueno, úsenla —añadió Adolph entre risas.

Nina saltó para abrazarme, dejándome empapada con lágrimas. Lloraba a cántaros.

—¡Oh, niña! —clamó entre sollozos—. ¡Estoy tan feliz como si fuera mi propia boda! Ustedes se lo merecían. ¡Finalmente! ¡Los quiero mucho! Quiero que sean felices como perdices y tengan una excelente vida sexual.

—¡Nina! —la reprendí con un chillido.

Todos rieron.

—¡¿Qué?! —respondió ella con aparente inocencia—. ¡Es cierto! —abrió sus brazos para Joe—. Ven aquí, muchachote.

Los chicos me abrazaron uno a uno, felicitándome al tiempo que bromeaban conmigo.

Después de que se marcharon a disfrutar, Joe me lanzó una mirada picante. Recorrió mi figura de arriba abajo con una mirada de soslayo. Sus manos descansaban en sus bolsillos y su sonrisa era tan seductoramente letal que podría resultar intoxicante y adictiva. Le devolví la sonrisa de la manera más cautivadora que pude, sintiendo el rubor en mis mejillas. Él se aproximó discretamente, dando dos cortos pasos hacia mí.

—¿Sabes qué he estado esperando con más ansias de esta boda? —susurró sensualmente cerca de mi oreja.

Su potente fragancia se apoderó de mis sentidos. Esa noche su aroma se componía de una mezcla única: su apetitosa sangre, flores, ese perfume especial que guardaba en el armario, loción de afeitar, licores costosos y el dulce aroma de su piel lujuriosa.

Tenía un peculiar brillo en los ojos, como chispas de picardía. Las puntas de sus colmillos se asomaban a causa de su sonrisa torcida y ardiente, más ardiente que el mismísimo infierno.

Mi temperatura aumentó cuando deslicé mi mirada por su cuerpo perfecto, envuelto en blanco como un ángel celestial.

¡Por Cristo! Agradecía no estar en una iglesia. ¿Lujuria en la iglesia? Eso era malo. O quizás no. Era mi esposo, después de todo.

—Creo que es lo mismo que he estado esperando —murmuré después de mordisquear el lóbulo de su oreja para tentarlo.

Sentí el estremecimiento que recorrió su cuerpo.

—Estoy caliente, nena —gruñó, rodeando mi cintura con un brazo antes de apretarme contra su torso—. En lo único que puedo pensar es en nuestra sexy noche de bodas. Y en la luna de miel.

Me reí, depositando un fugaz beso en sus labios.

—¿Quieres escaparte? ¿Vamos arriba a esa cálida habitación? —Le acaricié el pecho.

—Nada me gustaría más, Angelique Blade.

Un tórrido ardor ascendió por mi piel al escuchar mi recién adquirido nombre de casada.

¡Era una mujer casada!

Después de tomar de la mano a mi amado vampiro, lo conduje escaleras arriba, hacia nuestra suite. Él me besaba con vehemencia mientras rebuscaba en sus bolsillos la llave. Al no hallarla, se alejó un centímetro de mis labios y soltó una maldición.

—Ábrete —le gruñó a la puerta. Sonreí extrañada cuando la puerta se abrió. La penumbra nos envolvió al entrar—. Luces.

Como por arte de magia, cientos de velas encendieron sus llamas, formando una hermosa cadena de luces alrededor de la espaciosa estancia.

La ciudad subterránea seguía siendo un misterio para mí. Todo tenía vida en aquel lugar.

En el centro del dormitorio, reposaba una colosal cama con dosel y sábanas rojas de satén, y a un lado, una mesa repleta de exquisiteces en bandejas de plata. Observé enormes copas con frutas, licores, vinos, botellas de champán y una vajilla fina. ¡Era un festín digno de reyes!

—¿Todo eso es para comer? —pregunté asombrada.

—Entre otras cosas —susurró al tiempo que rodeaba mi cintura desde atrás, acariciando mi cuello con sus labios suaves y suculentos.

Apoyé la mano sobre su mejilla antes de dejar caer la cabeza sobre su hombro. Mi espalda se arqueó ante su placentero contacto.

—Esta noche será como tú te la mereces. Voy a hacerte el amor muy lentamente, muy apasionadamente —siguió murmurando. Su boca ascendió con mordisquitos suaves desde la base de mi cuello hasta mi oreja—. Te prometí una noche especial. Ahora es el momento.

Sus manos subieron hasta mi cabello, acariciándolo suave y pausadamente. Sentí que mi sangre hervía debajo de mi piel.

—¡Oh, Joe! Estás provocando una severa fiebre en mí —musité.

Largó una risa grave y elegante.

—Si tienes fiebre, no podremos hacer nada. Tendrás que acostarte a dormir pronto.

Sus mordidas recorrieron mi nuca hasta llegar a mi oreja. Su aliento cálido acariciaba mi piel.

—Contigo cerca, lo menos que podré hacer será dormir —me giré para lamer sus labios.

—¡Me ofendes! ¿Cómo podría mantenerte despierta?

¡Lucía tan hermoso con esa expresión fingida de inocencia!

Sí, claro. El chico que no rompe un plato.

—No lo sé. Debes saberlo mejor que yo. ¿Por qué no me muestras?

—Pervertida.

—Malvado.

Tomó mis labios con exigencia al tiempo que presionaba su cuerpo contra el mío. Mi pecho bajaba y subía con dificultad, chocando con el suyo. Mis pezones se endurecieron por la fricción.

Con absoluta confianza, buscó el cierre de mi traje.

—Hoy estás ardiente, así que perdona si arruino tu peinado, tu maquillaje o incluso tu vestido.

—¡Dios! Si supieras lo sensual que te ves en color blanco… ¡No puedes imaginarte cómo me enciendes!

Soltó una carcajada.

—Sigue insultándome, es sexy cuando tú lo haces.

Comenzó a bajar el cierre de mi vestido rojo.

—No puedo, no se me ocurre nada cuando eres tan adorable y encantador.

Mi vestido cayó al suelo.

Sin dejar de tocarme, deshizo los broches que mantenían mi cabello en su lugar antes de despeinarme con los dedos.

—Bruja —intentó provocarme.

—¡Oh! —dije silenciosamente, formando una gran "O" con mis labios—. Idiota.

Su sonrisa se hizo más amplia. Atrajo mis caderas hacia su pelvis.

—¡Tonta! ¡Bella tonta!

Le di un beso en el cuello.

—Si me insultas con palabras bonitas, no podré decirte nada realmente cruel —le reproché.

Temblé entre sus brazos cuando sentí que lamía mi garganta, descendiendo despacio hacia mi clavícula. Agarré sus hombros para evitar caer.

Alejándose, se dirigió a la mesa, tomó la botella de champán y la descorchó. Emití un grito divertido cuando el líquido estalló y la espuma se derramó en todas direcciones.

Se rió de forma muy sensual al tiempo que intentaba limpiar las gotas salpicadas sobre su cara. Sirvió dos copas.

—Siéntate —me ordenó, apuntando con la botella hacia el enorme colchón.

Tan pronto como hice lo que pidió, me entregó una copa.

—Bebe un poco mientras te hago un delicioso masaje. Debes estar muy tensa.

—Sí, tú me pones muy tensa.

Levantó una ceja.

—¿Sólo tensa?

Mis mejillas ardieron.

Después de beber un sorbo en silencio, dejó su trago en la mesa. Y cuando sus manos se situaron encima de mis hombros, mi vientre se contrajo con tanta fuerza que quise gemir.

Tan solo eso era suficiente para excitarme.

Tratando de calmarme, bebí de mi copa, sintiendo el sabor efervescente en mi lengua.

De rodillas detrás de mí, sus cálidas manos comenzaron a moverse sobre mis hombros muy lentamente, masajeándome con un suave compás y ejerciendo una presión ligeramente dolorosa. Sus pulgares hacían círculos sobre mis omóplatos mientras mis terminaciones nerviosas respondían mandando estímulos a cada músculo de mi cuerpo.

—¿Por qué nunca antes me hiciste un masaje? Eres impresionante —dije en un gruñido ronco.

—Sabes lo apresurados que somos cuando tenemos sexo, no había tenido tiempo para tales detalles. Pero hoy te volveré loca, lo juro.

—Eres cruel.

Cruelmente delicioso.

Gemí de goce.

—No hagas ese sonido, tengo problemas cada vez que lo haces. Haces que me endurezca, preciosa.

—No es justo que tú estés completamente vestido —alcancé a balbucear. Él detuvo el masaje para quitarse el gabán blanco—. ¿Sólo eso?

—Por ahora —contestó con una sonrisa entusiasta.

Después de quitarme el sujetador, recorrió mi columna con el dorso de su mano.

Me hacía perder el aliento.

Lo amaba, lo amaba con toda mi alma.

Estiró su brazo hacia el tazón de fresas con crema y puso una de esas frutas en mi boca, obligándome a separar los labios. Mordí la tierna carne del fruto despacio. Una vez que terminé de comerlo, su dedo medio se hundió en mi boca. Lo sentí en la punta de mi lengua.

—Tienes una boca deliciosa —su voz me provocó un escalofrío.

Luego de dejar mi bebida encima de una bandeja, me giré velozmente para atrapar sus labios con los míos. Sentada sobre su regazo, hice que se recostara sobre las almohadas mientras mi lengua asaltaba la suya.

Detuve el beso por un momento, alejándome para apreciar su perfecto rostro. Él sonreía, jadeante. Sus colmillos habían crecido un poco más.

—Cierra los ojos —le dije al oído.

—No es justo —comenzó a protestar.

—¡Shh! Calla y cierra esos bonitos ojos.

Lo hizo.

Humedecí dos de mis dedos en el champán burbujeante antes de acariciar sus labios con ellos.

—Hmm… —gimió después de lamer la superficie de sus labios mojados en champaña.

Ese movimiento que hizo con la lengua… ¡Madre mía!

Elegí una fruta para dársela.

Cereza, la cereza era perfecta.

Sujeté el pequeño fruto desde el tallo y lo dejé colgando cerca de sus labios. Él lo atrapó con sus dientes en un movimiento tan fugaz que quedé boquiabierta.

Juguetonamente, lo besé en la boca, después en la barbilla, por último en el cuello. Entretanto, comencé a desabrochar los botones de su camisa.

De pronto, él estaba haciéndome cosquillas. Tuve que parar al estallar en carcajadas. Me lancé sobre las sábanas, jadeando, riendo, al tiempo que escuchaba su risita coqueta.

Cuando se subió a mi cuerpo, noté que tenía una mano tras su espalda.

—¿Qué escondes ahí atrás, grandote?

Entonces me enseñó su mano, en la que había una rosa marchita.

—¿Recuerdas esto?

Fruncí el ceño. Y cuando comenzó a acariciar mis pechos con los pétalos secos de la flor, ésta cobró vida, tomando color frente a mis ojos de un segundo a otro.

¡Cómo olvidarlo!

Era la rosa que me había regalado en mi cumpleaños pasado.

—¿Es la misma?

—La misma —afirmó—. ¿Sabes cómo la obtuve? Es una flor originaria de Somersault. Sólo aquí puedes conseguir algo así. Cobra vida cuando estoy contigo.

—Entonces a partir de ahora será para siempre.

—Absolutamente.

La flor cayó al suelo cuando comenzamos a besarnos de nuevo, famélicos. Entretanto, empecé a quitarle la camisa y la corbata con arrebato, hasta que pude apreciar su pecho desnudo. Mis colmillos ardieron, alargándose en respuesta al placer.

Para mi sorpresa, Joe me alzó repentinamente de la cama, depositándome sobre su hombro. Grité.

—¡¿Qué haces?!

Hizo espacio en la mesa para dejarme sentada en el borde.

—Date la vuelta —me pidió con la respiración entrecortada—. Boca abajo.

Aunque vacilante, acaté su orden. Me giré para que mi abdomen estuviera contra la madera. Mis piernas colgaban fuera, las puntas de mis pies apenas alcanzaban el suelo.

Por encima de mi hombro, lo vi alcanzar un envase de miel.

—¿Qué harás con eso?

—Saborearte —su tono fue casual, como el de un niño travieso—. Puedo apostar a que la comida sabe mejor sobre tu cuerpo.

De improviso, algo frío, líquido y espeso tocó mi espalda. Sentí el material pegajoso escurriéndose por mi piel justo antes del golpe húmedo de su lengua. Cerré los puños al tiempo que soltaba un gemido.

—¿Ti piace? —me dijo con un acento exótico.

—¡Ah! Si sigues hablándome en italiano, creo que comenzaré a hiperventilar.

—Bien. Vamos a hacerte jadear entonces. —Apretó su erección contra mis nalgas—. Siente lo que provocas en mí.

Mis bragas y su pantalón todavía nos separaban. Aún así, podía sentirlo endurecido y grande contra mí.

Sus dedos se aferraron a mi última prenda, haciéndola resbalar por mis piernas hasta retirarla por completo.

Pude sentir su mirada saboreando la visión de mi cuerpo desnudo desde su posición.

Con una mano, me presionó aún más fuerte contra la mesa para evitar que me moviera mientras derramaba miel en la zona más sensible de mi cuerpo.

El líquido deslizándose despacio entre mis pliegues me hizo mojarme aún más.

Apreté los dientes para evitar lloriquear de placer.

Cuando se hincó en una rodilla, la anticipación me hizo temblar. Con una mano en cada una de mis nalgas, pasó lentamente su lengua por mi feminidad, de abajo hacia arriba, saboreando la miel. Saboreándome a mí.

Grité, casi sollozando.

Él gruñó de satisfacción al probarme.

—Sabes tan bien… Estás tan lista para mí.

Tan pronto como se puso de pie nuevamente, sentí su palma deslizarse lentamente sobre mi espalda hasta llegar a mi sexo. Su pulgar me acarició de arriba abajo, tentando mi entrada.

—No te reprimas, nena. Déjame escucharte —dijo al darse cuenta de que intentaba silenciar mis gemidos—. No puedo creer que seas mía. Mi mujer.

Uno de sus dedos se hundió muy despacio en mí.

Lloré, palpitando de necesidad.

—Por favor, Joe...

Lo escuché largar una risa grave, victoriosa. Hundió un segundo dedo, comenzando a moverlos dentro y fuera.

—¿Qué quieres de mí, princesa mía? Estoy a tus órdenes. Sólo dilo.

Un tercer dedo se unió a los demás. Y el ritmo aumentó.

Lo único que podía escuchar eran mis sonidos repetitivos mientras sus dedos jugaban dentro de mí. Y el ruido sordo de la humedad.

Cuando comencé a retorcerme, abrumada por mi creciente orgasmo, puso una mano en mi nuca mientras aumentaba la velocidad.

—Joe, no… —protesté, esforzándome tanto por contenerme que mi cuerpo dolió.

Sin embargo, un segundo después, mi interior se contrajo, palpitando contra sus dedos. Un potente grito se escapó de mi boca mientras me estremecía.

No tuve tiempo para recuperarme. Una vez que sus dedos salieron de mi interior, sus escurridizas manos apartaron el cabello de mi espalda. Se inclinó para mordisquear mi nuca a la vez que atrapaba mis muñecas para juntarlas detrás de mí.

Sentí la punta de su miembro frotándose suavemente contra mi hendidura.

Siseé de éxtasis, de necesidad.

Comenzó a entrar en mí tan lentamente que me estaba torturando. No podía soportarlo ni un segundo más. A pesar de que estaba muy mojada, su pene no se deslizó dentro tan fácilmente. Mi estrechez se apretaba contra él a medida que avanzaba despacio en mi interior.

Una vez que me llenó, dio una embestida profunda, contundente, haciéndome gritar.

Sin soltar mis muñecas, se movió contra mí. Lento, pero con mucha fuerza. Llegando a lo más profundo de mí.

Fue entonces cuando sus gemidos llenaron la habitación, colmándome de satisfacción.

De mi boca salían lloriqueos que acompañaban el sonido de su cuerpo chocando contra el mío una y otra vez.

Poco a poco, comenzó a moverse más rápido, provocando que mi cuerpo golpeara la mesa. Mis pezones se frotaban contra la madera con cada embate.

Estaba avergonzada de mí misma por sentir que iba a correrme nuevamente. Pero no podía evitarlo, el clímax estaba creciendo dentro de mí, acumulándose en mi vientre.

Sollocé, incapaz de reprimirlo.

—Joe, me estoy…

—Shh.

Sus gruñidos de placer comenzaron a resonar más alto. Su velocidad aumentó.

El placer me golpeó con fuerza antes de liberarse en un orgasmo más potente que el anterior. La tensión que había crecido dentro de mí se esparció por cada milímetro de mi cuerpo en forma de éxtasis.

Derrotada, apoyé mi frente contra la superficie de la mesa, todavía llorando de placer. Respiré agitada, tratando de tragarme mis sollozos.

Joe salió de mí, soltó mis muñecas y me apretó contra su torso, sujetándome para evitar que mi debilidad me hiciera caer. Después me hizo girar para enfrentarlo.

—¿Por qué lloras, preciosa? ¿Acaso te hice daño?

Limpió las lágrimas de mis mejillas antes de capturar mis lloriqueos en un beso que sabía a miel y cerezas. Luego me sostuvo contra su pecho mientras me calmaba, igual que a una pequeña.

Sacudí la cabeza, haciéndole saber que estaba bien. Más que bien.

—¿Y tú? —susurré, preocupada—. No terminaste.

—Nena, aún queda una larga noche por delante.

Una vez más, me levantó para ponerme en la cama.

Sin que me diera cuenta, puso una cereza encima de mi ombligo. Me dio lentos besos en el abdomen, rasguñándome con sus colmillos. La fruta rodó hacia su boca, donde sus dientes la capturaron. La vi estallar bajo la presión, llenando su boca de un néctar dulce y escarlata.

—Sí, sabe mucho mejor de tu cuerpo —masculló mientras masticaba.

Observé el movimiento de su cuello al tragar.

Con esa mirada traviesa y curiosa, atrapó mi tobillo con una mano, que seguía rodeado por la cinta de seda, la cual debía permanecer ahí los primeros tres meses de matrimonio. Según los vampiros mayores, alertaba a los demás hombres que era una mujer recién casada.

Me sorprendió la delicadeza que empleó Joseph para besar mi tobillo, rozando la cinta roja.

—Estos pies de princesa son míos.

Cuando mordisqueó mis dedos, chillé, luchando por recuperar mi pierna. Y empecé a reír.

Joseph me volvía loca.

Era el hombre por el que cualquier mujer mataría.

Liberándome de su cuerpo, lo tumbé debajo de mí. Me senté a horcajadas sobre él, agarré la crema batida y tracé una línea espumosa en medio de sus abdominales. Con mi dedo tomé un poco de crema antes de llevarla a mi boca. Era igual de dulce que su piel.

El resto de la crema la removí con mi lengua, sintiendo su suculento sabor y la textura de su piel mientras se retorcía bajo mi peso.

Más desesperada que impaciente, comencé a deslizar sus pantalones abiertos hacia abajo con su ayuda.

Tan pronto como descubrí toda su esplendorosa desnudez, me incliné para presionar mis labios en la vena de su cuello. Sentí cómo palpitaba.

Salvajemente sedienta, lo mordí.

Escuché su gruñido de placer cuando mis dientes le perforaron la piel. La sangre corrió hacia mi boca a borbotones.

Necesitaba más, más de su cuerpo. Tenía que…

Moví una mano entre nuestros cuerpos para guiar a su miembro hacia mi interior. Me senté despacio encima de él, intentando refrenar un grito.

Mientras bebía de su garganta, sus manos se aferraron a mis caderas, empujándome contra su masculinidad a un ritmo rápido. Arañé sus brazos y espalda con mis uñas.

Finalmente, el hombre que amaba se había convertido en mi propiedad. Nuestra unión era inquebrantable. Nada podía separarnos el uno del otro. Jamás.

Ningún paraíso era mejor que el éxtasis que ambos sentíamos en ese momento.

—Joe, te amo, yo… —jadeé al tiempo que mi cuerpo trepidaba. Me costaba hablar, respirar—. Te amo.

—Mírame —gimió, sujetando mi cara con una mano. Al abrir los ojos, me encontré con los suyos, repletos de amor—. También te amo, Angelique.

Un grito de derrota se escapó de sus labios cuando se corrió con fuerza dentro de mí.

***

A la mañana siguiente, era oficialmente la mujer más feliz del planeta.

Desperté cuando trajeron el desayuno, rodeada por sus cálidos brazos.

Joe, que sostenía un racimo de uvas verdes en su mano, puso una en mi boca. Besé su pecho mientras la masticaba.

—Esta comida también será bien aprovechada —balbuceó de forma sugerente.

Lo golpeé suavemente en el hombro.

—¿Acaso nunca te sacias?

—De ti, nunca. Pero mejor no hables mucho, porque alguien aquí no dejó de gritar "más" durante toda la noche.

—¡Blade! —mordí su pectoral, dejándole una leve marca como castigo—. ¡Retráctate!

Los dos nos reímos, empezando una guerra de cosquillas. Una vez que nuestras carcajadas se calmaron, Joe escogió otra fruta de la bandeja.

Una manzana: roja, grande, brillante, fresca y jugosa. Se la llevó a la boca antes de morderla.

*****

Contemplé con curiosidad la cinta roja aún ceñida a mi tobillo.

Me encontraba en la sala de juegos de la mansión, rodeada por los vampiros que más amaba.

Nina, con poco maquillaje y con su cabello rubio natural, estaba sentada en el mismo sillón que Adolph. Alan y Jerry jugaban al football de mesa mientras que Joseph hacía ejercicios en una máquina.

—Sigan ignorándome —protesté, cruzando los brazos sobre mi pecho.

En seguida, mi precioso vampiro se levantó grácilmente para besarme. Me sujetó el rostro antes de presionar sus labios contra los míos, apretándolos con la boca cerrada.

De súbito, se separó dos centímetros de mí para olfatearme meticulosamente. Recorrió mi garganta con su nariz después de enterrarla en mi cabello.

—Hoy hueles diferente, Angelique.

Me quedé callada, sin entender a qué se refería.

En ese momento, noté que Joe se arrodillaba frente a mí sobre la alfombra. Sus brazos rodearon mis caderas y su mejilla presionó mi abdomen plano antes de empezar a besarlo repetidamente, con ternura. Parecía emocionado, desbordado de felicidad.

Los demás lo observaban extrañados.

—¡Mierda! ¡No es posible! ¡No puede ser! ¿Puedes creerlo? —exclamó, alzando la cabeza para mirarme desde el suelo—. ¡Acabas de hacerme el hombre más feliz del mundo! —gritó más fuerte antes de continuar repartiendo besos en mi vientre—. ¡Estás embarazada, Angelique!

—¿Fin?—