El hombre que cruzó el umbral de la tienda de flores de Vinca emanaba una presencia que llenaba el espacio con una aura de elegancia y poder. Cada uno de sus pasos resonaba con una medida solemnidad, mientras sus ojos, fríos como el hielo, escudriñaban cada rincón del acogedor establecimiento, como si estuviera evaluando su valía con solo una mirada.
Su figura alta y esbelta se destacaba entre las delicadas flores que adornaban el lugar, y su porte refinado contrastaba notablemente con la sencillez del entorno. Era como si un visitante de otro mundo hubiera irrumpido en el modesto santuario de la naturaleza que era la tienda de Vinca, llevando consigo una presencia que no podía pasarse por alto.
Vinca, quien hasta ese momento había estado ocupada atendiendo al joven desconocido que descansaba detrás del mostrador, se vio obligada a levantar la mirada hacia el recién llegado. Una leve incomodidad se apoderó de ella al encontrarse con la mirada penetrante del hombre, cuyos ojos parecían capaces de desentrañar los pensamientos más profundos con solo un vistazo.
"tum-tum"
El latido de su corazón resonaba en sus oídos con fuerza, como el tañido de un tambor que marcaba el ritmo de su nerviosismo creciente.
-Ahem. Buenas tardes, he venido por el ramo de flores-, repitió el hombre con una voz suave pero firme, aunque con un matiz de exasperación apenas perceptible.
Vinca, sintiéndose momentáneamente abrumada por la presencia imponente del noble, trató de recuperar la compostura. Se levantó del piso e incorporó en el mostrador, esforzándose por mantener una actitud profesional a pesar del desconcierto que sentía.
"¿Qué hace el conde aquí?¿Por qué no envió a su sirviente como siempre?" pensó para si misma antes de responder.
-Buenas tardes, Conde Daildoffor, qué honor contar con su presencia-, balbuceó. Vinca recordó que había olvidado los narcisos dorados en el campo esa mañana. Luchando por encontrar las palabras adecuadas, dijo: -El ramo de flores que solicitó... Bueno, vera...
Pero antes de que Vinca pudiera continuar, el conde interrumpió suavemente con un gesto de su mano, como si anticipara lo que ella estaba a punto de decir.
-Asumo que no está listo-, dijo con una calma que contrastaba con la impaciencia que había mostrado momentos antes. -Es una lástima, esperaba con ansias el ramo-, dijo el conde, su tono educado pero con un deje de decepción apenas perceptible. -Pero entiendo que estos contratiempos son inevitables en ocasiones.
Vinca asintió con nerviosismo, sintiendo el peso abrumador de su responsabilidad recayendo sobre sus hombros.
-Lo siento mucho, Conde Daildoffor. Estaré encantada de completar su pedido lo antes posible-, dijo, aunque en su mente se agolpaban las preocupaciones sobre el joven herido que reposaba bajo sus cuidados.
El conde asintió con indulgencia, su mirada escudriñando el rostro de Vinca en busca de algo más que sus simples palabras pudieran revelar.
-Aprecio tu diligencia, Vinca-, dijo con una voz suave pero firme. -Confío en que sabrás cumplir con tus promesas.
A pesar de sus esfuerzos por mantener la compostura, Vinca sintió un escalofrío recorrer su espalda ante la intensidad de la mirada del conde. Sin embargo, se obligó a mantener la calma y respondió con firmeza:
-Por supuesto, Conde Daildoffor. Haré todo lo posible para no decepcionarlo.
Una vez más, el conde asintió con satisfacción, como si hubiera encontrado lo que buscaba en las palabras de Vinca.
-Muy bien. Esperaré con anticipación la entrega del ramo de narcisos dorados-, dijo, siguiendo la mirada preocupada de Vinca hacia abajo del mostrador.
Fue entonces cuando su mirada se detuvo en el joven desconocido que reposaba en el sueño, sobre la camilla improvisada de ramas y hojas. Su rostro pálido y sereno como el de un durmiente. Intrigado, el conde se acercó al joven y examinó sus heridas con una mirada crítica, como si estuviera evaluando su estado con la misma atención que había prestado a Vinca momentos antes.
-¿Quién es este joven?-, preguntó el conde, su tono de voz frío y calculador, revelando una curiosidad que parecía más una orden para responder su pregunta.
Vinca vaciló por un momento.
-Es un... viajero-, respondió finalmente, eligiendo sus palabras con cautela. -Lo encontré herido en el bosque y... no podía dejarlo allí.
El conde arqueó una ceja, evaluando la veracidad de sus palabras con una mirada penetrante. Aunque su expresión era impenetrable, Vinca podía sentir la intensidad de su escrutinio como un peso sobre sus hombros.
-Interesante-, murmuró el conde, aunque no estaba claro si expresaba genuina curiosidad o simplemente estaba haciendo una observación. -Tu acción es muy loable-, añadió después de un breve silencio. -Pero ten cuidado de no involucrarte en asuntos que están más allá de tu comprensión-, advirtió como si hubiera visto algo en la situación que escapaba al entendimiento de Vinca.
Vinca asintió en silencio, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda ante las palabras crípticas del conde. No estaba segura de qué significaban, pero tenía la sensación de que había algo más detrás de ellas de lo que parecía a simple vista.
-Está gravemente herido-, dijo el conde mientras terminaba de examinarlo. Su voz resonando en la tranquila atmósfera de la tienda. -Necesitará cuidados urgentes si quiere sobrevivir.
Vinca asintió una vez más, reconociendo la gravedad de la situación. A pesar de sus mejores esfuerzos por curar al joven, sabía que sus habilidades eran limitadas y que necesitarían la ayuda de alguien con un conocimiento más profundo en medicina.
Con un gesto de despedida, el conde Daildoffor se levantó y se encaminó hacia la entrada de la tienda. Estaba dispuesto a marcharse, pero de pronto se detuvo. Se giró hacia Vinca nuevamente, su mirada penetrante como si evaluara su valía con una intensidad que la hizo sentirse expuesta e indefensa.
El conde sonrió de manera imperceptible, como si hubiera encontrado algo en Vinca que despertara su interés.
-¿Sabes?-, dijo en tono enigmático, -yo podría ayudar a ese joven, pero solo por el precio justo.
Las palabras del conde resonaron en la mente de Vinca, dejando una sensación de intriga.
El corazón de Vinca latía con fuerza mientras contemplaba al misterioso noble. La oferta del conde planteaba más interrogantes que respuestas. ¿Qué tipo de ayuda podría ofrecer? ¿Y qué implicaba ese "precio justo"?