La noche envolvía la Academia con su manto de silencio e intriga. La luna, casi oculta tras nubes errantes, apenas iluminaba los antiguos corredores y aulas ahora desiertas. En este escenario sombrío, una figura encapuchada se movía con destreza entre las sombras, evitando la luz de las farolas como si fuera veneno.
En su aposento, Elizabeth yacía inquieta, sus sueños plagados de presagios y sombras perniciosas. Una sensación inexplicable la despertó: el aire parecía vibrar con la corriente de algo ominoso acercándose. Se levantó, decidida a investigar, impulsada por una mezcla de curiosidad y el deseo de proteger a su comunidad.
Mientras tanto, Torian se encontraba en la biblioteca, su figura iluminada por la suave luz de una lámpara. Estudiaba textos antiguos en busca de una comprensión más profunda de su poder, cuando un susurro apenas perceptible atravesó la estancia. Frunció el ceño, consciente de que esa noche se sentía diferente. Algo estaba en movimiento, algo que amenazaba con sacudir los cimientos de la Academia.
En los exteriores, la figura encapuchada se detuvo. Bajo la capucha, se escondía uno de los agentes de la sombría organización, conocidos solo por unos pocos dentro de la Academia. Con habilidades que desafiaban las leyes naturales, venía con órdenes de reconocimiento, preparando el terreno para un plan mucho más siniestro.
Mientras Elizabeth se adentraba en los corredores, una intuición la guió hacia la biblioteca, donde encontró a Torian con la mirada fija en la puerta apenas entreabierta. Sin palabras, ambos entendieron que no se encontraban solos esa noche. Juntos, avanzaron con cautela, sin imaginar que pronto se encontrarían frente a frente con una amenaza que buscaba desestabilizar el delicado equilibrio de su mundo.
Los rumores acerca de la infiltración estaban a punto de convertirse en una espantosa realidad. Elizabeth y Torian, armados solo con su valor y sus incipientes habilidades, se preparaban para enfrentar la oscuridad que se cernía sobre la Academia.
—Elizabeth avanzó con cautela, su voz era apenas un susurro que se perdía entre las sombras de la biblioteca. —Torian, ¿crees que podría ser uno de los infiltrados?
—Torian se mantuvo alerta, observando cada rincón de la penumbra que los rodeaba, su voz baja pero firme. —No lo sé, Elizabeth. Pero debemos estar listos para cualquier cosa.
La tensión en el aire era casi palpable, ambos conscientes de que la amenaza podría surgir de cualquier sombra. Repentinamente, una figura encapuchada apareció, llevando en su mano un objeto desconocido que emanaba una luz inquietante.
Viendo el objeto, Elizabeth no pudo evitar comentar con un tono de urgencia. —¿Viste eso, Torian? Hay algo en su mano... parece peligroso.
—Sí, lo vi, –respondió Torian, su postura defensiva. —No parece nada bueno. Estemos alertas.
La presencia de la figura encapuchada se hizo más intimidante cuando se giró para enfrentarlos, sus ojos brillando con malicia. —¿Qué hacen niños como ustedes vagando por aquí? Podrían encontrarse con más de lo que esperan, —habló con una voz que helaba la sangre, amenazante y fría.
Elizabeth dio un paso adelante, su valentía brillando a pesar de la oscuridad. —Estamos aquí para proteger a la Academia de aquellos que quieren dañarla. Dinos, ¿quién eres y qué quieres aquí?
Después de un breve momento de silencio, donde el tiempo parecía detenerse, la figura encapuchada soltó una risa siniestra. —Valientes... pero imprudentes. Solo verán el principio del fin. La Academia y sus secretos, todo se revelará pronto.
En un impulso de valentía, Elizabeth se lanzó hacia adelante, intentando atacar al enemigo con una técnica que había perfeccionado en sus entrenamientos. Sin embargo, su ataque no tuvo el efecto deseado; se enfrentaba a alguien con una fuerza y experiencia abrumadoras. Con un movimiento reflejo, el adversario repelió su ataque, enviándola a volar hacia atrás.
Torian, acto seguido, capturó a Elizabeth en el aire, evitando que cayera al suelo. La tensión se palpaba en el ambiente, y la frustración de no poder protegerla lo suficiente lo invadió.
Sin perder un segundo y consciente de la gravedad de la situación, Torian cargó hacia adelante. Aunque no llevaba su espada, sus manos se convirtieron en armas de formidable poder. Con un ataque impetuoso, desató una ráfaga de golpes contra el enemigo, impulsado por una fuerza innata que pocas veces había utilizado a plenitud.
El impacto de sus golpes sorprendió al adversario, quien no esperaba enfrentar a un oponente con tal magnitud de poder. Era evidente que Torian poseía una fuerza comparable a la de un Supremo, esos seres de élite del universo, pero carecía del fundamento básico de pelea. Actuaba impulsado por el instinto, como una feroz bestia, atacando con fuerza bruta sin estrategia ni técnica.
—La fuerza no lo es todo, reconoció Torian entre golpes. Recordando las veces que observó a sus compañeros entrenar, intentó imitar la fluidez y técnica de sus movimientos. Por un momento, su enfoque y adaptación dieron resultado, logrando retroceder al enemigo por primera vez en el combate.
El cambio en su estilo de lucha, de fuerza bruta a una más calculada y técnica, empezaba a nivelar el campo de batalla. Torian comprendió que, más allá de la pura potencia, la clave de la victoria radicaba en la estrategia y el control de sus movimientos. Esta revelación no solo lo ayudó a sostenerse en el combate sino que también marcó el inicio de su evolución con la fuerza de un guerrero y la agilidad de un espadachín.
En el clímax de la tensión, mientras Torian empezaba a adaptarse, demostrando una habilidad combativa que sorprendió a su adversario, un cambio abrupto ocurrió. El enemigo, reconociendo por primera vez a Torian como una posible amenaza en un futuro cercano, decidió que era momento de tomar el conflicto más en serio, con el objetivo de eliminar a Torian antes de que se convirtiera en un obstáculo insuperable.
—Pareces tener potencial, chico. Sería problemático dejarte crecer, dijo el enemigo, con una voz que derramaba intención asesina, sus ojos fijos en Torian. Con una determinación fría, se preparó para lanzar un ataque decisivo, uno que no dejaría opción de contraataque.
Sin embargo, la conmoción generada por la batalla no pasó desapercibida. Las fuerzas de seguridad de la academia, alertadas por el estruendo y la energía desatada en la confrontación, fueron rápidamente desplegadas. Inundaron el área con una eficiencia y velocidad asombrosas, rodeando al misterioso enemigo y poniéndolo en aprietos.
Sorprendido por la repentina aparición de refuerzos, el enemigo valoró rápidamente sus opciones. Con la seguridad de la academia cerrándole el paso, y a pesar de su superioridad en combate mostrada anteriormente, decidió que no era el momento para enfrentamientos directos prolongados.
—Esto no termina aquí, amenazó el enemigo, su voz resonando con un eco que sugería una promesa de venganza. —Prepárense, porque volveré. Y cuando lo haga, nada ni nadie podrá protegerlos. Con esas palabras finales, la figura se desvaneció en las sombras, usando el misterioso objeto que portaba para escapar, dejando tras de sí una atmósfera cargada de ominosas intenciones.
El silencio que siguió fue pesado, lleno de preguntas sin respuesta y una sensación palpable de amenaza latente. Torian y Elizabeth, aunque a salvo por el momento, sabían que esta confrontación era solo el principio de algo mucho mayor.