Chapter 2 - Capítulo 2: Reencarnación

Era un día normal en mi vida, un día aburrido. El insoportable sonido de la alarma me despertó del bello sueño que estaba teniendo. Ay, el dormir... un estado de trance entre la vida y la muerte, un estado de no-preocupación, de libertad absoluta. No hay cuando me siento más vivo que cuando estoy durmiendo.

Mi despertar fue, como siempre, cansado. No tenía ganas de ir a clase –¿Quién las tendría?–, pero no quedaba de otra. Vivo solo, no porque mi familia no me quiera, ni porque se hayan muerto, sino porque me es imposible viajar día sí y día también al punto de encuentro para recibir clases desde mi domicilio particular. Por ello mismo, como de costumbre, me puse el desayuno, desayuné, me vestí... y, bueno, lo típico que hace uno antes de clases, ¿no? Vagar mitad-zombie, aún con parte de la mente en aquel mundo de fantasía llamado sueño mientras instintivamente recorre el camino de todos los días hacia el aula.

Así, cuando volví de mi trance, ya estaba en el aula, sentado. Como era usual en mí, llegué bastante antes de la hora de inicio. No porque me guste ser puntual, no porque me guste levantarme temprano, no porque no tenga nada que hacer, sino porque la posibilidad de llegar tarde y perderme una clase, la inseguridad de que un contratiempo me impida atender a clases, me aterra.

Es martes, así que a primera hora tenemos... ¿qué tenemos? Ah, sí, Historia. Mi asignatura favorita, ¡wow! Nótese la ironía.

El profesor es... peculiar, para decir lo de menos. Digamos que su personalidad es tan coherente como la de los personajes de los dibujos animados: un día está feliz, al día siguiente te riñe si estornudas. Pero, bueno, al menos sus clases son asequibles.

Esperé hasta que el día –el lectivo– comenzara, por fin. Sólo, enredando con el móvil como de costumbre. No soy mucho de hacer amigos, mis compañeros de clase son... eso mismo, compañeros de clase. ¿Para qué ponerles otro nombre? La única relación que tengo con ellos es la de pasar, pedir apuntes y las pocas conversaciones que mi cuerpo me pide para seguir considerándome un animal sociable.

Conversaciones ajenas pasaban por mis oídos, una, y otra... no les hacía mucho caso. Como ya he dicho, no me importaba. Simplemente esperé a que comenzara la primera hora.

Y así lo hizo. Antes de que me diera cuenta, la campana que daba inicio a la jornada escolar sonó. El profesor llegó tarde, para variar. Y entonces, se puso a dar clases... y ya. ¿Qué, quieres que profundice más? Estamos en la introducción, y esto es irrelevante para la historia.

Bueno, avancemos un poco en el tiempo. 2 horas más, minutos antes del recreo. Aquí sí tengo más que añadir, no por necesidad, sino porque este profesor sí merece la mención en esta pequeña historia.

Estábamos en filosofía, hablando de... ¿Platón? Sí, seguramente fuera de él. ¿El profesor? Un crack, ojalá hubieran más como él. Estaba explicándonos el mundo de las ideas de la forma más informal y a la vez comprensiva posible. Todos los alumnos estaban ensimismados, ya sea en la explicación, o en sus teléfonos, pero eso es lo de menos.

5 minutos antes de que la campana sonara, poniendo final a la clase e inicio al recreo, receso o como quieran llamarlo, un fuerte estruendo dictó el final del aula.

—¿Qué... ocurre?—

Y, así mismo, algo salido de un mundo de fantasía, algo que no debería ser posible siguiendo las leyes físicas de nuestro mundo se manifestó en nuestra clase: un círculo mágico. Era... hermoso, similar a aquellos círculos mágicos que tantas veces he visto en los mangas y animes, acompañado de dibujos y un lenguaje desconocido para mi persona a modo de decoración... o quizás servía para potenciar el hechizo, ¿quién sabe? Esa magia es un universo completamente desconocido para mí.

Y, en un abrir y cerrar de ojos, como cuando te duermes en el auto de pequeño y te despiertas en la cama, fui trasladado a un lugar extraño: un... ¿castillo? El aura de elegancia que llenaba aquel lugar así lo hacía parecer: múltiples pilares se extendían hasta varios metros sobre el suelo, y múltiples cuadros de personas totalmente desconocidas se alzaban sobre las paredes de ladrillos. Yo estaba en una alfombra, y, a mi alrededor estaban... ¿mis compañeros? No, claro que no. Estaban personas que no había visto nunca, eso sí, todas parecían compartir mi confusión.

–¿Qué ha pasado?–

–¿Dónde estoy? ¿Qué es esto?–

Lo más normal del mundo comenzó a suceder: aquellos pobres humanos que fueron transportado a otro mundo comenzaron a hacer las preguntas más obvias para intentar eliminar su confusión: ¿Dónde estaban? ¿Por qué estaban allí? ¿Quién les había traído?

Una persona ajena a la multitud hizo acto de presencia. Llevaba una túnica negra que le cubría de pies a cabeza, dejando a la vista su rostro y... poco más. Se trataba de una mujer rubia, con unos hermosos ojos color esmeralda. Esta, como si fuera el perro guardián de aquel rebaño de ovejas desorientadas, habló.

–¡Buenas, héroes! Mi nombre es Maria, fueron invocados por nuestros más poderosos magos para hacerle frente a los incontables problemas que acechan nuestro reino. ¡Les pido, por favor, que no se alteren! Yo, la sacerdotisa Maria me encargaré de explicárselo todo–