Episodio 1
Los minutos pasaban y los cuatro jóvenes conversaban entre ellos de forma muy relajada, como si fuera un día cualquiera. Tenían plena confianza en sus habilidades, las cuales habían estado preparando durante más de cinco años.
De vez en cuando, echaban un vistazo al joven que habían agregado al grupo. Este último se mantenía en silencio, mostrando una actitud apática y desinteresada.
—Ahora continuaremos con la segunda prueba —anunció la voz del presentador, atrayendo la mirada de todos de vuelta al estrado. Junto a él, una pantalla negra mostraba un cuadro grande con tres nombres escritos en colores: azul, verde y naranja, respectivamente:
Fase 1: Examen escrito.
Fase 2: Examen de campo.
Fase 3: Examen de destreza.
—El examen de campo es una prueba de coordinación grupal y control mental. Sirve para medir la parte más importante de cualquier guardia del reino: coordinación, concentración y toma de decisiones. Estas características son las que los diferencian del resto.
La pantalla volvió a cambiar, mostrando un terreno accidentado. En los bordes del límite del campo había pequeñas estaciones, cada una con una bandera numerada. En el centro de la pantalla destacaba un cofre de madera clara con bordes dorados, con un trébol en la parte delantera y una cerradura debajo de este. La llave estaba colocada en la parte superior del cofre, enganchada a una hebilla de metal con forma de cuchara.
Jon volvió a hablar.
—Al iniciar la prueba, serán llevados a una de estas estaciones. Al comenzar, tendrán 100 puntos, los cuales disminuirán por cada enemigo que eliminen. Para completar esta prueba, tienen que obtener la joya que se encuentra dentro de cada cofre; unos veinte en total.
—Pero somos veinticinco grupos —dijo uno de los jóvenes—. ¿Qué pasará con los grupos que no obtengan esa joya?
Jon respondió.
—¿No es obvio? Quedarán descalificados.
Todos los presentes sintieron algo de miedo; fallar significaba no obtener ningún punto en esta prueba, y para pasar requerían una cantidad considerablemente alta de puntos.
Cuando el círculo en el suelo terminó de cargar, todos fueron llevados al terreno de prueba. Era un lugar descampado, lleno de rocas y agujeros, donde las bestias salvajes rondaban los alrededores; incluso había bestias provenientes de lugares peligrosos.
El grupo de amigos lucía tranquilo, y no era para menos. Se habían estado preparando durante mucho tiempo para esta prueba.
Los cuatro chicos tenían una conexión tan fuerte que parecían hermanos. Desde que se conocieron en la ciudad de Cora, han transcurrido diez largos años. Tiempo suficiente para conocerse muy bien y tener ese fuerte vínculo de unidad.
—Bien... llegó la hora que estábamos esperando —dijo Casir levantando su puño.
—Por fin estamos aquí —agregó Rou chocando su puño con el de él.
—Entonces, vamos a hacerlo —sonrió Melao colocándose al lado derecho de Rou.
—Vamos por ello —afirmó Gear.
Los cuatro amigos chocaron sus puños en el aire.
El joven de harapos los miraba, pese a la invitación que le hicieron, prefirió mantenerse distante.
"A continuación daremos inicio a la prueba. Recuerden que deben obtener la joya y regresar a la estación. Deben dejar la joya sobre la mesa de piedra para terminar. La piedra azul que tienen en el cuello es un amortiguador de daño. Cuando reciban un golpe fatal, los teletransportará de regreso al salón, quedando descalificados. ¡Buena suerte!"
Al finalizar el comunicado, la barrera que los mantenía alejados del terreno desapareció.
—¿Cuál piedra? —dijo Melao tocándose el cuello.
Ninguno se había dado cuenta, pero ya llevaban puesto un collar con la piedra azul, tal como lo había dicho la voz de alerta.
—Esto sí que es magia de alto nivel. He estado atento a cada segundo y no he podido darme cuenta de cuándo pasó —comentó Melao.
Se acercó a la mesa de piedra; esta tenía marcada con pintura roja la posición donde debían colocar la joya. Alrededor había muchos estantes repletos de armas de todo tipo, pensado para que los participantes pudieran encontrar algo que se adecuara a su estilo de combate.
—Esto definitivamente es un campo de caza —exclamó orgulloso de su análisis.
Sin embargo, lo que decía era demasiado obvio para todos. Gear no pudo aguantarse las ganas y sin tapujos arremetió entre risas contra su compañero.
—¿En serio? Por un momento creí que estábamos en una granja. —bromeó Gear.
—¿Qué dijiste? —respondió Melao, provocando una discusión entre los dos que parecía de niños.
Mientras tanto, Casir observaba minuciosamente el mapa que les habían entregado, el cual era algo diferente. No contaba con información detallada ni mucho menos nombres que pudieran ser de utilidad. Era solo una hoja de color madera clara con varios puntos de colores que mostraba la ubicación en tiempo real de cada grupo.
—Bueno, al menos nos bastará para saber si alguien está cerca. Mientras tanto, podemos comer algo —exclamó Rou, sentándose en una de las bancas que estaban cerca de los estantes.
—Tienes razón, nos tocará hacerla a la antigua —agregó Casir, sentándose también.
—El mapeo es lo mío, así que no hay de qué preocuparse —dijo Rou, mientras ingería su merienda.
Casir pasó suavemente las yemas de sus dedos por la piedra azul. Esta piedra se llamaba "Aducia", un mineral muy importante por su capacidad de guardar instrucciones mágicas. Era como las placas que usaban para programar los productos mecánicos. Su valor era altísimo; una sola piedra de esas te podía suplir una semana de trabajo. Tenía un uso muy exclusivo en la elaboración de objetos mágicos.
Por eso, Casir trabajaba recolectando estas piedras en la cueva Maralla. El trabajo era duro y dependía mucho de la experiencia y la suerte para poder encontrar piedras de gran valor, como la aducia. Para vender este mineral, se tenía que viajar a las ciudades más populares donde se encontraban los compradores de minerales y los herreros. Y esto le quedaba muy lejos.
—¿Bueno, por dónde debemos empezar? —se preguntó Gear después de terminar de jugar a los empujones con Melao.
Tenían frente a ellos a muchos leones rojos que daban vueltas, esperando a que estos salieran de la estación. Sus grandes dientes sobresalían de sus mandíbulas, y sus miradas eran de sed de sangre; el color de sus ojos carmesí hacía juego con la tonalidad de su pelaje. Para empeorar las cosas, la punta de su cola tenía un exoesqueleto que les permitía lanzar fuego, una bestia muy completa que no se debía tomarse a la ligera.
—Subamos por la cascada —comentó Rou señalando la corriente de agua—. Teniendo en cuenta que se trata de una prueba, dudo mucho que el cofre esté de este lado.
—Bien, pero tenemos que estar atentos a la cueva que está al lado —agregó Casir.
Rou también lo había pensado; era probable que algo se pudiera ocultar en su interior. Sin embargo, era la forma más rápida de llegar al otro lado del terreno. Un enfrentamiento con los leones les costaría puntos y energía.
—Está bien, puedo manejarlo —respondió Rou con plena confianza.
—Bien, para empezar, iremos por un costado —Casir trazó una línea en la arena mientras explicaba el camino que debían seguir—. Solo usaremos la barrera de Rou en caso de que nos superen en número; hasta entonces, los empujaremos con mi vapor para no matarlos.
El joven de los harapos echó una ojeada al grupo. Los jóvenes estaban tan concentrados que parecían entender bien lo que hacían. Con dudas, esperó a que terminaran de hablar sin hacer nada.
Apenas dieron un paso fuera de la línea, una ráfaga de fuego a quemarropa fue dirigida hacia ellos. Por suerte, Casir estaba atento y rápidamente movió una piedra del suelo para defender a sus compañeros.
—No creo que nos dé tiempo de llegar como lo planeamos —indicó Melao, señalando al frente.
De pronto estaban rodeados. Los leones rojos eran rápidos y se movían en manada. Estos saltaron casi al mismo tiempo para atacarlos.
—Vaya inicio— exclamó Rou, al mismo tiempo extendió su mano derecha.
Un muro de aire contuvo el salto de los leones, pero no era suficiente. La pared de aire sólido comenzaba a desgastarse con los constantes arañazos que estos le propinaban. El fuego de sus garras comenzaba a calentar el aire, emitiendo una presión de aire caliente del lado de los jóvenes.
—Rousito, ¿crees que puedas hacer algo? ¡¡Oye!! —gritó Gear.
—Liberaré la barrera y abriré un camino, a mi señal corremos.
La barrera de fuego cayó convirtiéndose en una ola de calor que rodeó al grupo, un nuevo muro de aire fresco apareció formando un pasadizo libre de depredadores.
—¡Ahora! —gritó.
Todos corrieron siguiendo el camino, sin embargo, no eran los únicos, detrás de ellos iba la manada de leones rojos cargando fuego.
—¿En serio no piensas hacer nada? —le preguntó Rou a Gear, quien estaba a su lado derecho.
—¿Yo? —respondió este.
—¿Acaso no es tu especialidad la manipulación del agua? —le respondió Rou.
—Ah, cierto, pero como estabas manipulando este camino, pensé que... olvídalo —Gear desenvainó su espada y apuntó hacia la inmensa ola de fuego que estaba cayendo sobre ellos.
"Divídelo" con esta palabra activó su hechizo mentalmente.
El filo de su espada desprendió una gran cantidad de agua que al ser blandida generó una presión semejante a un torrente que golpeó el fuego junto a los leones rojos, enviándolos al final del pasillo. No les causó un daño mortal. Ahora la manada estaba aturdida y no podían seguirles el paso.
El joven de harapos resultó ser muy versátil y en un instante se les adelantó. Pero no sería fácil llegar a la cima.
Más leones rojos aparecieron por debajo de las piedras que había al pie del acantilado. Era una emboscada.
Ahora todos se detuvieron, excepto el joven, quien seguía subiendo saltando de roca en roca. Sin embargo, dos de la manada que lo seguía lograron alcanzarlo.
A esa distancia era imposible ayudarle. El león estaba con su mandíbula abierta a unos centímetros de morderlo.
"Alerta del sistema — 2 puntos, Puntaje total: 98".
Un corte limpio con un látigo púrpura separó la cabeza del cuerpo del león, mientras el joven seguía subiendo sin problemas.
—Bueno, es mejor de lo que tenía pensado. —Comentó Rou, quien había pensado usar un tornado para alejar a los leones rojos. De haberlo hecho, probablemente hubiera matado a toda la manada arrojándolos por el acantilado.
—Bueno, no está nada mal —asintió alegre Melao —no tuvimos que lidiar con esas cosas.
Gear lo miraba sorprendido; en ese transcurso de tiempo, el joven de harapos consiguió llegar a la cima.
—Es muy rápido —dijo.
El grupo comenzó a escalar usando clavos de metal con cuerdas. No querían gastar magia, pero tampoco accidentarse. Confiaban en su fuerza física como todo joven. Además, el joven de harapos lo había logrado fácilmente.
Cuando el grupo estaba cerca de la cima, un temblor sacudió la tierra violentamente. Todos se aferraron a las sogas que colgaban de los clavos metálicos en la pared. Gear se había soltado.
—Esto es malo —dijo mientras trataba de aferrarse a la soga.
El joven se balanceaba de un lado a otro. El temblor destruyó las rocas, haciendo que el clavo al que estaba unida su soga se soltara. Melao, quien estaba cerca de él, saltó estirando su brazo derecho para tomar la soga, evitando así su caída.
Ahora todos estaban fuera de peligro, o eso era lo que se pensaba. Los fuertes temblores que habían provocado, hicieron que el ser que se escondía en la cueva saliera. Un gólem de piedra de aproximadamente ocho metros ahora los tenía en la mira. Como si fuera una planta, arrancó un gran árbol del suelo y con su otra mano tomó una gran roca.
Por la pose que adoptó, eran obvias sus intenciones. Un escudo no sería suficiente para retener los lanzamientos que hiciera. La fuerte onda de choque los podría hacer caer.
—No hay de otra ... —susurró Rou.
Para este estaba claro, debía invocar a su crade.
Aquel ser espiritual tenía la capacidad de manifestarse en forma física. Era un ente de apoyo que respondía a la voluntad de su invocador. Existían varios tipos de crades, entre ellos el que usaba el chico: el crade animal. Una hermosa ave blanca de tres metros de alto y siete metros de largo apareció al costado del grupo. Todos los jóvenes saltaron al ave y alzaron vuelo antes de que el gólem lograra golpearlos.
Rou creó varios escudos de aire sólido para evitar que alguna de las rocas lograra golpearlos; aun con todo lo anticipado, la lluvia de rocas llegó a alcanzarles. La fuerza del lanzamiento era colosal; en segundos, aplastó los escudos, provocando que el ave creara torbellinos a su alrededor para evitar que las rocas lanzadas, y las del acantilado destruidas por el impacto, los golpearan.
Cuando el ave llegó a la superficie, no pudo aterrizar. El lugar estaba plagado de simios, todos estos estaban armados con piedras en llamas. Los temblores habían despertado su instinto salvaje, estaban molestos.
—¡Nos atacan! —gritó Melao.
Las manos del chico se dirigieron a la funda de su espada. Tenía la intención de cortar las piedras, pero estas fueron más rápidas.
—¡Agáchense! —Gritó Rou, generando una barrera de escudos encima del grupo.
Las rocas explotaron los escudos, dejando debilitado el último que los protegía. La sustancia inflamable había logrado dañar su defensa.
—Si nos elevamos más, los demás aspirantes nos verán —indicó Casir.
—Lo sé, estoy al tanto de ello.
Rou buscaba un lugar donde aterrizar. Era difícil esquivar todas las piedras lanzadas; si el crade recibía mucho daño, podría desaparecer.
Con todo lo sucedido, el grupo se había olvidado del joven de los harapos.
—Casir, cúbreme. Encontré la posición perfecta para aterrizar. —dijo Rou.
—Bien. — le contestó Casir.
Usando su artilugio, creó una corriente de vapor tibio que envolvió al crade de Rou. Cuando el ave aterrizó, Rou disparó fuertes corrientes de aire a través del vapor. De esta forma, se creó una ola expansiva de aire húmedo que empujó a todos los simios por el acantilado.
Al tener una gran cantidad de agua, era como lanzarlos entre nubes, amortiguando su caída. Claro que no era del todo perfecto. Algunos simios podían resultar heridos, pero no sería mucho en comparación con enfrentarlos directamente.
"Alerta del Sistema —14 puntos, Puntaje total: 84".
Ahora, con el área despejada, el grupo podía tomarse un respiro.
—Bueno, no nos descontaron mucho —Exclamo Gear quien había estado tenso todo el trayecto.
—Ahora nos falta encontrar el cofre —apunto Rou.
—Buscar no es una de mis especialidades —agregó Casir.
—Puedo intentar algo —dijo Melao—. Creo que tengo algo de suerte para estas cosas.