Chereads / Renaciendo en la Historia: El Legado de Alfonso VII (Español) / Chapter 27 - Capítulo 27: La Capilla del Castillo: Parte 4

Chapter 27 - Capítulo 27: La Capilla del Castillo: Parte 4

El sacerdote se puso de pie frente al altar, su mirada recorrió la congregación reunida en la capilla, un silencio reverente se extendía por el recinto. Con una voz clara y serena, rompió el silencio que precedía al rito más sagrado.

"Vamos a comenzar la Eucaristía," anunció con solemnidad. "Podéis traer el pan y el vino."

En respuesta, dos miembros de la comunidad se levantaron de sus asientos. En sus manos llevaban las ofrendas que serían transformadas en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. El pan,sin levadura y horneado con cuidado y respeto, y el vino, fruto de la vid y del trabajo humano.

Mientras se acercaban al altar, el resto de los fieles observaban con devoción, conscientes del significado profundo de este acto. El diácono les esperaba al lado del sacerdote, listo para asistir en la preparación del altar para el momento de la consagración.

El sacerdote recibió las ofrendas con manos extendidas, elevándolas brevemente para que toda la asamblea pudiera verlas. "Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos. Él será para nosotros pan de vida."

"Bendito seas por siempre, Señor," respondió la congregación en una sola voz.

Después de colocar el pan sobre el altar, tomó el cáliz con el vino y repitió un gesto similar. "Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este vino, fruto de la vid y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos. Él será para nosotros bebida de salvación."

"Bendito seas por siempre, Señor."

El diácono cuidadosamente dispuso los elementos sobre el altar mientras el sacerdote invitaba a la congregación a orar. "Hermanos y hermanas, que este sacrificio, mío y vuestro, sea agradable a Dios Padre todopoderoso."

La comunidad se unió en oración, consciente de que estaban a punto de participar en el misterio de fe que los unía como familia en Cristo.

El sacerdote, con las manos extendidas, invitó a la congregación a unirse en oración:

"El Señor esté con vosotros."

Y la gente respondió: "Y con tu espíritu."

"Levantad vuestros corazones," continuó.

"Los levantamos hacia el Señor," respondió la asamblea.

"Demos gracias al Señor, nuestro Dios."

"Es justo y necesario," afirmaron los fieles.

Entonces, el sacerdote comenzó el Prefacio:

"En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno. Porque vives y reinas en un mundo sin fin de tiempo, pero en este tiempo que transcurre nos ofreces el tiempo de salvación y nos llamas a esperar con gozo y esperanza la gloriosa venida de nuestro Salvador, Jesucristo."

"Por eso, con los ángeles y los arcángeles, con los tronos y dominaciones, y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria:"

Y toda la congregación se unió para proclamar:

"Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo..."

Tras la aclamación del "Sanctus", el sacerdote extendió sus manos sobre las ofrendas y, con una profunda reverencia, invocó la presencia del Espíritu Santo:

"Te pedimos, Padre, que envíes tu Espíritu Santo sobre estos dones de pan y vino, para que sean para nosotros el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo."

En ese momento sagrado, la congregación se sumió en un silencio aún más profundo, consciente de la trascendencia del acto que estaba por suceder.

El sacerdote, tomando el pan en sus manos, continuó con las palabras de la consagración, repitiendo el gesto y las palabras de Jesús en la Última Cena:

"El cual, la víspera de su Pasión, tomó pan y, dándote gracias, lo bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: 'Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros.'"

Con gran devoción, elevó la hostia consagrada para que todos pudieran adorarla, y luego la colocó con cuidado sobre el corporal.

Luego, tomó el cáliz entre sus manos y, de igual manera, pronunció las palabras que Jesús dijo al tomar el vino:

"Del mismo modo, acabada la cena, tomó el cáliz, y, dándote gracias de nuevo, lo pasó a sus discípulos, diciendo: 'Tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía.'"

El cáliz fue elevado ante la mirada de los fieles, quienes en su interior repetían el misterio de la fe.

El sacerdote depositó el cáliz junto a la hostia y, con las manos juntas, invitó a la congregación a proclamar el misterio de la fe, diciendo:

"Este es el Sacramento de nuestra fe."

Y todos respondieron con una sola voz:

"Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!"

El sacerdote, con las manos extendidas sobre las ofrendas, dijo con voz firme:

"Por eso, Padre, al celebrar ahora el memorial de la muerte y resurrección de tu Hijo, te ofrecemos el pan de vida y el cáliz de salvación, y te damos gracias porque nos haces dignos de servirte en tu presencia."

"Te pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo."

"Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida por toda la tierra y con el Papa Pascual II, nuestro Arzobispo García de Burgos, y todos los pastores que cuidan de tu pueblo, llévala a su perfección por la caridad."

"Acuérdate también de nuestros hermanos que se durmieron en la esperanza de la resurrección, y de todos los que han muerto en tu misericordia; admítelos a contemplar la luz de tu rostro. Ten misericordia de todos nosotros, y así, con María, la Virgen Madre de Dios, su esposo San José, los apóstoles y cuantos vivieron en tu amistad a través de los tiempos, merezcamos por tu Hijo Jesucristo, compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas."

Con las manos extendidas y unidas, el sacerdote concluyó con la Doxología Final, mientras la congregación se preparaba para responder:

"Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos."

La congregación, con fe y devoción, respondió con un resonante:

"Amén."