William
La luz del día era como todas las mañanas para la ciudad de Arle. Una ciudad con cientos de pobladores, con un gran comercio de todo tipo, desde herrería hasta ganado. Gozaba de una riqueza inigualable, casi parecía ser obra del dios de los tiempos, o eso decían las malas lenguas. Para algunos, la duquesa de Oriente, la abuela de la Reyna Lucero, es la responsable de tal riqueza. Pero para los otros es la misma Reyna, gracias por su terquedad y su juvenil entusiasmo. De hecho, era una fuente de inspiración para los más jóvenes, la Reina a penas de diecisiete años podría regir sobre un pueblo enorme, podía opinar sobre política, algo que para todas las mujeres era algo tabú. Los hombres por otra parte soñaban y fantaseaba con llevarse a la cama, pero la Reina nunca se mostró con esos fines.
Griselda, o como Lucero la llamaba, Gris, su abuela, le aconsejaba y a menudo la corrigia y retaba. Por suerte para la Reina, era de carácter fuerte e indomable, cosa que las misma Lucero fue aprendiendo.
— ¡vamos! Tus pequeños sabuesos están dando un espectáculo otra vez — decía Gris mientras caminaba deprisa por el palacio.
—por favor, no se moleste, solo son niños. —
— ¡¿Niños?!— gritó Gris deteniéndose de golpe. — ¡Esos niños llevan días pelando entre sí!—
—si lo se... Pero a la reina no parece molestarle — dije sonriendo, sabiendo que tenía razón. Gris dejó de mirar al anciano hombre. yo tenía cincuenta años, una barba canosa, cabello casi inexistente, arrugas en mi rostro y una mirada cansada. Era apenas lo que había Sido hace nueve años, de hecho había envejecido más de lo que mis compañeros de los exorcistas envejecían. Para mi era el castigo del señor de los tiempos por no proteger a los reyes. No me lamentaba pues estaba instruyendo a dos jóvenes feroces con un gran espíritu de lucha y lealtad. Sabía que ellos podían hacer las cosas bien, era como si yo quisiera que mis muchachos corrigieran las cosas que yo había hecho mal en el pasado.
Llegamos hasta el balcón del gran palacio, dónde daba la vista a un pequeño coliseo, hecho para que la tienda pudiera ver a los soldados entrenar y elegir a los jóvenes novatos para que fueran parte de su ejército. Pero ahora, en la cuarta luna llena de la primavera estaba disfrutando de sus dos guardianes reales, Edwin y Eduard, ambos huérfanos, se movían como profesionales, como yo les había enseñado.
Sus espadas se movían tan veloces que la gente del pueblo que los veía desde lejos y algunos apostaban, estaban observando los con gran emoción.
— ¡Vamos!—
— ¡Estaba vez ganare Edwin!—
— ¡Sin fantásticos!— gritaban los jóvenes, quienes querían ser como ellos. No solo porque eran los únicos dos jóvenes que estaban cerca de la joven reina, si no, por ser tan buenos en la espada, por ser apuestos y llevarse todas las miradas de las jóvenes doncellas.
Edwin había crecido cuidando de su apariencia, se había dejado crecer el cabello, que era ondulado, rubio con algunas puntas más oscuras que otras. Un rostro perfilado y una mirada profunda. Eduard no se quedaba atrás, cabello castaño oscuro, su piel era blanca y suave, músculos grandes, con una mandíbula definida. Eran apuestos ambos, pero también eran muy diferentes entre sí.
—por El señor de los tiempos, ¡¿A casi no te cansas de verlos pelear como si fueran perros?!— dijo Gris acercándose a Lucero.
— ¡Claro que no, hoy desempatan!— respondió Lucero con una gran sonrisa, emocionada y dispuesta en seguir observando. Lucero era una belleza andante, sus cabellos eran tan rubios que las mujeres la describían cómo "hilos de oro". Una figura joven, no tan curvilínea como algunas otras, pero aun así, los hombres la codiciaban.
—Esa es una gran noticia, ¿Te quedarás con el ganador ?— preguntó Gris. Lucero la vio sonriendo, con un poco de tubos y sin tener palabra por algunos segundos. Estaba sorprendida por la pregunta.
— ¡No!— contestó —no lo creo, ambos son tan buenos que quiero que decían ellos—
—Eso sí que los llevará a una pelea a muerte—dijo Gris sentándose junto a Lucero.
Ambas presenciaban la batalla de los jóvenes intrépidos.
Edwin, esquivando el ataque de su adversario giro sobre sí mismo para después atacar a la espalda de Eduard, pero el joven castaño, sabiendo los movimientos de su compañero sabía que Edwin lo hizo atacar en esa zona de su espalda. Colocó con rapidez su espada, bloqueando el ataque mientras con su pie derecho lanzó un golpe que iba directo al abdomen de Edwin, pero el rubio retrocedió a tiempo. Ambos se vieron a los ojos, Edwin estaba disfrutando del duelo, sonreía, pero su mirada amenazaba a Eduard quien permanecía sereno y con un rostro serio.
Ambos se pusieron en posición, levantando sus espadas, listas para atacar en cualquier momento.
Ambos atacaron a la vez en un intercambio rápido de ataques y bloqueos, ninguno dejándose vencer. Las rosadas sonaban en el aire, con cada golpe sus manos vibraban. El intercambio concluyó con la espada de Edwin amenazando el cuello de Eduard. La multitud de jóvenes se alzaron en gritos adulando al joven rubio. Pero otros alzaron sus voces en nombre de Eduard, que sostenía su espada en la parte del cuello, debajo de la nuca de Edwin.
— ¡¿Viste eso?!— preguntaba la reina a Gris aplaudiendo emocionada.
—Sí, sí, creo que es otro fabuloso empate, es hora de que hablemos de la fiesta de mañana — dijo Gris con una voz de amargada.
— ¡Oh, vamos abuela! Ya he hecho todos mis labores ahora disfrutar de este día, más tarde podemos ponernos de acuerdo — dijo Lucero levantándose de su trono. Los jóvenes sonrieron y se tomaron de la mano mirando a la reina. Edwin y Eduard, un par sin igual, eso decían en el pueblo.
—Seguro que me mira a mí — dijo Edwin.
—Sí, de eso estoy seguro — dijo Eduard.
***
Un anciano blanco caminaba sin rumbo por las calles de la ciudad. Miraba a las personas pasar, algunas se le quedaban viendo fijo, como diciendo
"¿Y este viejo que hace aquí?"
Caminando un par de pasos, torpe y sin ganas, quedó inmóvil, no tenía ganas de nada, ni siquiera de seguir caminando. Tenía largas manos y largos pies, delgado, desganado.
Miró un puesto de manzanas, ¡Oh las manzanas! Símbolo de gloria y abundancia en Arle, eso le hizo sonreír un poco, sentir algo en su interior, quería correr hacia ellas y comprar todas las manzanas que pudiera comprar. Llevarlas a su casa y comerlas, lentamente, quería sentir su sabor, su jugoso sabor a gloria y volver a ser el de antes pero... Lo pensó un segundo más, concluyó que eso sería ridículo, pues no tenía ganas ni de comer. Se quedó inmóvil, pensando en cómo Hera antes, antes de que alguien le robara todos sus sueños.
***
Gris
—No, el rosa no va muy bien con el rojo, mejor ponga el fondo blanco — estaba dirigiendo a los sirvientes, decorando el salón principal para el gran banquete de sus queridos aliados del reino Mirra.
Lucero estaba revisando las listas de los invitados, caminaba de aquí para allá, estás cosas la ponían estresada y un poco de mal humor, eran, según sus palabras ¡Aburridas!
— ¿Segura que vendrán todas estas personas?—
—por supuesto, son gente de alto prestigio en Arle y Mirra— era obvio que vendrían, me extraña la reacción antipática de Lucero.
— El duque Groad, madame Friz ¿Qué carajos significa Friz?—
— ¡Haha!— dije llamándole la atención mirándola a los ojos.
—lo siento — dijo Lucero con molestia. —Quisiera saber el fino significado de la palabra Friz— dijo burlándose de las reglas de su abuela y cansada de parecer una anciana, segundo ella.
—así se habla, cuando no esté aquí debes ser fuerte ante tus impulsos, una mujer que se controla así misma...—
— ¡Controla el mundo!— dijo Lucero al mismo tiempo que su abuela.
***
Eduard
Los rayos de la mañana entraban por las pequeñas ventanas de la biblioteca. leía libros antiguos y nuevos, buscaba como siempre, algún indicio del ladrón de los sueños.
Edwin por otra parte miraba las estanterías como si no hubiera nada interesante en los libros. Sostenía un libro de pasta gruesa y oscura y la golpeaba contra su palma izquierda.
—¿Ya encontraste algo?— preguntó o Edwin.
—Aun no— contesté sin parar de leer.
— Llevas toda tu vida leyendo todos los libros una y otra vez, ¿No te cansas?— preguntó o Edwin.
—no, déjame seguir leyendo —
Edwin miró el libro que tenía en manos.
"La cacería de las brujas"
— ¿Qué tienen de interesante? ¿La menos describen como torturar a las brujas?— preguntó Edwin burlándose de los libros. yo, casando de mi compañero, arrebaté el libro del joven rubio.
—solo te describe como son las brujas y como puedes defender ante ellas— dije en voz alta y grave.
— ¡Vamos amigo! ¡Hay cosas más interesantes que está porquería!— dijo Edwin sonriendo.
— ¿A si? ¿Dime cuál?—
Edwin no respondió al instante y miró al castaño a los ajos.
—Mujeres—
— ¡Por Dios! ¡Tú eres el único quien piensa en mujeres!—
— ¡Vamos! ¡El reino nos adora, podemos acostarnos con quién queramos!—
—es mejor que salgas de aquí, no quiero seguir escuchando te—
— ¡Dime quién te gusta!—
—no voy a decirlo—
— ¡Por favor, dilo!— ante la insistencia de Edwin no pude evitar pensarlo.
Edwin espera impaciente pero yo sonreí, en cierto punto disfrutaba del espíritu indomable de Edwin.
— ¡No pienso decirlo!— dije entre risas.
— ¡Vamos, al menos ves a la reina atractiva!— dijo Edwin en un intento por tener una charla acerca de Lucero.
— ¡Claro que no!— contesté ofendido.
— ¿Que?— preguntó Edwin confundido.
—no, no lo sé, si es bonita y eso, pero no me cae bien— dije.
— ¿Dices que no te cae bien?— preguntó Edwin aún confundido.
—Sí, es mimada y hace lo que quiere, solo estoy aquí por el ladrón de sueños—
— ¿Qué solo estás por...?— Edwin comino desesperado a la mesa donde yo estaba leyendo y apartó el libro que tenía entre mis manos.
—escúchame Eduard, escúchame bien...— lo miré extrañado, jamás lo había visto con tanta seriedad y determinación como esa vez. —ella es una reina ¿Si?—
— ¡Por Dios EDWIN!—
— ¡No! ¡Escúchame! ¡Porque de esto depende nuestro futuro!— Edwin no habló hasta que Eduard le estuviera poniendo atención. —ella es una reina, es su deber hacer lo que ella le plazca, tiene el poder total del reino... Sabes... Los chicos allá abajo solo sueñan y fantasean con acostarse con ella—
— ¿Y eso es malo?— pregunté.
—no, para nada, es triste Eduard, porque jamás podrán acostarse con ella... En cambio, nosotros podemos hacerlo —
— ¡Por favor, solo sueñas como ellos!— dije burlándome de él.
—no... La conocemos desde hace años, ¿Cinco, tal vez seis?—
—nueve—
— ¡Nueve años! ¿Sabes lo que significa? ¿Lo sabes?—
—No—
Edwin hablaba con tanta pasión, que empezaba a creer en sus palabras.
—que nosotros llevamos nueve años de ventaja que todos los demás, incluso de los príncipes de Mirra, Del oriente, nosotros dos, podemos llevarnos la a la cama— hubo unos segundos de silencio mientras analizaba todo aquello. Y aunque estaba de acuerdo que llevábamos más años conociendo a Lucero, había solo algo que no me dejaba ver con claridad.
—de acuerdo, y ¿Cómo nos la llevamos a la cama?— pregunté. Edwin sonrió y se recargó sobre el respaldo de la silla y azotó sus brazos sobre sus piernas.
—no lo sé — contestó con sinceridad.
— ¿No lo sabes?—
— ¡No lo sé!—
— ¡¿Y estuviste llenando me la cabeza de es porquería haciéndome imaginar que podría encontrar un poco de encanto en ella?! ¡¿Todo para nada?!— yo estaba enfurecido, azotando los libros y gruñendo.
— ¡Oye, tranquilo!— decía Edwin sonriendo.
—dije que no sabía cómo, no que todo estaba perdido, y además te hice ver, que si te interesa Lucero —
miré por la ventana respirando hondo.
—amigo, si nos apoyamos ambos podemos quedarnos la —
— ¿Enserio Edwin? Sabes que Lucero no sería de esas personas que ama a uno y se acuesta con otro —
—Lo sé, pero por algo, las demás del oriente tienen harems, porque aman a muchos y es el deber de una reina el dar herederos, con alguien debe hacerlo —
Edwin salió de la biblioteca dando una palmada en mi hombro.
me quedé pensativo mirando por la ventana que daba a un jardín dentro del palacio. Miré por unos momentos a Lucero, caminando con su abuela Griselda, iba hacia dentro.
"¿En serio me importa?" Lo pensé. Siempre había estado peleando con ella, algunas veces hasta nos insultábamos o nos denigrábamos. Nunca congenié con ella y hasta la fecha, nunca hemos tenido una conversación formal sin tener que insultarnos.
—No lo creo— me contesté a mi mismo.
***
Lucero estaba caminando por el pasillo, se dirigía hacia su habitación, tenía una escolta de cinco soldados, algo que a Edwin no le impediría atacar.
— ¡Hola mi reina! ¿Le gustó la pelea de esta mañana?— dijo Edwin empezando a caminar a su lado.
—claro que sí, me gusta ver a los hombres desgarrándose entre sí — dijo Lucero de una forma sarcástica, no quería sonreír pero dentro de ella estaba divirtiéndose. Encontrar algo interesante la charla entre ella y Edwin, sobre todo porque siempre llegaban al mismo punto. Edwin se declararía y diría que no hay nada mejor que él.
—Claro, te ves hermosa hoy— dijo Edwin con una sonrisa.
—lo sé, siempre soy hermosa —
— ¿Alguna vez te has visto al espejo?—
—lo hago cada mañana —
Edwin no prestaba atención a las respuestas y seguía con las líneas que él mismo había creado para hablar con las mujeres. Pero en el caso de Lucro, era muy diferente, ella siempre tenía respuestas inteligentes.
—alguna vez...—
— ¡No sigas!— Lucero se puso frente a Edwin y colocando ligeramente sus dedos sobre su pecho le miró a los ojos.
— ¿Pasa algo?— preguntó Edwin.
—es solo que ya te lo he dicho, no puedo salir con alguien que ama a cada mujer del reino, o quiero a alguien que me ame solo a mí —
—si me das el sí, lo dejaré todo, seré todo tuyo—
—no es tan simple, si saliera contigo, todos se burlarían, porque saben que ya te has acostado con la mitad del reino, lo siento, lo nuestro es imposible —
Lucero subió las escaleras mientras Edwin reflexionaba sin quitarse del medio. Los soldados pasaron al lado de él y uno de ellos le dio una llamada en su hombro como de consolación.
Lucero pasó por la biblioteca donde escuchaba ruidos extraños, como si azotarán los libros sobre la mesa. Ella sonrió, sabía de quién se trataba. Con cuidado y emocionada, acercó su oído a la puerta.
— ¡Maldita sea, aquí no hay ni una sola pista!— se escuchaba la voz de Eduard.
Ella giro la perilla con mucho sigilo. Les hizo señas a sus guardias que guardarán silencio.
Hecho un vistazo, Eduard estaba de espaldas a la puerta, mirando los libros de las estanterías. Ya había bajado muchos de ellos en el suelo.
—no hay nada sobre él. — se veía frustrado y arrojó el libro que tenía en manos en la pared.
— ¡Oye!— Lucero finalmente entraba con una amplia sonrisa. — ¡Los libros no tienen la culpa de tu estupidez!— un comentario con un único objetivo, ofender a Eduard.
—mi reina...— Eduard tropezó torpemente con los libros del suelo y parecía ser más Dócil ante la presencia de Lucero.
—parece que tratas de vaciar mi biblioteca— dijo Lucero mirando al rededor.
—no...Solo es... Prefiero leer todos al mismo tiempo, es todo—
Lucero sonrió y dejó escapar una sonrisa burlona.
— ¡Por supuesto! ¡¿Y los bajaste todos porque los lees al mismo tiempo?! — Eduard no contestó.
—y después los arrojas contra la pared cuando los terminas de leer—
— ¿Vio eso? En realidad estoy buscando pistas sobre... Sobre algo importante — dijo Eduard aceptando su error.
— lo sé, llevas años obsesionado con el ladrón de sueños y El cello de los tiempos, pero... Cómo sabes, no hay más registros de ellos, supongo son leyendas nuevas para los niños — dijo Lucero esquivando los libros del suelo.
— ¡No! Recogeré la biblioteca en un instante, no se moleste!— dijo Eduard al ver que la reina levantó un montón de libros y los colocó en la Meza.
Aunque a Eduard no disfrutaba de la compañía de Lucero, la respetaba como su autoridad, no quería admitirlo pero daría la vida por el bien de ella.
Eduard comenzó a levantar los libros y ponerlos sobre las estanterías. Lucero miraba desde la Meza con una sonrisa agradable.
—no has cambiado casi nada, me llamas reina, me conoces en todo y nunca dejas que haga algo por ti — dijo Lucero con un tono reflexivo.
— es porque es la reina, la máxima autoridad de Arle, además, ya me ha ayudado mucho manteniéndome cerca de la realeza como su guardián personal— dijo Eduard.
— no es nada, le debo mucho a William— dijo Lucero con un tono nostálgico.
—igual yo— murmuró Eduard observando un libro, uno que no había puesto mucha atención antes.
"la magia de los sueños".
— ¿Y solo estás por él?— preguntó Lucero.
—ah...no...— Eduard despertó de los Miles de pensamientos que le venían a la cabeza. La magia de los sueños, una magia que solo las brujas usan, ¿Por qué está en Arle? Y sobre todo, ¿Por qué está en la biblioteca del castillo? La magia de las brujas nunca se ha dado a conocer y es un misterio en Arle y Mirra, se supone que nadie debe conocerla. Él lo conoce bien porque la ha estudiado gracias a William que es un exorcista y conocer de esas cosas.
— ¿Y porque sigues aquí?— preguntó Lucero tratando de llevar la conversación a dónde ella quería.
—supongo que por obligación, debo protegerla, William dice que es muy importante y que está en constante peligro, sin usted, Arle no tendría un rey o reina, es mi deber cuidarla a usted y su descendencia. —
Lucero sonrió orgullosa, se acercó lentamente a Eduard. Sus pasos eran lentos y largos. Sus ojos miraban a los del muchacho que estaba confundido y algo incómodo.
—sin duda eres muy honorable Eduard, te tomas las cosas muy enserio. Pero me gustas así — Eduard frunció el ceño confundido, pensando si Lucero estaba jugando con él.
— ¿A qué se refiere no entiendo?—
—es obvio, lo que quiero es a ti — dijo Lucero sin titubeos.
— ¿Lo que quiere? ¿Se refiere a su guardia? Puede ordenarlo cuando deseé — Eduard entendía muy bien a qué se refería Lucero, operó se sintió nervioso, presionado, incómodo que solo pudo responder con eso evadiendo lo que ella había dicho. Estaba sudando, su cuerpo temblando y si, su rostro estaba pálido.
— ¡Eres un completo idiota!— Lucero lanzó un leve golpe al hombro de Eduard, está en verdad furiosa y con paso firmes y acelerados se dirigió a la puerta.
— ¡¿Qué le pasa?!— preguntó Eduard que no sabía cómo llevar la situación.
— ¡Tu, eres lo que me pasa, eres un tonto, retardado... Me enojas!— gritó cerrando la puerta.
¡En verdad, no es mi tipo! Pensó Eduard.
No le dio importancia y abrió el libro. En las primeras páginas tenía una nota que fue escrita a mano.
"para mi querida hija, Silvia, Reina de Arle"
¿Reina de Arle? Eduard trató de recordar, suponía que a Lucero, eso significaría que Lucero práctica la magia de las brujas.
¿O no? De todas formas... ¿Quién es la madre? De todas formas, tal vez se equivocaron de nombre, pues No ha habido una reina llamada Silvia en Arle, no que Eduard recuerde.
***
Edwin caminaba por las calles de Arle, miraba a su alrededor aun pensando en lo que la reina le había dicho. Con su mente divagando, observaba al mismo tiempo, los puestos de los vendedores ambulantes, objetos como lámparas, alguna joyería de segunda mano, puestos de frutas y verduras. La gente caminaba de aquí para allá, hablando en voz alta, otros murmuraba y unos que otros niños corrían.
—Disculpe señor — una voz suave e infantil sonó al mismo tiempo que su playera fue tirada desde abajo. Edwin miró a su lado izquierdo, una niña, con el rostro ligeramente sucio, ropa rasgada y dañada por el polvo y el sol, su cabello sucio, opaco y desordenado. El corazón de Edwin se hizo pequeño, no sabía si era lastima o en verdad sufría al verla así.
— ¿Tiene algunas monedas que me regale? Tengo mucha hambre. — la niña, en su inocencia, pidió dinero juntando sus dos manos alzando las a Edwin. El joven permanecía en silencio, sin poder pronunciar palabra. Pero su mano, lentamente se deslizaba hasta su bolsa de dinero. Sacó unas cuantas monedas de plata y se las entregó.
— ¿Tienes nombre?— preguntó Edwin.
—Me dicen Yor — contestó la niña con una sonrisa disimulada, estaba contenta de obtener algunas monedas.
—bien Yor, ¿Hay más como tú en la ciudad?— preguntó Edwin colocándose en cuclillas.
—somos muchos viviendo en las calles, no solo nosotros, hay ancianos y adultos que no tienen trabajo y casas, algunos nos juntamos para conseguir monedas y al juntar las compramos comida para todos, o algunas medicinas, la semana pasada murió un chico porque enfermo y no pudimos comprar medicina — contestó la niña que parecía ser de unos ocho o diez años.
Edwin al escuchar eso, no podía creerlo.
— ¿Desde cuándo hay gente viviendo en las calles?— preguntó Edwin.
—no lo sé, yo nací en las calles, me cuidaba un hombre pero enfermó —
—Ya veo...— Edwin la miraba en silencio, no sabía que hacer, ayudarla o dejarlo pasar. Pero dentro de él había algo que le gritaba que debía hacer algo. La niña le sonrió y Edwin le respondió con otra sonrisa. Tenía dudas, pero era obvio para él que debía hacer algo.
—cielos, estoy cansado— dijo una voz preocupada detrás de Edwin. La niña dio un paso atrás mirando hacia arriba. Edwin volteó, observó un anciano delgado, blanco, con cabello cenizo, una mirada triste. El anciano estaba mirando al puesto de verduras. "manzanas". Pensó pero no había manzanas está vez.
—es el anciano nada— dijo la niña un poco temerosa.
— ¿Anciano Nada?— preguntó Edwin.
—nunca quiere hacer nada, nunca come por sí mismo, algunos de los más grandes le dan de comer en la boca pero incluso es difícil hacer que mastique o trague la comida, algunos otros lo visten y lo bañan, no sé porque, tiene dinero y una casa, pero siempre está cambiando sin hacer nada, otras veces solo se queda mirando a su alrededor sin moverse ¡Da miedo!—
Edwin la miró y en su forma de hablar tan rápida sabía que era cierto, el temor a lo desconocido es algo muy profundo, y para los niños, incluso el comportamiento irracional de los adultos es muy inusual y causa condición dando miedo.
—escucha pequeña, ¿Podemos vernos por aquí mañana? Quiero darte más monedas —
— ¡¿En serio?!— gritó la niña rebosando de alegría.
— ¡Claro! He decidido ayudar a los que viven en las calles, no faltes mañana— dijo Edwin poniéndose de pie.
— ¡Por supuesto gracias!— la niña se fue corriendo, tenía una gran sonrisa y parecía dar saltos pequeños de alegría, a Edwin le apareció un sentimiento de orgullo y felicidad. Era hora de hacer algo por el reino. Eso es lo que se decía.
— ¡Y trae a tus amigos mañana Yor!— gritó Edwin.
La niña despareció girando en una avenida. Edwin sonrió y dio la vuelta, ahora se disponía a observar al señor Nada.
No había nada, era literalmente como ella lo describió, solo se quedó mirando al cielo, incluso babeaba al no cerrar la boca. Edwin se acercó con un poco de cautela, tenía un siervo disgusto al verlo de esa forma.
Se acercó y lo miró por todos lados.
¡Increíble, no se mueve ni un músculo! Pensó para sus adentros.
— ¡Disculpe... Señor!— habló Edwin sin disimular su gran sentimiento de diversión. Le parecía gracioso que alguien no se moviera para nada. Incluso Edwin pensaba que podía ser una especie de estatua como las de los herreros y escultores.
El anciano no habló, solo dejó caer su cabeza mirar a Edwin por su rabillo del ojo.
—lo siento es solo me preguntaba... ¿Qué hacía viendo el cielo?—
—la verdad, es solo que, no quiero explicarlo... Ni siquiera quiero moverme, tengo habré... Tengo sed, pero no tengo ganas de sacarlo, solo quiero dormir...— y el hombre caminó lentamente hacia su hogar. Edwin observó el como el anciano se obligaba a levantar un pie para poder dar un paso. Arrastraba los pies y había sonidos al caminar, como si el solo hecho de moverse fuera una carga pesada para él.
—Parece que todo aquí es algo extraño, pero al menos puedo hacer algo por los niños, dudo que pueda hacer algo por él— murmuró para su mismo. Estaba confundido, solo quería saber por qué estaba mirando al cielo y eso hizo que el anciano se moviera hasta su hogar. Edwin miró al cielo, estaba despejado, sin nubes, el color azul era hermoso y brillante.
¿Pensará como un filósofo? Se preguntó, pero luego recordó la manera en la que habló y camino y se aseguraba que era imposible.
***
Al este de las tierras Grifa estaba las tierras de Mirra, contrario a las tierras Arle, las Tierras mirra es un bosque total. Miles y Miles de millas de puro bosque, montañas, colinas, grandes arroyos y un gran rio que divide en dos al gran bosque de Mirra, el río Hallew.
Dentro del bosque existe un reino, sin muros o límites, todo el bosque es el muro en sí. Dentro del bosque solo viven Hadas, bellas mujeres que viven en una juventud eterna, una belleza natural y una conexión casi imposible con el propio bosque.
De un gran árbol, un árbol tan grande como las montañas llegando hasta el mismo cielo, y sus raíces tocan el abismo, o eso dicen las hadas, hay una gran construcción dentro de sus troncos. Parecía la sala de un castillo elegante. Con piedras en sus paredes para iluminar el interior. Había una gran mesa en medio y alrededor de ella hadas.
—creo que Orle merece al menos la mitad— exigía Kira, una hada con largas orejas puntiagudas, un delineado azul en su ojos y un cabello negro. Tenía un vestido azul con un desvanecido a blanco. Sus telas de las hadas son tejidas por una criatura que vive en el interior de las cuevas de las montañas, parecen arañas pero sus hilos son suaves y finos, pero al unirse forman la tela más fina y cara de todo Grifa. Son fuertes y proporcionan calor en tiempos de frío, y refrescan el cuerpo en tiempos de calor. Las hadas, son la única raza que lo posee.
—creo que eso es mucho, solo nos entregaron la mitad de las cosechas hoy, al menos merecen Doscientas monedas de plata — habló un hada, más parecida a un humano, sin orejas puntiagudas u otra cosa que no pareciese humano, era blanca, ojos almendrados y color avellana, sus labios eran finos y rosados, toda su piel parecía estar muy, muy bien cuidada y suave. Su nombre era Rifina.
Un hombre, que en realidad era un semi-humano, alto, con orejas de lobo, cicatrices en todas partes y una grande que destaca de entre todas, una cicatriz en su mejilla izquierda. Una mirada fría y amenazante. Su nombre Dismo.
— ¿Quiere que las detenga majestad?— murmuró Dismo a una Hada sentada en la cabeza de la mesa, la reina de las Hadas, Fátima Elo. De hecho, todas las hadas comparten una misma sangre, todas tienen un solo apellido por decreto de las hadas, Elo, que representa la luz y la sabiduría de la magia del bosque, es su nombre en común.
Fátima, la más hermosa de entre todas las hadas, es alta, cabello largo y sedoso de un castaño claro. Ojos cafés y almendrados. Labios rojos.
—deja que continúen. — declaró la reina con una voz amable.
—supongo que se deben a las sequías de hoy en día, Orle es la más afectada este año— dijo Rifina cruzando su brazos.
—El clima era inestable pero incluso hubo lluvias y días nublados, nada pudo afectar el crecimiento de las cosechas— dijo un hada de tamaño menor, cabello corto y negro, sus ojos también son negros. Hablo de forma rápida y casi desesperada leyendo hojas que tenía en sus manos.
—lo vez, incluso Flora dice que no tenía nada que ver las sequías para afectar la cosecha— pero siguió Kira.
—aun así, las sequías se debe a la falta de agua abundante, incluso el bosque se vio afectada aun cuando lo regamos todos los días, supongo que eso mismo debe haber pasado en Orle— dijo un hada de cabello rubio, sentada al otro extremo de la Meza, sus ojos eran de color gris, su rostro era fina con una nariz pequeña, su vestido era rosado.
—Aunque eso sea cierto, quiero creer que Jessica se refiere a que el agua no es el problema para la dispensación de crecimiento de la flora— dijo Flora sin hacer mucho espacio en hablar.
—Suficiente señoritas— habló Fátima poniéndose de pie. Las hadas a su alrededor guardaron silencio y solo se miraron entre sí esperando a Fátima.
—es obvio lo que el mundo necesita, lo hemos hablado por los últimos nueve años, desde ese día, el día que las brujas nos arrebataron lo más preciado, el mundo va a seguir cayendo. La sequía es solo el comienzo, nuestro bosque se perderá, y no podremos evitarlo — dijo Fátima.
Las hadas solo bajan la cabeza. Era obvio, la magia proviene del mundo, del bosque, y solo la magia hace crecer la flora y alimenta a la fauna. Sin la magia, nada en Grifa existiría.
— ¿Qué sugiere majestad?— preguntó Dismo.
—bueno, primero, la sequía no consumirá al bosque dentro de al menos unos cuantos años, cálculo unos cinco—
—Eso es muy rápido— dijo Flora. Las demás hadas también demostraron su preocupación.
—podemos usar nuestra magia para ayudar a los demás reinos, Arle y Orle, podríamos aliarnos y advertirles de lo que sucede — prosiguió Fátima con cierta preocupación en su tono de voz.
—nunca nos hemos aliado, mucho menos con los sucios de Orle, sin ofender Dismo, tu eres la excepción — aseguró Jessica.
—no me ofendo, ellos me desecharon, yo pertenezco al este— dijo Dismo con un tono honorable en su voz.
—Claro, pero...— justo cuando Kira Iba a hablar Fátima habló primero.
—mañana tendré una visita a Arle, ellos están al tanto de esto y fueron los primeros en darse cuenta, quieren una charla con nosotras — dijo Fátima con una sonrisa.
— ¡Vaya, entonces es posible una alianza con los humanos después de todo!— gritó Rifina.
—quiero que Jessica y Kira vayan a Orle, A mis primeras sustitutas para pactar una alianza— dijo Fátima caminando hacia una puerta.
— ¡¿Que?! ¡Mandas a las que no saben más que discutir!— aseguró Kira.
—por eso quiero mandarlas, ustedes no dejarán que se aprovechen de nosotras, deben hacerlo ustedes— dijo Fátima.
— ¿Por qué no mandas a Alis, ella es más terca que usted?— preguntó Jessica.
—Ella me acompañará, debe aprender de ellos, además, ella forma parte de mi pacto para la alianza, los humanos son codiciosos al contrario de los semi-humanos, en caso de desconfianza ella debe jugar sus cartas—
Las hadas se quedaron en silencio.
— ¿Está bien que sea con humanos? Nunca nos hemos acercado de esa forma, ni siquiera Jessica o Rifina, creo que mucho menos la princesa Alis— dijo Flora en tono Preocupada.
—bueno, ella misma lo sugirió — dijo Fátima. —Por favor, Kira, Jessica Elo, no me fallen—
Fátima abría la puerta al exterior y la luz del bosque le tocó su rostro. En las ramas había una especie de camino, barandales de cuerdas para que no surgiese algún accidente. Había lámparas con piedras brillantes. Hadas venían de aquí para allá, con cestos de comida en manos, otras corrían y otras volaban. Las ramas de no solo el gran árbol, de muchos árboles al rededor se conectaban al rededor del gran árbol. Era toda una ciudad área en las ramas de los árboles. Fátima caminó hasta unas escaleras y subió. Poco a poco el ruido de la gran ciudad de Mirra se iba disipando. Llenado hasta las primeras ramas de la cola del gran árbol, había luces brillantes de color dorados, pequeñas esferas luminosas que desaparecían y aparecían. No eran luciérnagas, eran algo más.
— ¡Señora!— las esferas la reconocieron y voces surgieron de ellas.
— ¡Hola hola!— Saludó Fátima de forma amistosa y risueña. — ¡¿Ella está aquí?!— preguntó.
— ¡Así es, ella crece como retoños del gran árbol, crece en sabiduría y belleza como su madre!— dijeron las esferas de luz.
— ¡Que gusto!— Fátima caminó más y entre hojas de árboles, flores de los arroyos y hierba del gran árbol, había una flor más bella de Mirra, un hada de piel blanca, cabello un poco más de los hombros, era rubio que parecían más que nada dorados. Ojos grandes y azules. Labios pequeños y rosados. Tenía una mariposa de color rosa en su cabello. Un velo blanco con una corona de flores blancas en su cabeza. Un vestido traslúcido blanco que solo dejaba ver la parte de sus cintura y piernas. Las demás despedían un cierto color lila.
—Alis, sin duda, eres más hermosa que yo— declaró Fátima.
— ¡Madre!— gritó la bella Hada. Ella se levantó de sus aposentos y corrió hasta su madre. Ambas se abrazaron.
— ¿¡Estás lista Alis!?— preguntó Fátima.
— ¡Claro que sí!—
EL LADRÓN DE SUEÑOS