Narra Vladímir.
Mi papá quería pasar tiempo de calidad conmigo, así que después de salir del instituto mandó a alguien a que pasara por mí.
No podía negar que estaba algo indeciso. No nos habíamos visto en semanas, a pesar de que siempre estaba abierto a mi acercamiento.
En el último intento de acercarse a mí, me dijo que quería hablarme acerca de algo que para mí era importante.
—Me alegro de que estés aquí —dijo tras verme llegar al jardín de su nueva casa.
—No puedo decir lo mismo, papá —quise decir, pero en su lugar opté por quedarme en silencio. Me concentré en mirar su nueva casa, aún más grande y espaciosa que la que siempre fue la nuestra.
—¿Ya te has instalado con tu nueva amante, papá? —inquirí sintiéndome herido.
—Vladímir, no empieces... Sí te cité aquí es porque quiero hacer las paces contigo y hablarte de algo que sé que para ti es importante.
Sonreí con amargura. A pesar de que quería no demostrar la frustración que sentía al verlo tan tranquilo después de desbaratar la familia que teníamos con mamá, me contuve. ¿Cómo era posible que él estuviera tan calmado? Había olvidado que la única víctima era mi madre y que el victimario no sentía remordimientos.
—¿Y qué quieres hablar conmigo? —le pregunté intentando no verme afectado.
Hizo un ademán para que tomara asiento. Dudé en hacerlo porque no iba a durar mucho en ese infierno. Ver su cara era una tortura, ya que no podía evitar recordar las cosas asquerosas que él hizo. Por eso, intentaba evitarlo a toda costa.
—En primer lugar —habló— debes entender a tu padre. Yo no quería que vieras lo que viste, lo lamento.
Lo miré a los ojos, su rostro se suavizó por completo. Era como si estuviera arrepentido, pero esa teoría se desvaneció cuando continuó con su discurso.
—Debes entender que los hombres tienen necesidades...
Reí sin gracia y luego me puse serio.
—Sabía que ibas a hablar de ese modo. Pero ¿sabes qué? Ahórrate tus explicaciones.
—No, no las ahorraré. Eres mi hijo, Vladímir, y siento mucho que tengas que pasar por esto —se excusó— pero si no logras aceptar esta relación, no tengo ningún problema. Al final, no estás obligado a conocer a Elena ni al bebé que espera.
—Eres un imbécil —vociferé— no eres más que un desleal, pero no te preocupes, papá, ya se te pasará. Una explicación tuya no cambia nada, al contrario, me da asco y no se borrará lo que vi. Cada vez que te miro a los ojos...
Temblé y me toqué la frente al sentir una profunda necesidad de vomitar.
—¿Vladímir...? — se inclinó y quiso tomar una de mis manos, pero no pudo, ya que la aparté— me casaré con Elena...
Levanté la mirada, sorprendido por su honesta declaración, y mi pecho se apretó con fuerza. Mi corazón latió apresuradamente.
—¡No quiero que me toques con esas manos que tocaste a esa mujerzuela! ¿Entiendes? No estoy obligado a soportar esto.
—Sé que puedes entenderlo, porque no estoy lidiando con un niño de cinco años —dijo— pero si no logras aceptar esta relación no tengo ningún problema.
—Eres un desleal. Nunca te voy a perdonar el daño que le ocasionaste a mamá. Olvídate de mí, desde hoy no eres más mi padre. No me busques, ni me llames, porque desde hoy estás muerto para mí.
—Te daré tiempo, pero si no logras aceptar esta relación, no tengo problema. Al final, no estás obligado a conocer a Elena ni al bebé que espera.
—Te vas a arrepentir de haber dejado entrar a esa mujer en tu vida —pronuncié—. Debería darte vergüenza, le doblas la edad, y estoy seguro de que solo es una interesada. Pero como estás tan ciego, nunca lo vas a entender.
Me di la vuelta, dejando a mi padre con la palabra en la boca.
(...) Mamá me habló de hacer un viaje a San Petersburgo para visitar a la abuela, pero me negué porque no quería salir de la ciudad. Estaba muy preocupado y atento a las noticias e informaciones del instituto con respecto a Alekxandra y su amiga.
Me temía lo peor, porque desde aquel día en que desaparecieron misteriosamente, no habían dado señales de vida. La madre de Sonya también había desaparecido misteriosamente, dejando una incógnita a todos en el instituto.
Así que el caso se había vuelto más complejo de lo normal porque Verónika Volvov era la única que podía mantener a las autoridades al pendiente. Si nadie presionaba a las autoridades, el caso pasaría al olvido y se convertiría en uno más.
—Creo que Alek y Sonya fueron secuestradas por mafiosos —dijo Ámbar cuando la profesora Denisse puso el tema. Ella estaba demasiado afectada por ello y siempre que tenía la oportunidad mencionaba a esas pobres chicas. Imaginaba todo lo que les podía haber pasado.
—Pues Sonya estaba saliendo con un delincuente —dijo Hannah—, no me extraña.
—Sí, eso es algo que también ignoramos —habló Denisse—. Pero eso que le pasó no es su culpa. Nadie merece que le hagan daño, independientemente de la vida que escoge vivir.
—No estoy de acuerdo, profesora —replicó la chica con una mirada fría—. La vida es así. Uno mismo provoca sus desgracias. ¿Por qué en estos momentos no estoy secuestrada, o ninguna de aquí lo está, y en su lugar, ellas lo están? Es por la vida que escogió.
—¿Te gustaría que alguien se alegrara de ti o que cuestionara tu estilo de vida? —prosiguió la profesora.
—Yo estoy de acuerdo con Hannah —habló Germán, el insufrible—. Si la chica estaba metida en malos pasos, es posible que sea responsable de lo que le tocó vivir a ella y a los suyos. ¿Quién sabe? Tal vez esté siendo devorada por los peces.
Hannah reprimió una sonrisa, y se me revolvió el estómago al entender lo cruel que era. Todos en el instituto estaban preocupados e incluso se ofrecieron a ayudar para emprender la búsqueda, menos ellos dos. Luego me miró a mí en busca de alguna expresión, quiso tomar mi mano pero la aparté.
—¿Qué pasa? —cuestionó confundida—, ¿por qué actúas de esa manera?
—No puedes hablar así de las personas y alegrarte de lo malo que les pase.
—¿De qué hablas? No he dicho más que la verdad. Aprende que cada quien opina de diferentes maneras. Lo que para ti es algo devastador, para otros es algo totalmente normal.
—Estás demente, Hannah —la miré con repulsión—. Eres un monstruo.
Negó.
—¿Acaso estás enamorado de ella? Siempre la defiendes.
—Alek no tiene la culpa de que Sonya se haya involucrado con ese tipo. Ella no tenía que ver con él.
—Ay, por Dios, eran amigas. Por supuesto que se iban a apoyar entre sí. Puede que ella no fuera la novia del difunto tipo, pero estoy segura de que aceptaba estar con ellos. No hace falta tener una relación amorosa con un delincuente para pertenecer. También tiene que ver con las personas que te rodean.
No dejaba de pensar en ello, y era frustrante no saber ni cómo iniciar. No quería irme, porque quería aprovechar el fin de semana para buscar a Alek junto con el instituto y los policías.
Mamá me dijo que me quedara al margen de eso. Me convenció de irme lejos para pasar el fin de semana con la abuela, y no me quedó más que aceptar. Quería despejar mi mente, olvidarme de todo y preocuparme más por mi bienestar.
Después de contarle a mamá lo de mi padre, ella me propuso viajar, pero había algo más en sus ojos. Era como si le temiera a algo, sin embargo, no le pregunté.
Al final, iba a regresar a la ciudad el lunes por la mañana, así que los nuevos entornos no me caerían tan mal. Volvería y luego me uniría a la búsqueda.
(...)
Narra Alekxandra.
Por un momento me olvidé de lo que pasó con mi madre y le di más importancia a ese hijo que estaba creciendo en mi vientre. Estaba tan perturbada que había olvidado preguntarle todo acerca de lo que pasó.
El reencuentro con mi madre muerta fue como un sueño. Todavía no podía creer que mi madre estuviera viva y respirando cuando yo misma la vi en su ataúd, su cuerpo pálido e inerte.
El único que podía darme una respuesta era ese hombre desquiciado que estaba a mi lado. No iba a descansar hasta que él me explicara qué sucedía.
Él dijo algo que no pude entender contra mi piel y me besó la frente. Me estremecí ante el tacto de sus labios tibios y me encogí conmovida. Me parecía tan retorcido como mi cuerpo reaccionaba a sus caricias cuando mi cerebro me pedía a gritos que escapara de ese hombre maquiavélico.
—¿Dónde está mi madre? —le pregunté, rompiendo ese incómodo silencio entre nosotros.
Se separó de mí cuerpo y acarició mi pelo lacio, quitando algunos mechones que se esparcieron en mi frente.
—Eso no es importante ahora —respondió, evadiendo la pregunta en un murmullo suave.
—Claro que lo es —quise acomodarme en la cama para capturar su mirada y buscar algún sentimiento. En su lugar, encontré una expresión apática—. Necesito saber qué diablos está pasando con mi madre. ¿Por qué fingió su muerte y qué tienes que ver tú con ella? —lo presioné de una forma insistente.
—Ahora no puedo hablar de eso —concluyó—. Lo único que importa ahora es que abortes a ese hijo no deseado.
Respiré profundamente intentando ser paciente. Sin embargo, él no ayudaba en nada. Todavía no había entendido que yo no iba a cumplir su petición estúpida.
—No lo haré. ¡Maldición! —le grité—. ¿No entiendes que no puedo hacerlo?
—Tus morales y tus creencias limitantes dejan de ser válidas en el momento en que no me benefician a mí, y definitivamente esto no es algo de lo que debería sentirme orgulloso.
Reí con amargura.
—¿Pero violarme y obligarme a hacer cosas que no quiero te hacen sentir aún más poderoso? —afirmé con ironía—. Si es así, acepta la responsabilidad o déjame en libertad.
—No puedo dejarte libre, me perteneces. Eres mi mujer.
Me quedé observando sus ojos. Daba miedo la forma en la que me miraba. Su mirada era tranquila, pero no me transmitía esa tranquilidad. Parecía más bien una amenaza. Estaba helada por dentro, asustada, perturbada por lo que pensaba que me iba a pasar.
—Yo no soy tu mujer, grábalolo en tu pequeño y diminuto cerebro —bufé.
—Eso no lo decías cuando yo te follaba hasta en cansancio —expresó con frialdad y agarró mi brazo con una fuerza descomunal—. Deja de jugar, Alek.
—Todo lo que viste lo fingí —mentí con lágrimas en mis ojos tan segura de mí misma que estoy segura de que si otros me hubieran escuchado, me hubieran creído—. Fingí doblegarme a ti para poder escapar de tu maldito yugo de esclavitud y sumisión. Pero ya no más. Estoy harta de ti y de tu maldita obsesión.
—¿Querías escapar? —sonrió de una manera maliciosa—. Lamento recordarte que eso no será posible.
—Te odio —lancé un exasperado gruñido iracundo—. ¡Te odio con todas mis fuerzas! Eres un infeliz.
Lloré con desconsuelo al comprender que nunca iba a poder lograr escapar de ese monstruo, y que todo lo que había planeado había sido en vano.
—De una vez te digo que ese bastardo no nacerá —me advirtió—, así que quiero que vayas dejando de una buena vez de ser tan obstinada.
Le temía, pero debía mostrarme valiente. No podía permitir que él hiciera lo que quisiera con mi cuerpo. Era absurdo que le siguiera dando ese poder cuando yo no había conseguido nada. Estaba tan lejos de conseguir mi libertad aún habiendo hecho todo por ella.
Ahora que mi madre había aparecido, tenía más posibilidades de escapar de él. Porque sea cual sea el acuerdo que ellos tenían, quedaría inválido ante la aparición de mi madre. Además, Andrés era su hijo, al igual que yo, y sin duda alguna, Ana lo iba a proteger.
—Ya te dije que me vas a tener que matar, primero muerta. ¿Me oyes?
Iba a decir algo, pero el sonido que hizo la puerta al abrirse y cerrarse a su espalda llamó su atención.
—Tenemos un problema, Emir —habló Zhera en el umbral de la puerta.
—¿Qué pasa? —cuestionó él con confusión.
—Hay una alerta de secuestro —respondió con preocupación y solo bastaba esas palabras para ver un rayo de luz al final del túnel.
—¿Quién me está buscando? —cuestioné intentando esconder la emoción y el alivio que sentí al saber que estaba próxima a ser liberada de esta maldita pesadilla.
—La policía —respondió—.
Emir tenso la mandíbula y apretó los puños debajo de sus costados.
—¡Maldición! —exclamó—. ¿Cómo pude ser tan estúpido? —enredó sus dedos en su cabello con frustración y se movió de un lado hacia otro, inquieto. Luego se detuvo en frente de Zhera—. Pensé que ese doctor era confiable, pero no es más que un bufón.
—Debemos hacer algo, Emir —pronunció ella—. Debes tomar una decisión, de lo contrario vas a ir a prisión por secuestrar a una menor de edad.
Se quedó pensativo unos microsegundos, como si estuviera calculando todo en su maldita mente maquiavélica.
—Tienes que dejarla —le aconsejó—. Tienes que dejar que ella se vaya con su madre.
—No, no lo haré —se negó—. No la dejaré ir.
—¿Acaso te volviste loco? Esa chica no es para ti, solo es una adolescente. Es vergonzoso lo que estás tratando de hacer. —Ellos deben tener un precio, dijo ignorando el comentario sensato de la señora— ¿Por cuántos millones?
Ella abrió los ojos de par en par— no pienso solaparte esto, es un crimen.
—Tendrás que hacerlo, quieras o no —le advirtió — recuerda que si ese bufón declara, va a decir que los dos nos encontrábamos aquí, con la chica. Así que debes al menos rezar para que digan el precio de su silencio.
(...)
Narra Murad.
Llegué al restaurante donde me había citado con el informante. Lo saludé, le di la mano y me invitó a sentarme en la silla.
—¿Qué tienes para mí, Dominik? —cuestioné.
—Todos creyeron que Agustín Volcova está muerto, así que creo que el mensaje llegó a oídos de nuestro pez gordo —informó—. Además, piensan que Alekxandra está secuestrada. Hiciste bien en llevar a tus hombres a su casa y destruir la propiedad. Tarde o temprano la chica va a ser encontrada, y seguro va a testificar en contra de tu cuñado.
Sonreí con malicia. Casi estaba saboreando la victoria. Evliyaouglu creía que yo estaba perdido y que no tenía ni una pizca de astucia. No me lo tomaba a pecho, me convenía que no me viera como un ser superior y que me subestimara como una nula competencia.
—¿No me vas a decir qué quieres lograr con eso? Creo que es un acto suicida lo que estás haciendo, esos mafiosos te van a perseguir —replicó.
—El zar Cherny y yo tenemos los mismos objetivos —pronuncié—. Cuando se reúna conmigo le diré quién fue que asesinó a su hijo y por qué, a cambio de que me diga dónde está Anastasia.
—No estamos seguros si Anastasia está respaldada por el zar Cherny, así que no creo que este plan pueda servir.
Resoplé.
—Puede servir demasiado aunque no demos con la asesina de mi padre —repliqué.
—Espero que la paga sea buena y a mis colegas... De una vez te digo que puedo perder mi trabajo y puedo ir a prisión.
—Creo que todavía no me conoces y no sabes lo que puedo desatar. No deberías preocuparte por una situación que está controlada. Al final, eres Dominik Petrova, detective ejemplar y honesto. ¿Quién en su sano juicio dudaría de ti?
—¿Qué vas a hacer con la chica? —inquirió— Es obvio que no la secuestraste por la razón que dijiste, porque creo que tienes otros medios para descubrirlo por tu propia cuenta... —me quedé en silencio analizando— llevas tres meses espiándola.
—No es de tu incumbencia, enfócate en hacerles creer a todo el mundo que Agustín Volcova está muerto para que el zar Cherny se comunique con la autoridad, o en pocas palabras, conmigo.
Saqué un cigarrillo de mi bolsillo y lo puse en mi boca, le di una calada y lo dejé reposar en mis dedos mientras dejaba salir el humo.