Capítulo +18
"No importa cuántos orgasmos te haya regalado, sigue siendo tu captor y tu verdugo."
Narra Alekxandra
La profesora Denisse habló conmigo. Estaba muy nerviosa porque no quería que me dijera que mis calificaciones no estaban siendo buenas, pero era inevitable, ya que eso solo pasaba en las películas. Así que era evidente que no estaba bien. Supongo que debía aceptar mi derrota e inscribirme en un instituto público, pero debía empezar desde cero.
Me encerré en un cubículo del baño. Me senté, abracé mis piernas y lloré en silencio. Me sentía tan decepcionada de mí misma y odiaba no tener suficiente dinero para costear mis estudios en una buena escuela, y menos en una buena universidad.
Estaba muy furiosa conmigo misma, pero estaba cansada de luchar con el destino. Dado mi estado de ánimo y lo que estaba pasando con mi vida, estaba más que claro que no iba a poder hacerlo, al menos no ahora.
Me mordí los labios y negué con la cabeza al sentir ese escozor nuevamente en los ojos, este llanto que no quería cesar por más que intentaba secar mis lágrimas.
Habían pasado tantas cosas en tan poco tiempo: la muerte de mi madre, perdí a mi hermano y tenía que tener sexo con alguien que ni siquiera me respetaba y me veía como un objeto. Y la escuela tal vez me iba a suspender la beca.
Me quedé pensativa porque ninguna idea llegaba a mi cabeza, hasta que escuché unas voces. Limpié mis lágrimas con rapidez. Iba a salir, pero una voz me detuvo y volví la mano a mi lugar.
— ¿Hay más rumores? — dijo una voz femenina, sabía a quién le pertenecía, nada más y nada menos que Hannah.
—Hannah, ya basta, no es bueno hablar de una persona muerta. Al menos respeta a esa mujer que no puede defenderse de ti — habló otra voz que conocí, era de Ámbar, una de las chicas de mi salón de clases.
—Si no quieres escuchar lo que vamos a decir, ahí está la puerta Ámbar— replicó Hannah hastiada.
—Ah, ¿quieres hablar de esa estúpida?— escuché otra voz, esta era desconocida para mí—. Ya te he dicho todo lo que sé...
— Sí, quiero hablar de ella — dijo. No podía entender cuál era el afán de Hannah por querer saber de mí. ¿Acaso estaba obsesionada conmigo?
—Mamá me dijo que Anastasia era una prostituta. ¿Por qué esa chica estaba hablando de mi madre si ni siquiera podía reconocerla?
—Que mi padre la conoció en un bar que siempre frecuentaba — explicó—. También me dijo que él se llegó a acostar con ella y que salió supuestamente embarazada de él, pero él no le creyó, porque ella se había acostado con todos esos hombres, y solo quería dinero. Dijo que también se drogaba, y que era una ladrona. Esos hombres con los que se acostaba eran de la misma clase que ella. Años después quiso dejar esa vida y se convirtió en una bailarina profesional. — rió con malicia —. Luego su dinero se terminó y molestaba a mi padre para que se responsabilice de unos supuestos hijos que ni siquiera les pertenecían.
Quería salir y partirle la cara a esa infeliz pero no pude, no tenía fuerzas para nada, solo quería llegar a casa y acostarme en mi cama, descansar de todos estos abusos y rumores de la escuela.
Ni siquiera me interesaba quién era la chica que se encontraba hablando de mi madre. Ni siquiera me interesaba encarar a ella, el tiempo se iba a encargar de poner a todas esas personas en su lugar.
—Increíble. — murmuró —. Estoy segura de que esa Alekxandra también es una prostituta. ¿Saben lo que hizo en los baños? Se le ofreció a Germán y a Vladimir. Ustedes saben... les habló de hacer un trío — susurró otra voz, que le pertenecía a Aurora, una de las integrantes del grupo de Hannah.
Escuché varios gemidos de sorpresa y unas risas escandalosas.
—Chicas, me voy — dijo Ámbar—. Ya no quiero estar aquí con ustedes. No quiero formar parte de la misoginia.
—Largo, como si fueras a hacer falta.
Escuché la puerta del baño cerrarse y un profundo silencio.
—Esa estúpida de Ámbar es otra santurrona más, sinceramente ya le quería decir que no queríamos andar con ella— rompió el silencio —. Pero tú eres distinta Irochka, me encanta juntarme con personas que se parecen a mí.
Irochka, claro, ahí estaba ella, mi media hermana. Por eso no reconocí su voz. Nunca habíamos hablado y nunca nos habíamos visto, pero mi madre una vez me dijo que era mi hermana contemporánea.
También dijo que algún día la conocería, pero ese momento nunca llegó y me alegra, ya que su madre le envenenó la mente.
Mi madre nunca fue una prostituta. Viajó por todo el mundo de joven y trabajó como institutriz. Llegó a impartir clases a algunos adolescentes de clase alta y con ese dinero que ganó pudo vivir una vida acomodada y sacarme adelante sola.
Pero eso era algo que me iba a reservar porque no tenía energía.
(...)
Dolor de cabeza, dolor de cuello, náuseas, y sentimientos de inseguridad.
Sabía que nada estaba bien con mi vida y aún así intentaba hacer lo posible por no caer en depresión. Pero, ¿cómo lo iba hacer, cómo diablos podía lograr lo contrario si tenía mil razones para caer en el abismo de la depresión?
Eran las ocho de la noche y yo estaba sentada en la cama abrazando mis piernas. No podía dejar de pensar en ese hombre y esa pesadilla que tuve la otra noche.
No podía creer que mi conciencia fuera tan retorcida.
Todos estos sentimientos eran tan contradictorios que me tenían confundida. Primero lo odiaba, lo aborrecía, lo maldecía cuando estaba consciente, pero cuando dormía lo deseaba muchísimo, tanto así que ya había soñado dos veces con él.
—No puedo creer que me haya pasado esto— negué con la cabeza —. No puedo creerlo.
Puse un pie en el suelo y busqué mis calzados, me los coloqué. Abrí la puerta y me encaminé por el pasillo buscando la escalera para bajar a la cocina.
Abrí el refrigerador y tomé un vaso con agua, luego alcancé un calmante y pastillas que usaba mamá para poder dormir.
Las necesitaba.
Me tomé el calmante y un sorbo de agua. Intenté tomar la pastilla para dormir pero hubo algo que llamó mi atención.
Escuché como la puerta estaba siendo manipulada, como si alguien estuviera intentando abrirla, pero era como si estuviera detrás de la puerta, no la estaba forzando, así que se me aceleró todo y terminé desconcertada.
Llegué a creer que esos sonidos formaban parte de mi imaginación. Negué. No, había escuchado perfectamente, así que empecé a temblar con nerviosismo.
Me quedé en silencio y apreté los labios, escuché la cerradura hacer clic y la puerta se abrió lentamente.
Tomé un cuchillo y caminé sigilosamente hasta llegar a la sala.
Demonios, podía escuchar mi corazón palpitando muy fuerte, dentro de mi caja torácica.
—Quien... quién anda ahí — pronuncié con la voz temblorosa e insegura, tragué saliva. Solo podía escuchar un silencio, y el sonido del viento mezclado con el tintineo del picaporte de la puerta que emitía por el movimiento de la brisa.
La puerta se cerró rápidamente y brinqué en respuesta, estaba aturdida.
Era mi final, era mi maldito final y lo podía sentir. La energía que sentía me lo confirmaba muy dentro de mi cabeza. Y estaba dudosa, me preguntaba si debía ser inteligente y esconderme o valiente y encarar a quien sea que estuviera en el umbral de la puerta.
Y me llené de valor, aún sabiendo que estaba próxima a ser asesinada, y a sabiendas de que el individuo que se encontraba en el umbral de la puerta podía ignorar o hacer caso omiso a mi advertencia.
—Estoy armada y ya llamé a la policía — avisé —. Quien sea que esté ahí, le sugiero que se largue. Desde ahora se lo anticipo, es un hombre muerto.
Escuché una risita, esa risita cínica que había reconocido, esa que había escuchado muchas veces. No podía ser alguien más, no podía, porque él era el único que podía reír así.
Era él y aunque quería decir que estaba aliviada porque no era un asesino en serie, tampoco estaba aliviada por la presencia de Emir Evliyaouglu.
Salió desde las sombras, su silueta alta se notaba pegada a la pared y su perfume se impregnó en mis fosas nasales. Empuñé en mi pecho el cuchillo, con el filo hacia abajo, pero no era porque me sintiera amenazada, era porque no podía utilizarlo y ganas no me faltaban.
—Así que soy hombre muerto — se cruzó de brazos —. Así que usted me va a asesinar esta noche.
Me estremecí con esa voz ronca. Lo miré, anonadada sin saber cómo pronunciar palabra alguna.
—¿Qué hace aquí? — cuestioné con temor y timidez —. ¿Cómo entró? — pestañeé varias veces sin poder creerlo. Las únicas llaves que existían las tenía bajo mi poder, a menos que Anastasia...
Noté que se movió, caminó en mi dirección y no me dejaba de repasar con su mirada depredadora.
—Para mí nada es imposible — respondió —. Si pudiera entrar entre sus piernas... ¿Qué le hace pensar que no puedo entrar en esta casa cuando quiera...?
Pronunció con voz suave y ronca. El ronroneo de su voz afectaba mis sentidos, tanto así que la piel se me erizó debajo de la ropa.
Apreté mis piernas cuando su mano juguetona se extendió y sus dedos pellizcaron una de mis mejillas... y solo esa caricia bastó... me mojé. Mi zona íntima se contrajo y mi clítoris palpitó, estaba hirviendo por dentro y ni siquiera me había tocado lo suficiente.
Cerré los ojos sintiendo su tacto tan cálido.
Quería decirle que se fuera, que lo aborrecía, pero no podía dejar de pensar en esa pesadilla tan placentera que tuve y estaba volviéndome loca, loca de sentirlo nuevamente acariciando mi cuerpo.
No, no. Esto estaba mal. No podía sentir atracción repentina por un hombre como él. No podía, porque era una mala persona.
Y como si mi cuerpo tomara fuerza de algún lugar desconocido, aparté la cara del tacto de su piel y la coloqué hacia el lado opuesto.
—No me toque — murmuré con inseguridad. No quería provocar su ira.
—Quiero acostarme con usted — pronunció directamente sin rodeos y con ese tono de voz tan ronco y seductor que me dejó tan embelesada, pérdida en sus ojos, los cuales me observaban con tanta oscuridad perversidad y deseo.
—No. No quiero que me haga daño.
Ese nudo se instaló en mi garganta y no me dejó continuar con todas esas palabras despectivas que estaba a punto de vociferar.
Su rostro se suavizó.
—No le haré daño, Alekxandra. Usted muy bien sabe que nunca le hice daño. Fui delicado con usted y sé cómo la hice sentir cuando la hice mía.
—Yo no soy de hierro, tengo un cuerpo que reaccionó a su toque, pero eso no quiere decir que yo quería hacerlo. Usted abusó de mí sexualmente y eso es algo que jamás le voy a perdonar.
Bajé la cabeza y derramé lágrimas de dolor, no quería romperme delante de la persona que me hizo daño, pero inevitablemente lo hice.
Acarició mi barbilla, levemente levantó mi rostro y esos ojos, con mirada depredadora, con ese azul oscurecido, con esa sensualidad que atrapaba, y con esa malicia que solo podía hacer sentir pequeña a cualquiera.
—No pido que me perdone, solo le pido que se desnude — murmuró con cinismo —. Estoy tan estresado hoy que solo quiero hundirme en su coño, deslizarme en ese caliente y húmedo coño, hasta enloquecer de placer — expresó pausada y paulatinamente.
Esas palabras sucias tenían un efecto contrario a las emociones que estaba sintiendo, estaba por romper en llanto porque no quería que me tocara, pero a la vez estaba ardiendo, deseosa de que sus labios besaran los míos.
Me di una bofetada mentalmente.
—Pero... no lo haré — habló después de su larga pausa —. Si usted no lo quiere, no la voy a tocar.
Quise soltar todo ese aire, aliviada, pero por otro lado sentí ese sentimiento de desilusión golpearme, porque en el fondo me había gustado como esa noche me hizo sentir.
Pero no podía, porque me trató como una maldita basura y un objeto.
Él sólo quería estar entre mis piernas y lo había demostrado con sus palabras, a pesar de que le dije cómo me sentía. Jamás había conocido una persona tan fría y tan maquiavélica como él. Y era peligroso porque, a pesar de lo que me hizo, empezaba a sentir atracción física por esa bestia que estaba camuflada y escondida en el cuerpo de hombre.
Estaba entre la espada y la pared, entre las ganas de acostarme con él y las ganas de mantener mi dignidad.
Y claro, iba a optar por escoger mi dignidad porque ese hombre no valía la pena.
—¿Qué quiere? — pregunté, ignorando su comentario.
—Quiero hablar con usted de algo importante — respondió. —Quisiera que se siente.
Fruncí el ceño confundida. ¿Acaso no podía esperar hasta el amanecer para hablar de cualquier cosa? A menos que se tratara de una emergencia.
—¿Le sucedió algo a mi hermano? — me preocupé de inmediato —. Dígame, ¿él se encuentra en buen estado?
Estaba muy asustada, pero recordé que si así fuera, estaríamos con él y hubiera optado por callarse y llevarme donde sea que estuviera Andrés. Nos sentamos. Él estaba en frente de mí y no me dejaba de analizar con su mirada depredadora.
—No, Andrés está muy bien — dijo—. Quería hablarle de algo que ha estado navegando en mi cabeza...
—¿De qué se trata? — quise saber. La verdad era que estaba muy ansiosa por saber qué se traía entre manos.
—Quiero que usted se mude a una residencia nueva — respondió y eso me hizo arquear las cejas confundidas.
—¿Qué? Definitivamente no — negué de inmediato. —No voy a salir de mi casa para irme a una residencia suya. No nos acordamos de eso.
No le gustó mi respuesta porque sus ojos me observaron con cierta tranquilidad. Debo admitir que me daba más confianza cuando su rostro estaba algo tenso, porque cuando estaba suavizado no podía descifrar cuál sería su movimiento.
—Es lo más conveniente que usted se vaya a una casa más espaciosa, con personal de servicio y personas que puedan protegerla.
¿De qué demonios estaba hablando? ¿De quién debía protegerme? Ya me estaba asustando demasiado. Recordé la llamada, recordé esa voz monstruosa detrás de la línea y me estremecí. Me quedé en shock y pensativa, así que no escuché cuando él me llamó. Solo pude reaccionar cuando su mano acarició mi pierna derecha.
Di un brinco en respuesta, al sentir como mi cuerpo reaccionó con un leve calambre placentero.
—¿Qué es lo que planea? ¿Qué es lo ¿Qué quieres hacer conmigo? — le grité, enfurecida —. Estoy harta. Estoy harta de que quieras manejar mi vida...
—Guarde silencio — me ordenó en respuesta a mi histeria y mi voz se desvaneció, silenciando mis palabras. —Mi intención es que esté más cómoda. Además, es conveniente que te mudes a un lugar donde nadie te conozca, para que no hablen mal de ti si me ven entrando aquí con frecuencia.
—¿Para qué me preguntas, si de todas formas harás lo que quieras?" — rodé los ojos fastidiada. Lo miré y descubrí cómo descaradamente observó mis piernas desnudas y se lamió los labios como si estuviera saboreando mi sabor sin siquiera probarlo.
Me di una bofetada mental por pensar en su lengua moviéndose y devorando mi feminidad. Demonios.
—¿Qué mira? — se me calentaron las mejillas —. No cabe duda de que es un pervertido.
Una cínica y burlona sonrisa curvó sus labios.
—Eso no es nada nuevo, Alekxandra, es la mujer que me gusta y la mujer que me pertenece. Puedo deleitarme cuántas veces yo quiera.
Reí por lo bajo.
—No pierde tiempo. Siempre intenta minimizarme y denigrarme. ¿Cuál es su trauma con las mujeres? El odio que siente es tan evidente que no fue difícil determinarlo.
—¿Crees que me va a ofender con sus palabras?" — inquirió, respiró profundamente y colocó sus pies delante y sus manos detrás de su cabeza—. No me haga reír. Tengo treinta y dos años y usted diecisiete. ¿Qué le hace pensar que una chiquilla como usted me va a ofenderme?
—Mi intención no es ofenderlo, solo digo lo que es evidente. Tal vez su madre lo abandonó y por eso odia a las mujeres. O alguna mujer le rompió y se frustró tanto que...
—Es suficiente, Alekxandra. Le advertí que guarde silencio. — su mandíbula se tensó—. Le dije que no juegue conmigo.
Se quitó la corbata y la tiró al suelo.
—¿Qué hará? — murmuré aterrada.
—Los esclavos sexuales no tienen derecho a preguntar — habló con esa voz ronca y empezó a desabrochar su pantalón—. Quiero que guarde silencio. La voy a follar, duro, fuerte. Esta vez no seré delicado...
—No, no lo hará.
—Eso lo veremos.
Narra Emir
—Quiero que venga y se siente en mis piernas — le ordené y ella negó, sus ojos me observaban con un ápice de duda y ¿deseo? Podía reconocer esa mirada y podía reconocer cuando una mujer temblaba a causa del placer.
—No quiero hacerlo — pronunció—. Por favor, no me haga esto.
—¿Quieres que la busque o va a venir? — cuestioné con frialdad. —Esta vez la voy a castigar por hablar de más. Le voy a demostrar que su boca solo está hecha para gemir mi nombre, no para hablar de mis traumas de la infancia.
Mordió sus labios, esos carnosos y cálidos labios, y noté como presionaba los dedos de sus pies en el suelo; eso solo me daba a entender que había apretado sus piernas.
Sonreí con malicia.
—¿Le gusta que le hable sucio? ¿No es así?
Exhaló, anonadada.
Me levanté y caminé despacio en su dirección y me bajé a la altura de sus piernas. Con ese toque sentí como se encogió y jadeó.
Música para mis oídos.
—Alekxandra — murmuré extasiado—. Si supiera lo que provoca en mí, si conociera las cosas que he querido hacerle desde que la vi. He fantaseado tanto con usted...
Colocó su cabeza hacia atrás cuando mis manos separaron sus piernas temblorosas y se escaparon por debajo de sus bragas, mojadas contra mi tacto.
—Quiero creer que cuando me dijo que me deseaba, no fue porque estaba bajo los efectos de ese afrodisíaco, sino porque le gustaba la manera en la que la toqué aquella noche.
Moví mis dedos en su clítoris y jadeó, sus labios se apretaron, suprimiendo un suspiro de placer.
—¿Me desea? — cuestioné, observando su bella mandíbula tensionarse por los espasmos de placer que estaba sintiendo en ese momento. Masajeé su clítoris con rapidez, arqueó su espalda y se removió inquieta, perdida en el placer que le estaba otorgando.
—Oh Dios mío — exclamó, cuando uno de mis dedos se deslizó en su entrada. Dentro y fuera, sintiendo esa humedad y esas contracciones en su interior. Deseaba tanto estar ahí dentro y sentir esa calidez y sentir cómo su coño se apretaba alrededor de mi polla.
Estaba duro, tan duro que dolía y era una tortura no poder embestir su coño, pero quería hacerla llegar al clímax y prepararla para mi tamaño, lo que menos quería era maltratar su pequeño cuerpo.
Su respiración se volvió caótica de placer y llegó, lo supe cuando escuché su gemido chillón y todo dentro de ella se contrajo con fuerza.
—¡Oh sí, joder, sí, lo deseo tanto! — murmuró con los dientes apretados—. Quítame estas ganas que tengo de estar contigo, estas ganas que tengo de ser solo tuya.
La tomé en mis brazos, sus piernas se enredaron en mi cintura y con facilidad rompí sus pequeñas bragas de un tirón. Me senté en el sofá y subí un poco el pequeño pijama de seda, lo que me permitió apreciar una buena vista de sus caderas. La acomodé en mis piernas y me presioné en su pelvis para demostrarle lo duro que estaba.
Jadeé ronco en su oreja cuando mi polla tocó su entrada por debajo de mi ropa.
Era tan caliente y suave, quería deleitarme, la espera me torturaba.
—sus labios son tan bellos — subí mi cabeza para observar el verde opaco de sus ojos, entrecerrados por el placer que le había hecho sentir.
Introduje la mano por debajo de mi pantalón para dejar libre esa erección. No podía permitir un momento más sin estar dentro de ese dulce coño.
Levanté un poco su cuerpo, tomé mi polla y la coloqué en su entrada, que estaba tan caliente y tan jugosa a causa de su placentera corrida.
Sentí ese cosquilleo que empezó en mi glande y se deslizó en el tronco cuando me fui deslizando, y ese suspiro de placer que lanzamos los dos al unísono. Quería embestirla duro, pero temía hacerle daño, con todas las ganas que tenía acumuladas. Coloqué mis manos en su cadera y comencé a ayudarla a balancearse en mi polla.
Empezó a gemir levemente cuando mi polla la penetraba lento, hasta el fondo. Besé sus labios con vehemencia, enredé mi lengua con la suya y le di una pequeña mordida a su labio inferior. Una de sus manos se acomodó en mi mejilla y con la otra enredó sus dedos en mi cabello, mi mano no se quedó atrás, enredé mis dedos en su largo y sedoso cabello rubio y tiré de él suavemente. Con la otra mano aproveché para estimular uno de sus pezones.
Era una maldita delicia estar dentro de su coño.
Mis manos apretaron sus nalgas, la levanté con ella en mi regazo y quería llevarla a la pared y hundirme con rudeza en su interior.
Y levanté y acomodé sus piernas en mis brazos y me hundí en ella duro y fuerte hasta que no pudo más y empezó a gritar, a gritar de placer.
—Me encanta que esté tan suave y húmeda. — murmuré mientras no dejaba de mecerme en ese cálido y estrecho interior—. Le dije que iba a desearme con cada fibra de su piel, así como yo la deseo a usted.
Alekxandra se estaba tragando sus palabras. Ella me dijo que no me deseaba y me había dado a entender que solo estuvo conmigo por aquel afrodisíaco, pero no, ella me deseaba, y lo pude comprender cuando su cuerpo temblaba y reaccionaba a mi tacto.
Ella no dejaba de gemir y jadear, estaba tan concentrada en ese placer que le estaba brindando que ni siquiera estaba respirando. Escondí mi cara en su cuello, lamí y chupé esa zona varias veces, nuestros cuerpos sumidos por el placer hacían la madera chillar.
—Me encantan esas deliciosas nalgas — le di una nalgada y jadeó —. Y me encantaría follármelas todas. — expresé con los dientes apretados.
Sus mejillas estaban sonrojadas y sus ojos levemente cerrados.
—Tú eres mía — fui muy posesivo, pero no me importaba. Yo sería el único hombre que iba a embestir ese delicioso coño.
Una dura y lenta estocada más fue suficiente para observar cómo su cuerpo tembló...
Hasta que se liberó, gritó, jadeó y clavó sus uñas en mi piel. Me corrí en su interior, pegué su cuerpo a la pared, me aferré a ella, la abracé fuerte mientras normalizaba la respiración descontrolada a causa del orgasmo tan magnífico.