Al día siguiente, despertar fue horrible, me sentía en el fondo del mar, con la oscuridad a mi alrededor, el frío del agua, esa angustiante sensación que causa la falta de oxígeno y esas voces ahogadas que escuchaba a lo lejos.
Cuando recuperé mis sentidos y desperté por completo noté que las voces estaban más cerca de lo que creía. Traté de no tomarle importancia, pero estaban justo frente a la puerta de la habitación donde estaba, y ese, era como un llamado que me decía "acércate y escucha con atención". Bajé con cuidado de la cama y con mis manos buscaba el tripié que sujetaba el suero, cuando lo toqué, lo sujeté con fuerza y comencé a caminar muy despacio, mientras con la otra mano me guiaba tocando los muebles. Una vez que llegué a la puerta, recargué mi oreja suavemente, apoyando mis brazos contra la puerta, intentando oír las voces del otro lado.
—Solo te pedí que dejaras a mi familia, en especial a mi hija.
—Y me esforcé a pesar de saber que estaba mal, pero ¿Qué querías que hiciera?, me llaman para decirme que mi sobrina estaba internada en el hospital por un incendio que ocurrió en su dormitorio, algo malo pasa y tú sabes lo que es, sabías bien que Hanna no estaba segura en esa casa.
—¡Cállate!
Al estar frente a la puerta, podía oír claramente cada una de sus palabras, aunque tal vez el motivo real es porque estaban hablando a gritos. Mientras discutían me percaté de que conocía una de las voces, era Grecia, mi supuesta tía. Mi sexto sentido me pedía oír y pude saber porque, para obtener respuestas, pero no lograba comprender sobre que hablaban, Grecia decía que no estaba a salvo y mencionó algo a cerca de un incendio, en ese momento quedé pasmada, y entonces entendí que el incendio que creía un sueño fue completamente real, ¿cómo es que pude olvidarlo? De la conmoción, caí al suelo haciendo un fuerte ruido.
Rápidamente intentaron abrir la puerta, pero al estar tirada frente a ella, impedía que se abriera por completo.
—¡Lo siento! —grité como si sintiera la fuerte necesidad de disculparme por haberlas interrumpido—. Ya mismo me levanto —me arrastré por el suelo y traté de incorporarme con calma.
—Hanna, ¿estas bien?, ¿qué haces en el piso? —preguntó Grecia preocupada.
—Si, bien, escuché voces y quería saber quién era, pero tropecé.
—Ah, vaya —hubo un silencio corto, pero incómodo—. Y ¿escuchaste algo?
—Bueno, apenas estaba por…
—Ya no importa —interrumpió una segunda voz que me parecía familiar—. Ven cariño, siéntate, llamaré al doctor.
—¿Quién es usted? —pregunté de manera directa mientras me ayudaba a sentarme en la cama.
—¿No reconoces mi voz?, soy tu mamá.
—¿En serio?, no puedo recordar la voz de mi mamá, pero, la suya me parece familiar—. Un nuevo familiar había aparecido y no podía recordarlo perfectamente.
"Mi mamá" fue rápidamente por un doctor y a los minutos ambos ya estaban en la habitación. Apenas el doctor puso un pie en el cuarto Grecia habló rápidamente:
—Doctor, mi sobrina no recuerda nada ¿qué tan normal es esto?
—¿No recuerda nada?, bueno, necesitaría hacerle algunos estudios y revisarla bien, probablemente se golpeó la cabeza.
—Eso no es necesario doctor —dijo "mi mamá" con un tono un tanto hostil—. Llevaré a mi hija a una clínica privada, lo llamé aquí para pedirle que la dé de alta.
—¿Está segura de eso? Mover a una paciente, que apenas acaba de ingresar, bruscamente puede ser peligroso —mencionó el doctor con esa gran voz ronca, aunque un poco débil, tal vez era un tono preocupado al escuchar aquella decisión.
—Es mi decisión final, por favor, proceda y haga lo que le pedí.
—Greta, el doctor tiene razón, trasladar a Hanna de esa manera no puede ser saludable para ella.
—Grecia, te dije claramente que dejaras de entrometerte en mis asuntos.
El salón estuvo callado por unos segundos y luego el doctor salió aceptando la solicitud de "mi mamá".
Para la tarde, ya estaba dada de alta, salimos rápido y sigilosamente del hospital, me daba la impresión de que Greta (como había oído que la llamó Grecia) no quería que fuera vista por otras personas. Todo pasaba muy rápido, llegamos a su coche y en unos cuantos minutos ya estábamos en nuestro destino, durante el camino no dijo una sola palabra, comenzaba a sentirme incómoda.
Antes de salir me dio un suéter con capucha y me pidió que me lo pusiera, una vez que me lo puse bajamos del carro y tomó mi mano, caminamos unos cuantos metros y frenamos.
—Cuando notes que crucemos la puerta, agachas la cabeza lo más que puedas pero que se vea natural, ¿entendiste, cariño? —eso confirmaba mis sospechas de que ella no quería que me vieran.
No sabía dónde estábamos, pero en casa no era, y por obvias razones. Seguimos caminando y entonces cuando escuché el sonido de la puerta, agaché la cabeza lo más disimuladamente que pude.
—Me da una habitación por favor.
Al escuchar estas palabras de inmediato deduje que estábamos en un hotel, nunca había estado en uno, y ahora que tenía la oportunidad de ver uno por dentro, mis ojos estaban cubiertos por una venda, mi vida no parecía tener mucha suerte.
Fuimos al ascensor, podía sentir esa sensación que solo se siente cuando estás dentro de uno, cuando llegamos a nuestro piso mi mamá abrió nuestra habitación y acomodó sus cosas, desde que habíamos salido del hospital solo me había dirigido la palabra unas cuantas veces y ninguna de ellas fue para resolver mis dudas, ahora ya no solo estaba incómoda, tenía miedo, comenzaba a dudar de aquella mujer.
—Siéntete cómoda cariño, mientras yo organizó algunas cosas conoce un poco el cuarto, mañana te quedarás aquí unas cuantas horas, saldré a hacer algunas compras, espero estar de vuelta antes de la 1 pm para poder llevarte a la clínica privada que mencioné antes.
—¿Cómo sé que eres mi madre? —pregunté directamente sin pensarlo, casi ignorando lo que me había dicho, lo cual no era mi intención, pero es que esa duda rebotaba en mi cabeza.
—¿Qué?, creí que había quedado claro en el hospital, me dieron la autorización de trasladarte porque soy tu madre.
—Si, pero ¿y si pagaste para que lo autorizaran?
—Cariño, sé que tienes dudas y miedo, más porque no puedes ver y no recuerdas nada, pero dame tu voto de fe y confía en mí, lo que menos quiero es hacerte daño, solo quiero protegerte —su voz se volvió tan dulce y relajante que transmitía una tranquilidad sin esfuerzo, haciendo que apaciguara mis dudas y ciegamente, vaya la redundancia, confié en ella.