Mi olfato siempre había sido muy agudo, tanto que los ancianos de la tribu solían compararme con un perro de caza. Me puse de cuclillas para observar con más precisión las huellas dejadas por el venado, ahora, la tribu dependía de mí y de mi grupo para llevar los suficientes alimentos para sobrevivir a un día más del crudo invierno.
—Por su aroma y la claridad de las huellas, puede que nos lleve unos cuantos metros de distancia—Era sorprendente que las huellas no hubiesen sido cubiertas por una nueva capa de nieve. Era casi como si la suerte nos sonriera—. Dividámonos, Anik, vendrás conmigo; Natsiq y Kanut, vayan hacia la izquierda, las huellas van hacia ese lado... nosotros iremos al río a pescar.
Todos obedecieron sin dudar ni un solo segundo de mis órdenes, sin embargo, antes de que se marcharán por completo, llegué a murmurar un:
«Vuelvan con vida, por favor»
Los monstruos abundaban aquí afuera, y aunque sabíamos defendernos, no éramos rivales para un monstruo, pues no había forma de dañarles. Las armas normales simplemente eran incapaces de atravesar su piel, únicamente otro monstruo podía hacerlo, y por norma general, estos no peleaban entre ellos, en cambio, al contrario, iban en manadas.
—Bien, líder —Se burló Anik con una sonrisa socarrona en su rostro redondo repleto de pecas—. ¿Cuál es el plan?
—Ir al río y pescar ¿no he sido lo suficientemente claro? —cuestioné levantándome y comenzando a caminar. Anik era quien portaba la caña de pescar junto a un balde, mientras que yo llevaba mi fiel arco acompañado de mi carcaj repleto de flechas a la espera de una presa.
Intentando hacer el menor ruido posible al caminar, nos adentramos aún más en la espesura del Bosque de la Aurora, territorio de la Tribu del Fuego. Era generalmente un lugar tranquilo, más no debíamos de fiarnos, ya que, aunque los avistamientos de monstruos fueran poco frecuentes, aún podían suceder.
El aroma a madera húmeda invadió mis sentidos, junto con los olores más sutiles, aquellos que pertenecían a los animales que lo habitaban. Lo bueno de tener un olfato tan desarrollado, era que, si un monstruo se acercaba, yo sería capaz de sentirlo unos cuantos metros antes.
Nadie sabía el origen de los monstruos, pero siempre habían estado allí. Lo sorprendente es que no nos hubieran llevado ya hasta la extinción, pues aparentemente se alimentaban de carne humana.
Con arco y flecha en mano, caminé lentamente hasta llegar al río, grande fue mi sorpresa al sentir un aroma desconocido, interponiendo mi brazo en el andar de Anik para que se detuviera, le hice un gesto para que guardara silencio.
Él asintió, comprendiendo el mensaje prácticamente enseguida.
No era el aroma de un monstruo, de eso estaba seguro, ellos tenían un olor realmente desagradable, y aquel que yo estaba sintiendo era todo lo contrario. Si tuviera que describirlo de alguna forma, sería posiblemente como el de algún tipo de planta; aunque ninguna que creciera en nuestro territorio.
Caminando lentamente por la nieve, nos escondimos entre los árboles que daban al claro dónde se ubicaba el río para que lo que fuera que allí estuviese no nos viera venir. Grande fue nuestra sorpresa al encontrarnos a una chica desplomada en frío hielo del lago congelado, junto a un hueco en el mismo. Sus ropajes se encontraban húmedos, por lo que si no actuábamos rápido, tal vez moriría congelada.
—¿Está muerta? —preguntó Anik con cierta preocupación— Estamos viendo lo mismo ¿verdad?
—Una chica en medio del río, ha de ser una broma de mal gusto... por los espíritus—murmuré planteándome el dejarla allí tirada, más no me vi con el corazón para hacerlo.
Colgando mi arco en mi espalda, me moví cuidadosamente sobre el hielo, el cuál lentamente comenzó a resquebrajarse bajo mi peso, creándose pronunciadas grietas, por lo que, poniéndome a cuatro patas para distribuir el peso, me dirigí hacia la joven.
Finalmente, llegué hasta ella. Y tomándole el pulso, comprobé que estaba bien, o tan bien como se podía estar en su situación. Por sus ropas haraposas podía deducir que había escapado de alguna tribu, sobreviviendo en el bosque por pura suerte, hasta que esta dejó de sonreírle y acabó cayendo al lago, saliendo de alguna forma que desconozco.
Maldije interiormente, debatiéndome que hacer.
La tribu no estaba como para alimentar una boca más, eso era un hecho, así que, recé porque aquella chica sirviera para algo más que para parir nuevos integrantes.
Cargándola en mi espalda, su aroma inundó mis fosas nasales. Caminando lentamente hacia Anik, este silbo con una sonrisa.
—Bueno, una mujer siempre viene bien ¿Eh? Es bastante bonita.
Le dediqué una mirada de muerte mientras este me ayudaba cargando a la chica con algo de dificultad mientras me incorporaba.
Poco sabía que mi vida estaba a punto de cambiar.
•—♡—•
Podía oler su miedo. Era un aroma muy reconocible, rancio a la vez que suave ¿Cómo podrías describir el olor del miedo más que con esas palabras?
La chica había despertado poco antes de llegar a la tribu.
—Eh, tranquila —Le dije con calma, poniendo mi sonrisa menos intimidante posible. Anik siempre me decía que me veía raro al hacerlo, y eso pareció asustarla aún más, haciendo que se removiera incómoda entre mis brazos— Mi nombre es Yura—dije soltándola con cuidado, intentando suavizar mi voz.
—Y yo soy Anik —habló el metiche.
—Daya—murmuró. Su voz era suave, melodiosa, y con un acento que demostraba que no pertenecía a ninguna tribu que hubiese conocido con anterioridad; y su piel del color del caramelo no hacía más que acrecentar la idea de que no pertenecía a estas tierras— ¿En qué territorio nos encontramos?
—En la Tribu del Fuego, el Bosque de la Aurora, para ser exactos.
Ella se tambaleó, abriendo sus ojos dorados de par en par, parpadeando inmediatamente cuál búho. Me pareció un gesto adorable.
—¿Cómo he llegado tan le...? —murmuró para sí misma, siendo interrumpida por el rugido de su estómago.
Solté un suspiro.
—Sígueme, tenemos comida en la aldea.
Ella asintió animadamente, siguiéndome el paso con cierta dificultad. Sus ropajes eran grandes, pero podía asumir por su forma de moverse que se encontraba desnutrida, además de que, bueno, estos se encontraban aún húmedos.
¿Cuánto tiempo había pasado sin comer?
Negué con la cabeza, intentando borrar esos pensamientos y centrarme en lo que era importante. Descubrir quién era la extraña mujer que respondía al nombre de Daya.
•—♡—•
La aldea de la tribu nos recibió con una empalizada de madera cuya función era evitar la entrada de los monstruos, aunque siempre había uno que otro que se colaba a través de ella.
El cacique Ikumak la recibió gustoso. Una mujer, especialmente una bella, siempre era bienvenida en la Tribu del Fuego. Rodé los ojos ante los cotilleos de los chicos y las chicas, el ambiente era jovial, al menos por el momento, pero cuando cayó la noche y Natsiq y Kanut no volvían, la desolación nos invadió como un bandazo de agua fría.
Probablemente, habían sido presa de algún monstruo.
Miré la nieve caer a través de la ventana de la cabaña, la chimenea yacía encendida, y muchos se habían conglomerado a contar historias alrededor del fuego.
Observé de reojo a Daya, quien yacía sentada entre los más jóvenes escuchando atentamente las historias de la vieja Kallu, dónde hablaba sobre espíritus y magia, tonterías de una vieja decrépita, si me lo preguntan a mi.
Su olor mezclado con sangre llegó antes que él, junto a los gritos de los residentes de la aldea, y rápidamente salí corriendo, abriendo la puerta para recibir a un Natsiq que carecía de uno de sus brazos, la sangre emanaba del muñón manchando la fría nieve.
«Les ha atacado un monstruo» pensé, al menos uno de ellos se encontraba con vida, ahora debía de sobrevivir las noches venideras, e incluso si lo hacía, ahora sería un peso muerto para la tribu.
Esa noche, cuando nadie me veía, me permití derrumbarme y llorar de rabia, después de todo, yo los había enviado a una posible muerte al separarnos.