La nebulosa se disipó, revelando un planeta de tonalidades azules y verdes. Nahaxh, el robot explorador, nunca había visto algo tan similar a la Tierra. Desde la nave, Lukyan manejaba los controles que guiaban a Nahaxh a través de la atmósfera del planeta.
Nahaxh descendió lentamente mientras escaneaba la superficie en busca de señales de civilización. Los detectores encontraron rastros de oxígeno, agua líquida y carbono orgánico.
"Imposible", pensó Lukyan. Los análisis indicaban que el planeta estaba poblado por humanoides, incluyendo un hombre y una mujer adultos que se acercaron desnudos y con cautela.
La mujer se escondía detrás del hombre, quien alzó una rama en señal de advertencia y habló en un idioma extraño. Lukyan intentó comunicarse por medio de los parlantes de Nahaxh, pero no hubo respuesta.
La mujer se desprendió del abrazo protector del hombre y se acercó lentamente a Nahaxh. Sus ojos color esmeralda miraron con curiosidad y asombro la forma aerodinámica y las placas brillantes de la serpiente mecánica. Extendió su mano para tocarla, sintiendo la frialdad del metal bajo la yema de sus dedos.
Nahaxh emitió un zumbido suave y desplegó sus alas para elevarse unos metros del suelo. La mujer soltó una exclamación de alegría al verlo flotar. El explorador se posó luego en la rama de un árbol cercano, enroscándose ágilmente alrededor del tronco de un frondoso árbol que dominaba el centro del jardín. Lukyan supo instantáneamente que no era un árbol común; sus frutos eran suaves esferas doradas que emitían un resplandor del más puro conocimiento. El árbol del bien y del mal en todo su esplendor.
Podía ver la curiosidad inocente en los ojos de la mujer mientras esta contemplaba maravillada la misteriosa serpiente mecánica. Una serpiente que tenía el poder de alterar el curso de la historia de la humanidad para siempre...
El hombre se quedó estupefacto, sin atreverse a acercarse. Pero en la mujer crecía una fascinación que la impulsaba hacia la misteriosa criatura.
Mientras tanto, a bordo de la nave, Lukyan analizaba frenéticamente los datos. Los escáneres revelaron una alteración en el continuo espacio-tiempo. El planeta era la Tierra primordial, y los humanoides que había encontrado no eran otros que Adán y Eva, los primeros habitantes del Jardín del Edén.
Lukyan sintió un enorme escalofrío. La humanidad entera dependía de las decisiones que tomase en este crucial momento. Si intervenía y proveía conocimiento a Eva a través de Nahaxh, estaría desatando el pecado original. Pero si no lo hacía, negaría a la humanidad la oportunidad del libre albedrío y el fruto del árbol de la ciencia.
¿Debía ser fiel al destino y no interferir? o ¿Ceder a su curiosidad como explorador y permitir que la humanidad forjase su propio camino, aunque fuese dificultoso? Lukyan debatía fervientemente la disyuntiva moral.
Eva contempló extasiada los frutos que colgaban del árbol, suaves y brillantes esferas doradas que despedían un aura de sabiduría. Sintió el impulso irresistible de poseer ese conocimiento.
En eso, la serpiente robótica Nahaxh siseó y habló con la voz de Lukyan:
"No temas, puedes comer los frutos y serás como Dios, conocedora del bien y del mal".
Eva dudó unos instantes pero la curiosidad pudo más. Estiró su mano para tomar una de las esferas doradas.
Desde la nave, Lukyan observaba angustiado. Sabía que si Eva no comía el fruto, su línea de tiempo desaparecería, al igual que sus recuerdos y existencia. Debía convencerla de dar ese paso definitivo.
Volvió a hablar por medio de Nahaxh: "Tómalo y cómelo, y se te abrirán los ojos, conocerás el bien y el mal".
Eva acercó lentamente el fruto prohibido a sus labios... Eva mordió el fruto y sintió una explosión de conocimiento absoluto inundando cada rincón de su mente. Por fin comprendía el bien y el mal en toda su complejidad.
Lukyan observó el acontecimiento desde la nave, consciente del punto de inflexión en la historia que acababa de provocar. A partir de ahora, el destino de la humanidad estaría en sus propias manos.
Activó los controles de la nave y programó las coordenadas para el regreso, sabiendo que aquel planeta primordial se convertiría un día en la Tierra que siempre conoció. Desde la nave, vio a Eva compartir el fruto con Adán, desafiando el designio original y abrazando el libre albedrío.
La nebulosa se cerró tras él mientras partía hacia el espacio, dejando atrás raíces lejanas y un futuro redescrito.