Lejos de ellos, en medio de un masivo cráter que ambos habían creado, Zeke y Gav estaban de pie. Una de las alas de Gav estaba cercenada, su sangre todavía goteando en el suelo, mientras que Zeke se apoyaba pesadamente en Gav, una espada sobresaliendo de su espalda.
—Te tomó suficiente tiempo —dijo Zeke, con una débil sonrisa asomándose en sus labios mientras la sangre goteaba de su boca.
Gav, aún envuelto en oscuridad, permanecía callado, con la cabeza inclinada.
—No parezcas que tú eres el derrotado aquí, Gav —continuó Zeke, tosiendo más sangre—. Mantente erguido.
El agarre de Gav en su espada se tensó. Luchó por hablar.
—¿Por qué tenía que ser así, Zeke?
—Lo siento, no hay otra manera más que esta —respondió Zeke.
Gav inhaló un respiro tembloroso.
—¿Qué quieres que haga después de esto? —Gav habló finalmente de nuevo, pero esta vez, su voz y ojos estaban sin emoción.
—Sé un buen rey —Zeke sonrió débilmente.
—Tonterías —replicó Gav.