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En un instante, Alicia desapareció de su lugar, moviéndose casi como un susurro de relámpago. Apareció junto al monstruoso ciempiés, sus cuchillas gemelas deslizándose hacia abajo con una luz blanca y caliente que cortaba a través de la gruesa niebla y las patas de la criatura. Siguiendo el consejo de Ezequiel con precisión, cada golpe era rápido y devastador, cortando las extremidades de la bestia con una eficiencia implacable.
El monstruo chilló, su cuerpo masivo convulsionándose al perder el equilibrio. Pero Alicia continuó su asalto implacable, entendiendo ahora por qué Ezequiel le había dicho que se centrara en sus patas: eran la parte más vulnerable de la criatura. A pesar de esto, las patas eran duras como piedra, y Alicia tuvo que ejercer toda su fuerza para cortar cada miembro.