—Sebastián... —llamó la mujer—. Y su voz instantáneamente hizo que Sebastián cerrara fuertemente los ojos. Sus mandíbulas se apretaban con fuerza.
—Sebastián... —su voz, su rostro... era tan perfectamente Izabelle.
—¿Cómo... cómo entraste aquí? —La voz de Sebastián era fría como el hielo.
Sintió más de lo que vio mientras ella descendía de la cama y luego se acercaba lentamente a él. Su aroma... el seductor y potente aroma de la sangre de Iza que ahora llenaba la habitación era como un hechizo poderoso.
Levantando su brazo para cubrir su nariz con el dorso de su palma, Sebastián intentó luchar contra la neblina que parecía estar arrastrándolo a una espiral descendente.
—Lo siento. Me herí en mi camino aquí. Pero no te preocupes, es solo un pequeño corte —explicó, deteniéndose a un par de pasos de él—. Te extraño, Sebastián.
Los dedos de Sebastián se contrajeron y luego apretó su puño.