—Sangre. ¡Había olido el aroma de la sangre de Iza! Aunque fuera débil, no había forma de que pudiera confundirlo. ¡Nadie tenía ese aroma único excepto ella!
Sus latidos del corazón retumbaban fuertemente en sus oídos. Sabía que no debía entrar en pánico. Ella estaba ahí mismo. Podía verla claramente ahí. De pie. Pareciendo estar bien. Debía mantener la calma para poder evaluar todo con precisión. Pero joder. ¡Simplemente no era posible!
Alcanzándola en un instante, la agarró por los brazos. Sin preocuparse por nada ni por nadie más en ese momento.
—¿Sebastián? —llamó ella—. Sus ojos reflejaban su shock y confusión.
No respondió. No podía. Porque él también estaba en shock de que el aroma se hubiera desvanecido repentinamente. Había pensado que se había herido y por eso el aroma. ¡Pero el aroma se había ido! ¿Cómo... cómo era eso posible?!