—Tuyo —dijo Arya—. Soy tuya.
—Solo mío —exigió Keith.
—Solo tuyo —ella confirmó.
Arya jadeó en el beso que aterrizó en sus labios con urgencia.
Podía sentir su erección burlándose y empujando, y sus manos la acariciaban para prender su cuerpo en fuego, pero aún más impactantes eran sus emociones que coincidían con sus palabras. Posesivo, firme, dominante. Bajo esa actitud autoritaria había un océano sin fin de adoración que él tenía por ella, y ella sabía que haría todo lo que estuviese en su poder para hacerla feliz.
Keith se hundió dentro de ella con un gemido. Estaba caliente y húmeda, y las chispas de su vínculo amplificaban el placer hasta el punto de hacer temblar sus piernas.
La mano derecha de Keith agarró la cadera de Arya para mantenerla en su lugar, y su palma izquierda yacía plana contra la pared alicatada para apoyarse mientras se movía en ella vigorosamente. Más rápido. Más fuerte. Era alucinante, y se preguntaba hasta dónde podrían llegar.