Talia tomó una respiración profunda y evaluó su estado. Todavía le quedaba energía.
—¿Lis? —Talia llamó a su lobo.
—Estoy aquí.
—Necesito tu ayuda.
Liseli no respondió, pero Talia pudo sentir que Liseli estaba presente y concentrada. Lo harían juntas.
Las palmas de Talia se iluminaron y por el siguiente minuto o así, se concentró en sanar a Arya.
No era mucho, pero los monitores conectados al cuerpo de Arya se animaron, pitaron con un ritmo constante, casi al ritmo de los otros dos monitores de frecuencia cardíaca en la habitación, al otro lado de la cortina de privacidad.
—Lo siento por no poder hacer más —dijo Talia a Keith—. Deberías llamar a un médico para ver el progreso ahora. Volveré por la tarde después de descansar.
Keith miró a Talia con gratitud.
—No sé cómo agradecerte.
Los labios de Talia formaron una sonrisa cansada.
—Por favor, no vayamos por ahí, Keith. Soy tu Luna. Es mi deber cuidar de mi gente.